Este martes fue otro día histórico para Colombia, porque las FARC, formalmente, dejaron de ser un grupo armado, con la entrega de más de 7.000 armas a la misión de Naciones Unidas que supervisa el cumplimiento de los acuerdos de paz que se firmaron el año pasado.
En un acto simbólico en Mesetas —una de las localidades del centro de Colombia que más sufrió la brutalidad de la guerra—, las FARC, el Gobierno y la ONU sellaron oficialmente el fin de un conflicto armado de más de medio siglo que cobró miles de vidas y dejó ocho millones de víctimas.
"Les tomo su palabra, Colombia entera les toma su palabra, y la comunidad internacional es testigo. La palabra será su única arma", proclamó el presidente Juan Manuel Santos en la ceremonia realizada en el departamento del Meta, en la que estuvo el comandante de las FARC, Timoleón Jiménez, Timochenko.
Pero lo cierto es que ese entusiasmo oficial por la fotografía del final de la guerra no genera la misma reacción en el colombiano de a pie. ¿Por qué persiste esa sensación de indiferencia en el ciudadano común y corriente frente a este triunfo de la paz, que ha despertado aplausos y elogios de la comunidad internacional?
En estas semanas y meses en que hubo retrasos logísticos para la aplicación de los acuerdos de paz, cuando uno conversaba con la gente —taxistas, oficinistas, amas de casa, abogados o periodistas— sobre este tema en Bogotá, la sensación era la misma: falta de emoción, lejanía, desinterés, etc.
En la mayoría de casos, no creen que la paz les cambiará radicalmente la vida. Sus preocupaciones son otras: el trabajo, la salud, la educación, el transporte, es decir, problemas no resueltos y que padecen a diario. Es como si sintieran que las FARC ya habían dejado de ser el principal problema del país. De hecho, la intensidad del conflicto había bajado mucho hacía varios años. Y más durante el último año de las negociaciones de paz.
La misma sensación aparecía cuando los medios nacionales recogían la opinión de los colombianos en otros lugares del vasto territorio colombiano, salvo en las zonas más golpeadas por la guerra, donde sí el ánimo es otro.
Pareciera que Jorge Eliécer Gaitán, el político liberal que fue asesinado a fines de la década de 1940, tenía razón cuando sostenía que "en Colombia hay dos países: el país político que piensa en sus empleos, en su mecánica y en su poder, y el país nacional que piensa en su trabajo, en su salud, en su cultura, desatendidos por el país político".
Pero quizá la principal razón por la que los colombianos se sienten ajenos a este proceso de paz es la secular desconfianza, no solo hacia la clase política, sino sobre todo hacia las FARC. Y por varias razones. Una es que nadie sabe con certeza si es que la guerrilla tiene la predisposición real de entregar todas sus armas y explosivos. Lo que han entregado hasta ahora es el armamento que declararon formalmente, pero están las famosas 'caletas', donde guardan también armas.
Según 'Timochenko', son 900 caletas de armas que tienen las FARC, pero podrían ser más. La estrategia para hallar y destruir estos lugares en los próximos dos meses consiste en que en cada zona veredal se designará una comisión que, junto con los delegados de ONU y la Policía, las ubicarán y destruirán. El problema es que no se sabe cuántas caletas hay.
La guerrilla tenía entre 80 y 90 frentes en todo el país y cada uno tenía entre 8 y 10 caletas. O sea, no hay garantías de que ahora las palabras sean las únicas armas de las FARC. "Yo sinceramente no creo que vayan a entregar todas sus armas. Deben tener un 'plan b' por si no tienen éxito en el terreno político, debido al fuerte rechazo popular que hay contra ellos", nos dice don Omar Umaña, un taxista bogotano de 52 años, casi la misma edad del conflicto.
Y el otro aspecto que genera desconfianza es lo que sucedió en el Caguán, entre 1998 y 2002, con la negociación fallida con las FARC que llevó a cabo el gobierno del conservador Andrés Pastrana. Gran parte de los colombianos consideran que proceso terminó fortaleciendo a la guerrilla, en vez de llevarla hacia el desarme.
A esto se suma que hay una oposición, liderada por el expresidente Álvaro Uribe —ahora aliado de Pastrana, de cara a los comicios de 2018— que está tratando de conseguir réditos políticos al atacar el proceso de paz y eso parece estar dando resultados —ya se vio en el plebiscito en el que ganó el No— y acentúa las dudas en amplios sectores de la población.
El otro tema es la impopularidad de Santos. La mayoría de colombianos, según las encuestas, cuestiona su liderazgo y su gobierno. Esta fue una de las razones del triunfo del No en el plebiscito. "El tema de la terminación del conflicto con las FARC es una oportunidad sin líder", le dice a la BBC Héctor Riveros, director del Instituto de Pensamiento Liberal.
El analista agrega otro factor al desinterés y la desconfianza de los colombianos, al subrayar que la administración de Santos se equivocó con la "sobrepromesa" de decir que lo que se estaba firmando era la paz en Colombia, porque la realidad es otra: aún persisten muchos otros factores de violencia en el país, como la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN), las propias disidencias de las FARC o las bandas criminales con capacidad de control territorial, como el Clan del Golfo.
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