Escribe: Claudia Blanco

Nació para mirar el mundo a través de una cámara y desde que abrazó esa pasión no dejó de sorprender por su talento. Jordi Abusada Pastor hizo del cine su mejor arma para llevar luz y dejar huella. Y vaya que lo logró. 

Participó en tantos proyectos que hasta él mismo había perdido la cuenta de esa filmografía vasta en la que aparecen a su lado prestigiosos nombres del cine español: el director de cine Montxo Armendáriz, el productor Elías Querejeta, el director Fernando León de Aranoa, el actor y productor Javier Bardem. Pero él, siempre discreto, se mantenía ajeno a cualquier afán de figuración. Hasta ahora que una fotografía proyectada en medio de la entrega de los Premio Goya del 2017, en señal de homenaje, es el temprano recordatorio de su ausencia física y de su relevancia en el medio.

Hablar de él es como armar un rompecabezas en el que cada persona tiene una pieza especial para compartir. Todos tienen un recuerdo feliz o una anécdota especial con el amigo, el hermano, el compañero de ruta. “Hay muchas cosas de las que me he enterado en estos días a través de sus amigos. Es como si todos tuvieran una parte de Jordi que nadie más tiene y solo al juntarlos logras ver todo lo que significaba”, dice Nuria Abusada, la hermana pequeña de Jordi. Un océano de por medio impidió que se vieran en el último año y sin embargo, las anécdotas brotan, la nostalgia está intacta. “Mi hermano era una persona que transmitía tanta paz, era tan fácil de querer. Tenía detalles siempre. Mi hija de 15 años lo quería mucho”, me dice y entonces empieza a recordar uno de los últimos mensajes de WA, ese en el que Jordi le anunciaba un regalo para la sobrina: ni un Iphone ni una cámara. Jordi envió pipas. Las favoritas de ella. “Marisol estaba encantada. Mucho más que si hubiera recibido el teléfono”.

Viajes por todo el mundo y nuevos proyectos que lo ilusionaban. Así pasó sus años de cine. Así eligió vivir aunque ello implicara el costo de la soledad. “Era un alma libre y las mujeres que lo acompañaron en diferentes momentos de su vida lo sabían. Y debe haberlo hecho todo muy bien porque hasta ahora todas le quieren. Con todas se llevaba muy bien”, dice Nuria.

Así también dejó huella en sus amigos que en estos días aprenden a combinar el buen sabor de los recuerdos compartidos con la tristeza de una ausencia inesperada.

Un mago entre nosotros

Jordi hizo magia con la cámara y sin ella. Y ahora que no se le ve parece como si se tratara de uno de los trucos con los que conquistaba sonrisas. Si su ojo afinado lograba encuadres perfectos, sus manos entrenadas hacían desaparecer pañuelos o monedas. Era un mago de verdad que, además de regalar alegría despertaba admiración. “La última vez que hablamos fue cuando estaba grabando en Mauritania. Era un rodaje intrépido. En el desierto. Y cuando le pregunté sobre la seguridad del lugar me di cuenta de que ni se había preocupado de saber si estaban secuestrando gente, ni de Al Qaeda del Magreb, ni nada. El estaba concentrado filmando un tren que llevaba agua a las poblaciones nómadas del desierto. Y eso era lo único que le importaba”, dice Mariano Agudo, camarógrafo, amigo y compañero de varios rodajes y varios proyectos desde 1995.

Con un talento que descollaba desde la juventud su camino en el cine empezó tempranamente. María Ruiz, productora cinematográfica y amiga personal de Jordi, que acompañó sus primeros pasos en el mundo del cine, guarda entre sus archivos un listado de más de 50 producciones hecho por el propio artista. “Me dijo que después de tantos proyectos ya había perdido la cuenta”, recuerda la cineasta. Es que a Jordi no le importaban mucho los balances. Era un hombre siempre instalado en el presente, concentrado en los detalles de sus proyectos y en la riqueza creativa de sus historias. Así fue desde el inicio. “Yo iba a hacer un corto que se llamaba ‘Diálogos del deseo’ y necesitaba gente para trabajar en el proyecto. Hicimos una convocatoria entre los que habían participado en el taller de Armando Robles Godoy y él vino. Se quedó para hacer foto fija. El trabajo de dirección de fotografía y cámara lo hacía otra persona. Pero a los tres días de empezar la filmación el director se retiró y Jordi dijo que podía hacerlo. Agarró la Arri de 35 mm sin ningún temor. Y se atrevió a filmar. Cuando enviamos el material a laboratorio y lo vimos, estaba todo perfecto. Había hecho cosas muy difíciles y todo muy bien. Era un muchacho virtuoso”, dice María. Jordi tenía en aquel entonces poco más de 17 años.

Si el acuerdo es unánime para aplaudir su talento profesional, lo es aún más para destacar las virtudes personales que lo caracterizaban. Hombre sereno, noble, generoso, dulce, genuinamente bueno, amigo leal y cariñoso. Solo alguien así podría congregar para su despedida a personas dispuestas a cruzar continentes y poner obligaciones en pausa: la casa familiar en Aranjuez estaba llena de amigos, de gente que no dudó en llegar desde lejos. Y los recuerdos se multiplicaron. Y los homenajes fueron sumándose.


Cuando un amigo se va

Se rodeó por azar o por destino con almas parecidas a la suya. Y cultivó a esos amigos para siempre. Tal vez por eso algunos de esos cómplices de aventuras cinematográficas y de las otras han querido recordarlo de manera especial en uno de sus lugares favoritos: Santa María del Mar, allí donde de joven Jordi veraneaba y era también salvavidas.

Esa playa parece haberse preparado para la despedida en este día de enero. A las 2 de la tarde de un jueves de verano no hay sol y la luz es perfecta. Se han juntado algunos de sus tíos, primos y varios de sus amigos. Hay cámaras, hay música, y las olas que ondean van meciendo los botes que conducen a los invitados mar adentro.

A la misma hora en la que en Madrid lo despiden en una ceremonia familiar, al sur de Lima, su compañero de sueños de cine, Javier Corcuera, le dedica unas palabras al camarada: “Siempre pusiste tu talento de cineasta al servicio de los demás, al servicio de esas causas que había que iluminar para que los protagonistas dejen de ser invisibles. Compañero, hermano, amigo, el cine está de luto, está triste. Ha perdido a uno de sus grandes. Me acuerdo que una vez en Irak, me contaste que Abusada quería decir “Padre del eco”, y hoy aquí quiero decirte que el eco de tu recuerdo, de tu arte y de tu magia lo llevaremos siempre en nuestros corazones”. 

Un largo recorrido

La historia de amor de Jordi con el cine empezó en la niñez, en su casa de Jesús María y en la de los veranos en Santa María. Su habitación estaba cubierta de pósters de películas y los rollos de fotos se acumulaban en las esquinas. “Tenía un cuarto oscuro de revelado, y no nos dejaba entrar, porque éramos unos chiquillos traviesos”, dice el primo Juan Carlos. Jordi era el mayor del clan, ese que formaban los 15 primos Abusada. Era el viajero, el que siempre estaba en medio de aventuras.

Vivía entre Lima y Madrid, a donde se fue siendo un veinteañero, después de haber participado en varios cortos y largometrajes. Allá empezaría una carrera fructífera y llena de logros. “Siempre estuvo muy seguro de lo que quería y de lo que hacía. No le temía a los riesgos ni a los retos”, recuerda María Ruiz mientras hace el recuento de los proyectos que lo llevaron a estar muchas veces en medio de la guerra y el peligro.

Manual de Instrucciones (2016), Sigo Siendo (2013), Mira la luna (2007), Invierno en Bagdad (2005) Los lunes al sol (2001), Invisibles, Las Hijas de Belén, La espalda del mundo (1998) son solo unos cuantos de los proyectos que forman parte de la filmografía en la que mostró su talento en la dirección de cámara y de fotografía.

Sabía de técnica y de estética, y todo lo compartía con los colegas y con los estudiantes. Por eso eligió la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños en Cuba como un desafío más. Y por eso también dio talleres en la Escuela de cine del Sahara y aceptó cuando lo convocaron a la Escuela de Cine de Lima para inspirar a nuevas generaciones. “El era consciente de que había dado el paso a ser maestro, por la experiencia vital, por la edad. Le gustaba formar a la gente joven. Le gustaba tener sus aprendices alrededor, tener ayudantes que fueran aprendiendo en el camino”, comenta Mariano Agudo.

Nunca estaba contento con lo que había hecho. Siempre quería mejorar. “Cuando yo hablé con él hace como cuatro años me dijo que ya tenía deseos de tranquilizarse, regresar a Lima y tenerla como base de operaciones. Pero no me sorprendió que tras esa decisión, eligiera irse a Cuba a enseñar. Era un hombre con tremenda energía y capacidad creativa para seguir haciendo y haciendo cosas”.

Tal vez la única cuenta pendiente en una vida tan intensamente vivida es la que guardaba con la fotografía. “Era muy buen fotógrafo y el haber viajado por el mundo lo dotó de una colección de imágenes muy potente, muy diversa y muy personal. Y quizás a él le hubiera gustado hacer una gran exposición, con todo ese material. El disfrutaba mucho y eso se notaba en sus fotos. Esa fue la parte de su vida que no le dio tiempo de desarrollar”.

Jordi Abusada fue un terco perseguidor de la belleza que se esconde en las buenas historias. Vivió como quiso, con intensidad, y se marchó sin cuentas pendientes, dejando como mensaje indeleble esa frase que rigió su vida y que siempre repetía: “la vida hay que vivirla no como es sino como debería ser, porque de lo contrario estamos condenados a la tristeza”. Y eso es algo que un hacedor de magia no podía permitir.


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