Las empresas de Silicon Valley, en San Francisco, EEUU, centro líder para la innovación y desarrollo de alta tecnología en el mundo, se han constituido gracias al gran aporte de los inmigrantes al lo largo de su historia. Ahora, esta industria estadounidense se encuentra en riesgo por las nuevas políticas migratorias del presidente Donald Trump

Para entender por qué las empresas tecnológicas protestaron tan enérgicamente contra el decreto ejecutivo de Trump que prohíbe la entrada de inmigrantes de siete países de mayoría musulmana, se debe comprender el papel crucial que han tenido las políticas relativamente abiertas de EEUU sobre inmigración para el rubro de la tecnología.

El 2016, los investigadores del National Foundation for American Policy, un centro de investigación independiente, estudiaron las 87 empresas nuevas del sector privado de Estados Unidos que por ese entonces tenían un valor igual o mayor a los mil millones de dólares. Descubrieron algo impresionante: más de la mitad habían sido fundadas por una o más personas que nacieron fuera de Estados Unidos. Y un 71% de esas compañías tenían a inmigrantes en cruciales cargos ejecutivos.

Entre las empresas estudiadas se encuentra Uber, Tesla y Palantir. Estas compañías que generaron miles de empleos en EEUU y que aportan miles de millones de dólares a la economía estadounidense tienen como fundadores a personas de todas parte del mundo como India, Reino Unido, Canadá, Israel y China, entre otros lugares del mundo.

Además, Silicon Valley Index reveló que en el 2016, el 37,4% de los empleados de las firmas tecnológicas eran extranjeros. Sin embargo, para muchos la importancia de los inmigrantes es una cuestión más de dinero que de necesidad.

Investigadores del país descubrieron que hay más que suficientes estudiantes recién graduados de las universidades estadounidenses que podrían realizar los trabajos disponibles en la industria tecnológica. Las empresas se aprovechan de los programas de visas, como el sistema H-1B, para obtener trabajadores extranjeros por salarios más bajos de los que podrían pagar a los estadounidenses.

Ante este argumento cabe resaltar que no se trata de una "fábrica" tecnológica sino de un "equipo". Es decir, no importa la cantidad de empleados sino unos cuantos que tengan ideas que revolucionan el mundo. Y tal como lo indicó Paul Graham, un inversionista de capital de riesgo de la industria tecnológica, Estados Unidos solo tiene el 5 % de la población mundial, por lo que es lógico pensar que existen mayores posibilidades de ideas nuevas en otras partes del mundo.

Por ejemplo, Mike Krieger, un inmigrante de Brasil que cofundó Instagram, dijo que una de las razones por las que su producto tuvo un éxito instantáneo a nivel internacional fue porque eliminó casi todo el texto de la aplicación. Al ser brasileño, sabía que el inglés entorpecería la adopción en muchas partes del mundo. “En cada paso del proceso creativo de la aplicación pensábamos: ¿se puede crear algo con atractivo internacional?”, explicó al The New York Times.

“Silicon Valley es un fenómeno poco común; no es el estándar del mundo”, opinó John Collison, un inmigrante irlandés y cofundador de Stripe, una empresa con sede en San Francisco. "Que el talento esté aquí (Silicon Valley) o que podamos traerlo, es lo que hace que todo funcione”, anotó.

No obstante, este dinamismo de retroalimentación y reciprocidad de Silicon Valley con el mundo se ha demostrado frágil ante las políticas migratorias que intenta implementar Donald Trump. Actualmente las empresas tecnológicas son uno de los mercados más rentables: reciben un tercio del total de la inversión de capital de riesgo en Estados Unidos.

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