Mulero invitado: Leo Casas Ballón


La vida de José María Arguedas, su obra literaria y antropológica, así como su muerte y su recuerdo entrañable están impregnados por la música. 

Fue el intelectual que, con mayor claridad, énfasis y persistencia, mostró la importancia de la música folklórica y de sus intérpretes genuinos en el proceso social y político del pueblo quechua en particular y de los pueblos andino y urbano-popular en general.

Abordó en forma militante y comprometida la recopilación, el estudio, la promoción, difusión y defensa de la música vernacular en sus más diversas variantes, cuando la cultura andina era acosada por la hostilidad, la indiferencia, el prejuicio o desconocimiento (entre los años '40 al '69).

En un país como el Perú y en una época de antagonismo entre indígenas, cholos y mestizos, propugnó la alianza de dichos sectores sociales, teniendo al canto, la música y la danza como punto de partida, encuentro y proyección con claro contenido social y político, orientado a la transformación social y liberación nacional.

Sus trabajos de recopilación de música y canciones de las diferentes regiones del Perú y en la diversidad de ritmos, géneros y formas de vocalización e instrumentación, comenzaron en 1947, desde su cargo de conservador general de folklore del Ministerio de Educación, siguiendo con el mismo entusiasmo y con creciente apoyo oficial entre 1950 y 1952, ya como jefe de la sección de Folklore del MINEDU. Esta proficua labor continuó a partir de 1953, cuando es nombrado jefe de Estudios Etnológicos del Museo de la Cultura Peruana.

La recopilación se intensificó a partir de agosto de 1963, al ser designado Director de la recién creada Casa de la Cultura del Perú. La estrategia fue genial, sencilla y eficaz. Consistía en tomar una prueba de suficiencia a los intérpretes, a quienes luego se les otorgaba un carnet que los acreditaba como artistas con autorización oficial de la Casa de la Cultura del Perú. Se grababa y guardaba la evaluación efectuada. A su vez, el carnet era un reconocimiento valoración oficial a trabajadores de un arte marginal, menospreciado, vilipendiado y aun reprimido en la capital de la República y otras ciudades.

La diligencia de Arguedas hacía que los más destacados músicos y cantantes actuaran en el auditorio de Radio Nacional del Perú, que transmitía el programa en vivo y en onda corta a todo el país. Ese era el medio perfecto para la consagración de un artista en su pueblo natal, en su provincia y región, así como entre los migrantes que ya llegaban a Lima por oleadas desde el año 1940.

Servía también como trampolín para llegar a los coliseos y a las empresas discográficas. Igualmente, ese carnet era como un escudo contra la explotación de dueños de los coliseos, radioemisoras privadas, empresarios discográficos y de espectáculos que los llevaban a actuar en centros mineros y ciudades del interior.

No hay duda de que estas audiciones fueron un auténtico TINKUY (encuentro intercultural) entre músicos y cantantes de diferentes regiones, géneros y estilos. Esta intensa y fecunda interacción se ampliaba en los coliseos y se multiplicaba por las ondas de Radio Nacional del Perú, teniendo a José María Arguedas como nexo, puente, amalgama, entusiasta animador y padrino.

Intérpretes que él conoció en la casi clandestina celebración con sus paisanos reunidos en los extramuros limeños o en esos formidables refugios llamados Coliseo Nacional y Coliseo Dos de Mayo, merecieron elogiosos y encendidos artículos en prestigiosos diarios de Lima, convirtiéndose luego en artistas consagrados.

Entre ellos tenemos a los guitarristas Gaspar Andía Fajardo y Raúl García Zárate; cantantes como Pastorita Huaracina, Picaflor de los Andes, Embajador de Quiquijana, Jilguero del Huascarán, Flor Pucarina, Cresencio Orozco, Qosqo Llaqta; conjuntos como Lira Paucina, Jilgueros del Hualcán, Qori Qocha de Querobamba, Caraybamba de Apurímac, Sol del Cusco (después Sol del Perú), Centro Musical Andino de Huancayo, etc.

También merecieron su amistad y sincero aliento músicos como el arpista y prolífico compositor cusqueño Gabriel Aragón, el charanguista, cantante y compositor ayacuchano Jaime Guardia, los quenistas y directores de sendos conjuntos César Gallegos, Alejandro Vivanco y Luis Durán; los charanguistas y cantantes cusqueños Julio Benavente y Pancho Gómez Negrón, el violinista ayacuchano Máximo Damián, el guitarrista, compositor y cantante ancashino Jacinto Palacios, el guitarrista y cantante apurimeño Manuel Silva “Pichinkucha”, la cantante cusqueña Julia Peralta.

Arguedas deparó también su estímulo a Andrés Alencastre “Killku Warak'a” (poeta quechua cusqueño, cantante y excelente intérprete de charango, pinkuyllu, rondín y quena), así como a los hermanos Chiara (ayacuchanos danzantes de tijera); a los violinistas, compositores y directores de orquesta típica de Jauja y Huancayo Tiburcio Mallaupoma y Zenobio Dagha, respectivamente; a las cantantes wankas hermanas Olga, Esmila y Zoila Zevallos y a muchos más, que gozaron del aprecio de Arguedas, quien los exhortaba a seguir interpretando la música y el canto de sus respectivos pueblos con autenticidad y respetando sus características tradicionales.

Así como prodigaba elogios y aliento sin regateos a los mencionados intérpretes y muchos otros más, Arguedas no dudó en criticar con dureza a la cantante Ima Sumac, al músico Moisés Vivanco y al arpista Florencio Coronado, por desvirtuar el canto y la música tradicional andina con fines comerciales .


(Ilustración: armoniahuanta.blogspot.com)