La Candelaria, la festividad más famosa del Perú, incluso fuera de nuestras fronteras es una celebración mestiza, con el sincretismo cultural habitual de todas las sociedades que experimentaron una superposición cultural ajena sobre la propia pero que mantiene una esencia secular. Esa que dista de los trajes de luces, de las botas, botines, minifaldas y saltos acrobáticos que visualizamos en las promociones de esta fiesta de febrero en el atiplano peruano.

Puno y sus provincias se transforman. La Candelaria lo puede todo. Ni las condiciones climáticas, ni la pobreza, ni los problemas familiares e individuales evitan que miles de puneños (quechuas y aymaras) se trasladen a la capital de Puno y toquen, canten y bailen para la mamita. Y aunque la división puede sonar arbitraria, ya es tradición que haya dos grandes bloques que participen en la festividad: la autóctona y la de luces. La segunda es la más conocida y promocionada por los medios oficiales. 

Pero acaso la primera es la que tiene una connotación más profunda, en lo religioso y en lo cultural, en la adoración a la madre tierra y en su repercusión para su ciclo de vida. Luego de la fiesta volverán a sus habituales labores, pero reconfortados de haber rendido culto a la virgen. Ellos no participan solamente para ganar premio, su devoción es una ofrenda.

Carlos Alp, fotógrafo radicado en Puno, estuvo en la entrada de k'apus (el ingreso de las comunidades), cuando se pide permiso a la Pachamama para iniciar la Festividad de la Virgen de la Candelaria. 

A continuación compartimos sus imágenes:


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