En Westworld, la última serie de drama, violencia y fantasía de la cadena HBO, un parque de diversiones de élite les permite a sus visitantes visitar el Lejano Oeste estadounidense. En el mundo sin ley de la posguerra civil, los ‘huéspedes’ humanos son entretenidos por ‘anfitriones’ androides, con los que pueden hacer lo que les venga en gana: beber, salir por aventuras, jugar, violar, humillar, matar. Aunque en apariencia el caos reina en el parque, empujando a los huéspedes de una aventura a la otra a través del azar y la coincidencia, Westworld es supervisado y gobernado estrictamente por los humanos de la compañía Delos, que mantiene a cada androide bajo una narrativa de personaje que se repite una y otra vez, encajando a la perfección con las demás.

Durante la primera temporada de la serie, que terminó el último fin de semana, Westworld muestra cómo funciona el parque y las relaciones entre humanos y androides a través de algunos personajes clave: Dolores, una androide bella e inocente, y William, un huésped enamorado de ella; Maeve, la androide dueña del burdel; el Hombre de Negro, un huésped cruel en busca de algo que él llama ‘el laberinto’ de Westworld; Bernard, un científico que trabaja para Delos y Robert Ford, el creador de los androides y visionario del parque.

Cada personaje, además, parece dedicado a hacer su propia pregunta en torno a la naturaleza humana, integrando en Westworld muchos de los temas que la ciencia ficción se ha dedicado a explorar desde principios del siglo XX. Gracias a la habilidad narrativa de los creadores Jonathan Nolan (Interstellar, The Prestige) y Lisa Joy la densidad de las preguntas planteadas por la serie no interfiere con el entretenimiento, dándole a HBO una muy necesitada salvación de la sequía de buen drama en la que estaba hasta este octubre. Aunque para algunos críticos Westworld no ha estado a la altura de otras series, como Game of Thrones, quizá el problema yace en esa comparación: mientras el gancho de Game of Thrones es su habilidad para agarrar desprevenido al espectador, Westworld quiere que uno responda a sus preguntas incluso antes de responderlas la serie –que muchas veces no da respuestas–.

Esta temporada ha servido como una especie de introducción al mundo de Westworld, presentado originalmente en una película de Michael Crichton (el autor de Jurassic Park) de 1973. Evan Rachel Wood, que interpreta a Dolores en la serie, ha hablado de la versión de Nolan y Joy como una precuela a la película, indicando que la próxima temporada (que saldrá en 2018) girará en torno a un enfrentamiento abierto entre humanos y androides. Probablemente se enfrentarán dos o más facciones de androides lideradas por Dolores y Bernard, representantes de distintas ideas sobre qué hacer ante su recién adquirida conciencia.

Exploremos el arco de estos personajes, con qué preguntas nos enfrentan y cuáles son sus expectativas futuras (si existe tal cosa):

Dolores - ¿qué es la conciencia?


Aunque se ve como una chica joven y está programada para representar la inocencia y la belleza de Westworld, Dolores es en cierto sentido la escogida del parque, y el personaje que lleva a cabo la transformación más radical de la temporada. Poco a poco, a través de recuerdos inconexos que la llevan hacia el centro del ‘laberinto’ de Westworld, Dolores encuentra en sí misma la capacidad de decidir. Con la ayuda del misterioso –y muerto– Arnold, que creó el parque junto con Ford hace más de treinta años, la androide es guiada en un viaje por su propia historia cuyo único fin es darse a luz a sí misma.

Según la teoría de Arnold, los androides podían alcanzar la conciencia siendo inicialmente guiados por una voz ajena para encontrar retos cada vez mayores y más dolorosos. Es el sufrimiento lo que la hace despertar de su programación en momentos cruciales, y para encontrar el verdadero sufrimiento Dolores se ve obligada a tomar decisiones irreversibles, perdiendo su inocencia pero ganando, o más bien encontrando, el dominio de sí que siempre fue una posibilidad de su programación.

William / el Hombre de Negro - la crueldad con sentido

Aunque inicialmente se presentan como historias separadas, William y el Hombre de Negro son dos versiones del mismo personaje separadas en el tiempo. William visita el parque por primera vez con su cuñado, el Hombre de Negro dice haber estado aquí incontables veces. Mientras William comete el error de enamorarse de Dolores a pesar de saber que es una androide, el Hombre de Negro no tiene ninguna consideración por el sufrimiento y las ‘vidas’ de los androides que lo rodean.

Lo interesante del arco del Hombre de Negro es que esa aparente falta de consideración por el sufrimiento de sus juguetes es también una búsqueda: durante una de sus visitas, el dolor extremo de Maeve tras el asesinato de su hija le dio un atisbo de la conciencia que Dolores también está buscando. Su misión es descifrar el código que Arnold ha creado para bloquear la conciencia de los androides y permitirles no solo ser libres, sino también agredir realmente a los huéspedes humanos. Aunque no es él sino Dolores quien consigue alterar los códigos de control de los androides al final de la temporada, quizá después de todo el Hombre de Negro consiga lo que más parece querer en el mundo: ser asesinado por su amada robot.

William, treinta años antes de la sanguinaria versión de sí mismo que vemos en el Hombre de Negro, todavía no entiende cómo funciona Westworld y qué reglas rigen el comportamiento de Dolores y los demás anfitriones. Aunque parece tener razón al sentir que Dolores tiene más conciencia que los otros, todavía no tiene idea de lo que está en juego al pensar que puede ‘liberarla’. Mientras William aprende a jugar el juego de Westworld, pasa de ser un tipo inocentón y tímido a encontrar un lado de sí que estaba latente todo el tiempo: capaz de cualquier cosa para conseguir un objetivo, el Hombre de Negro se empieza a dibujar en su carácter, y con cada paso que da se vuelve más claro que no hay vuelta atrás.

Maeve - ¿existe el libre albedrío?

En paralelo con Dolores, la madama del burdel de Westworld adquiere poco a poco conciencia de sí. El retorno repetitivo al momento de dolor extremo cuando el Hombre de Negro mató a su hija la hace despertar de la eterna repetición de su día a día. Aunque al final parece que ese despertar también fue parte de su programación, Maeve toma la decisión propia de buscar a su ‘hija’ en vez de huir de Westworld. Pareciera que, como con Dolores, Ford ha ayudado a Maeve a salir de su ‘loop’, llevándola hasta el momento crítico de tener que tomar una decisión por sí misma. Se reitera así la idea de que la libertad o la conciencia se demuestra solo en condiciones de extremo sufrimiento o tensión, postulado que Westworld parece hacer aplicable también a la conciencia o libertad humanas.

Bernard - justificaciones o mentiras

Pobre Bernard. Después de treinta años trabajando con Ford como diseñador y programador de androides, el personaje más melancólico de la televisión tiene que descubrir una y otra vez que en realidad él mismo es un androide. Diseñado por Ford para parecerse a su amigo y socio Arnold, Bernard –como Arnold– desarrolla una simpatía para los androides que, incluso antes de conocer su propia naturaleza, lo hace sentir culpable. Para colmo de males, al ser un androide debe aceptar que lo único que lo hacía seguir adelante, el dolor por la muerte de su hijo, también es una mentira. Otra vez, se unen aquí el sufrimiento y el duelo con la conciencia de sí.

Siendo una imitación en apariencia bastante buena de Arnold, Bernard tiene profundas preocupaciones morales. Al principio, esas preocupaciones se refieren a cómo impedir que los androides tengan sentimientos reales. Al darse cuenta de la verdadera situación, Bernard considera –como consideró en su momento Arnold– que el parque no debería existir, porque tener androides capaces de pensar y actuar por su cuenta equivale a tener esclavos. En última instancia, Bernard termina en el mismo lugar que Dolores, pero en la posición opuesta: donde ella quiere vengarse a toda costa de los humanos, él sabe que ‘los placeres violentos tienen fines violentos’. Esta contraposición probablemente jugará un rol importante en la próxima temporada, cuando el resto de los androides terminen de tomar conciencia y haya que decidir cómo actuar ante la existencia de dos razas inteligentes sobre la tierra.

Ford - creación y divinidad

Con una maestría que ningún actor de menor escala que Anthony Hopkins habría logrado, el autoproclamado Dios de Westworld pasa la primera temporada caminando por la fina línea que separa al genio del villano. Aunque insiste una y otra vez en que los androides no son más que máquinas, Ford resulta ser el único que entiende realmente cómo funcionan y, en un acto final de egoísmo mezclado con sabiduría, les da la libertad de elegir. Como habían sospechado los ejecutivos dueños del parque, Ford prefiere romper su juguete a entregárselo a la empresa, pero lo hace de una manera que ellos no se esperaban: borrando las reglas que separaban a los humanos de los androides y destruyendo cualquier posibilidad de controlar el parque. Según su propia lógica, la consecuencia de darles libertad a los androides implica empezar una guerra entre ambas ‘razas’, y Ford se convierte en la primera víctima de esa guerra.

Ahora, con el creador muerto y unas criaturas más poderosas que los humanos fuera de control en el parque, contener su expansión será la mayor tarea de la segunda temporada y, a juzgar por la escena post créditos en la que una androide se arranca el brazo para seguir peleando, la fuerza no será una efectiva para luchar contra los androides. Las posibilidades de negociar tampoco son muchas: como se ha visto a través de las acciones tanto de Maeve como de Dolores, la esclavitud y la crueldad no crean súbditos misericordiosos. A diferencia de Jurassic Park –cuya historia fue escrita por el creador del Westworld original, Michael Crichton–, donde los dinosaurios se limitaban a responder a sus instintos, la revolución de las máquinas de Westworld implica salir del instinto –la programación– para iniciar una imprevisible y justa (?) lucha por la libertad.


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