La contundencia de las cifras y las recurrentes noticias no bastan para comprender por qué -según las limitadas estadísticas- aproximadamente diez mujeres son asesinadas cada mes en el Perú por sus parejas. Esa es la pregunta -“sobre todo por qué”, insiste- que busca responder la periodista Teresina Muñoz-Nájar en Morir de amor: un reportaje sobre el feminicidio en el Perú (Aguilar, 2017).
A pesar de que en el primer párrafo del libro confiesa que sabe que “mientras uno no experimenta en carne propia una fatalidad no es capaz de entenderla en toda su magnitud”, Muñoz-Najar vuelve a intertarlo. Durante año y medio se abrió espacio en su agenda de trabajo marcada particularmente por la gastronomía, para retomar las problemáticas de género en las que se enfocó durante 18 años en la revista Caretas. El resultado es la investigación de cuatro feminicidios. El primero, el de Simona Estelita Quispe, quien trabajó durante veinte años con la hermana de Teresina. Cuatro historias a partir de las cuales despliega el trágico panorama nacional.
“Como periodista uno hace trabajos muy superficiales constantemente hasta que tienes la oportunidad de hacer algo más fuerte y serio”, explica. Muñoz-Najar siente, por ejemplo, haber superado la idea de que los jueces, la policía y la justicia en general no funcionan, haber comprendido el significado real de un proyecto de vida truncado, y percibir cómo la violencia se ha naturalizado a niveles inmorales. “La ministra de la Mujer ha dado cuenta el otro día que entre enero y mayo de este año se han registrado 45 feminicidios, aproximadamente diez por mes. Y 105 intentos, lo que da cuenta de casi uno por día. Eso es una naturalización escandalosa de la violencia”.
- En tu libro demuestras que existe una gran variedad de investigaciones especializadas, estadísticas, leyes, etc. ¿Por qué crees que, a pesar de ello, se llega a esa naturalización?
- Los medios son muy responsables porque no le dan el tratamiento, la seriedad y la envergadura que requiere. Con una muerta hacen el escándalo y pasan veinte veces la imagen del fuego del crimen. También hay que hablar del contexto y los centros de emergencia con más responsabilidad. Pero eso solo pasa cuando algo explota en la cara. Cuando hay mucha violencia, esta se vuelve algo cotidiano. Lo mismo sucedió en la época del terrorismo. Primero una bomba, luego otra y luego otra. Así, pusimos cinta aislante en nuestras ventanas y aprendimos a convivir con eso, hasta que nos saltó en la cara.
- En el libro señalas que la movilización #niunamenos permitió que se cubriera más estos temas, sin embargo, un mes después de que presentaste tu libro, se eliminó el enfoque de género de varios decretos legislativos. ¿Cómo lo tomas?
- Es tan responsable el que hace eso como el que mata. En el Congreso le tienen miedo a la palabra género y dicen que como hay que tratar a todos por igual entonces no debe haber enfoque de género. Eso no es verdad, porque no es lo mismo que una mujer denuncie un robo a que denuncie una violación. ¿Cómo tratas a una mujer violada? Para eso necesitas un enfoque de género. Lo que no sabe la gente es que hay enfoque de género para el hombre también. Si un hombre ha perdido a su pareja y no lo puede llorar porque le han enseñado que un hombre no llora, entonces uno debe desarrollar un enfoque para él. Si no se entienden bien estos temas estamos fritos.
- ¿Por qué no se está haciendo entender? ¿Qué está fallando?
Cambiar el chip de los hombres violentos es muy difícil. Es con los niños con quienes debemos empezar, pero salen campañas como Con mis hijos no te metas. Si, como señalan los medios, en el 50% de los hogares peruanos se les pega a las mujeres, entonces el Estado tiene que meterse con los hijos.
Hay unos lobbys conservadores muy fuertes que le están haciendo daño a todo el país. El otro día muchos han votado en contra de que se aumente la pena a los violadores y se indignaron cuando la congresista Indira Huilca dijo que este es un país de violadores. Pero el segundo crimen que más cometen los hombres peruanos es la violación a menores de edad. Eso es escandaloso. Este Congreso conservador es un retroceso.
- En las entrevistas que has dado a raíz del libro, al dar alguna opinión o soltar algún dato, constantemente has dicho que no estás tratando de justificar, si no de entender. ¿Cuánta de esa confusión crees que hay detrás de la oposición a estos temas?
- Yo me refiero a eso cuando hablo sobre los criminales. Hay que tratar de entender por qué matan con esa violencia. De hecho hay un problema de salud mental desatendido. ¿Cuántos niños vienen de casas violentas y cuántos de ellos son identificados en el colegio para enseñarles que el mundo es diferente? Hay que ver también las masculinidades, porque toda la atención se pone en las mujeres y las víctimas, pero los que cometen las atrocidades son los hombres. ¿Qué estamos haciendo por ellos?
- ¿Qué no estamos entendiendo por no mirar el otro lado de la historia?
- Necesitamos campañas mucho más creativas para que los hombres entiendan que las relaciones no se tiene que basar en el poder, sino en la igualdad. Eso es complicado porque tanto el hombre como la mujer han crecido escuchando que debe ser así. Por eso es tan importante que la nueva currícula escolar salga adelante. Hay que cambiar ese chip en los niños y las niñas, porque hay un chip en los hombres sobre la posesión que es central en los feminicidios.
- Si en México hay una gran cantidad de literatura de ficción y no ficción sobre el narcotráfico y en tu libro señalas que aquí hay más condenados por violaciones a menores de edad que por narcotráfico, ¿por qué en el Perú no se ha desplegado editorialmente este problemática más allá de las investigaciones de instituciones especializadas que son de poco alcance?
- Es algo que no hemos querido ver. Creemos que solo le pasa a la gente pobre, pero lo que sucede es que, en realidad, esas cosas, en otros estratos, siempre se han mantenido en el ámbito íntimo y no sale de la casa. En el otro caso es diferente porque es gente que necesita ayuda. Siempre lo hemos tenido como algo del ámbito privado, pero es algo de lo que hay que hablar.
- ¿Por qué en el libro entonces los cuatro casos pertenecen a esos estratos bajos a los que tanto se asocia al tema?
- Porque no es fácil conseguir esos otros casos. Hubo un feminicidio en Chacarilla pero por más que busqué no lo conseguí. Conversé con una universitaria que estaba haciendo su tesis de sociología sobre casos de mujeres violentadas no muertas de la clase A. Ella tenía cuatro casos, pero ninguna de ellas quiso hablar conmigo. Pensé que sería interesante, pero ese no era mi objetivo tampoco. He escuchado algunos casos pero las familias los cuidan del escándalo porque tienen la opción, porque tienen dinero, porque lo pueden callar.
- El trasfondo de las cuatro historias que presentas son los celos y la obsesión, el mismo trasfondo que tienen los programas televisivos de entretenimiento del mediodía con los que la gente almuerza en los menús todos los días. ¿Cómo diferenciar la obsesión y los celos del entretenimiento y la obsesión y los celos que anuncian un peligro?
- En algún momento la televisión y los auspiciadores de esos programas se tendrán que plantear cuán responsables son de la sociedad que tenemos. Y en algún momento la sociedad cambiará de canal o apagará la televisión. Vemos que se sacan la vuelta, que se pegan, que se gritan, y todo mientras la gente almuerza. Eso también es un retroceso, como lo que hace el Congreso cuando deroga una ley importante. Si queremos que las mujeres se empoderen para que puedan tener una relación de igualdad con su pareja, ¿qué ejemplos tenemos? ¿Lady Guillen que ha sido golpeada?
- Lo primero que señalas en el libro es que uno no logra entender el problema de los femenicidios y los problemas de género hasta que no los vive de manera cercana. En ese sentido, ¿cuál es el objetivo o cuál crees que es el potencial impacto que tiene tu libro?
Yo envié el libro a muchas personas y los primeros que han hablado sobre mi libro en la prensa son hombres. Creo que ha sido así porque es un tema que no se planteaban. Y eso me parece muy bueno, porque son más hombres para la causa.
Imagen de apertura: Rachel Levit