“Ni una mujer menos, ni una muerta más”, escribió Susana Chávez, poeta mexicana y defensora de los Derechos Humanos, que asesinaron en el 2011 “como mataron a las mujeres que ella defendía”, dijo su padre al sepultarla en uno de los cementerios más antiguos de su ciudad natal. Aquella frase, que por años fue empuñada por organizaciones y simpatizantes que luchaban por esclarecer los feminicidios en Ciudad Juárez, pasó a convertirse en un movimiento de protesta que se manifestó por primera vez, el año pasado, en ochenta ciudades de la Argentina, luego en Uruguay, Chile y en agosto de este año, también en Perú. Aquí, dos sentencias judiciales que dejaron en libertad a hombres acusados de agredir a sus ex parejas, fueron detonantes para que, gracias a la iniciativa de un grupo en Facebook llamado Ni una menos: movilización nacional ya –formado por más de 50.000 miembros, se abriera paso a una de las marchas más importantes de nuestra historia.
trazando la ruta

Diana había asistido, para entonces, a muchas otras marchas antes. “Algo que no dejé de hacer desde la universidad, fue frecuentar al grupo de amigas que hice a partir de una semana feminista a la que fui. Teníamos un grupo de estudio, nos juntábamos a leer, porque para mí no era solo el hecho de querer interpretar de una manera visual al feminismo, sino que el investigar me acercaba mucho más a lo que yo quería convertir en un propósito de vida, vivirlo realmente”, cuenta la actual artista visual que estudió pintura en la Universidad Católica, pero que dejó de pintar desde que egresó. “De niña, mi mamá me inscribía a cursos de pintura, pero nunca lo vi como una carrera, ni siquiera sabía que existía”, asegura Diana quien descubrió la facultad de arte cuando estudiaba en la pre. “Me di cuenta que si postulaba a esa facultad sería más fácil ingresar en comparación a diseño gráfico que tiene más inscritos, y de hecho ingresé como en el puesto 53 de 57, claro, todo el verano había sido letras, números y nada de arte”.

S/T de la serie minando identidades. calado a mano sobre fotografía por Diana Solís.

Si bien Diana convenció a sus padres, quiénes esperaban que ingresara a una carreta de letras, que había sido una táctica para luego cambiarse, con el tiempo y su improbable traslado, se quedó en la pintura a pesar de la propuesta de su padre para continuar mejor con el diseño. Diana se negó sospechando que con la pintura se sentiría más cómoda “pero al final ni siquiera pasó eso”, cuenta. Mucho antes del #13A, incluso antes que el grupo Mujeres Resistencia la contactara para diseñar un afiche convocando a una reunión abierta, Diana había dejado la carrera de pintura tras que la jalaran en su penúltimo ciclo. “Los tres primeros años, casi cuatro, de la carrera, me sentía bien de estar pintando expresionismo abstracto, estar en contacto con Pollock, Kooning, pero sentía que necesitaba hacer otras cosas para poder expresar mejor lo que yo quería hablar en ese momento”, porque Diana había empezado a trabajar en la biblioteca de su facultad, cuando recibieron un gran lote de libros desde España acerca de política y arte hecho por mujeres.

“No me acuerdo si eran de una ONG, pero había que codificarlos, tomarse el tiempo de revisarlos para luego hacer el inventario. Ahí encontré mucho de arte contemporáneo y de vanguardia que no había explorado antes con esa atención. Me sorprendí y como justo estaba estudiando Historia del Arte 6, el último del curso, le pregunté al profesor si veríamos algo acerca de ese arte feminista y dijo que no, que no entraba en la currícula. Me dio más curiosidad e investigué por mi cuenta, y si bien me daba mucha más libertad también generó más conflicto con mis profesores que entre otras cosas repetían: “estudias pintura, deberías pintar”, eso me causó mucha inseguridad con mi obra”, asegura Diana que empezó a explorar otras técnicas, “dibujaba mucho más, probé otros materiales, no me quería ceñir solo al oleo-lienzo, también hice una instalación dentro del taller, unos mapas topográficos dibujados con un taladro, a partir de ese trabajo sentí que el tema que quería abordar era la identidad: quién soy, dónde estoy, todas esas preguntas que te haces constantemente”, cuenta.

topografías imaginarias por diana solís.

definiendo el camino

Después esos mapas se convirtieron en dibujos y “luego empecé con mapas reales de la ciudad, donde mostraba cómo Lima es una sociedad trazada urbanísticamente para que sea una ciudad paternalista, quería abordar ese paternalismo que yo siento con respecto a la gente que me rodea y trataba que no sea tan implícito, que la gente que lo vea, de cualquier género, al final llegue a ese cuestionamiento como yo”, recuerda Diana. Después de eso la jalaron, “porque los profesores pensaban que debía haber estudiado antropología, periodismo, algo así. Al siguiente ciclo me salí y en todo ese tiempo me peleé por completo con todo lo que tenía que ver con arte, a excepción que trabaja en una librería de arte, durante seis meses, sentía que había fallado, pero cuando volví al siguiente año traté de amistarme con la pintura y acabar. Llega un punto en el que la universidad ya no te puede seguir aportando nada más, y solo quieres cerrar ese capítulo y empezar a vivir”.

Si bien Diana no pinta desde entonces y la universidad fue el camino para que después de esa semana feminista, vaya de marcha en marcha conociendo cada vez a más gente, fue por necesidades económicas que tuvo que aprender Photoshop e Illustrator lo que la llevó a esto de la ilustración, lo que la empujó a seguir dibujando. “El año pasado el grupo de Mujeres Resistencia lanzó una convocatoria abierta cuando PPK salió electo, para organizar y presentar una agenda política, yo me ofrecí para el equipo de audiovisuales y gráficas, en ese momento tenía mucho trabajo y solo podía colaborar desde mi casa. Las chicas de ese grupo fueron quiénes me pasaron la voz este año, la idea era hacer un flyer para una convocatoria abierta cuando surgió lo de Ni una menos. Pensé cómo hacer algo que llame la atención de todas, que no solo se quede en el mismo grupo, que se expanda, conseguir que el sector que está cero familiarizado con una marcha feminista se conecte”, explica.

Así Diana recuerda cómo utilizó algo que estaba de moda –“las manitos”– se valió de ese código para transfigurar el tan emblemático símbolo del “pinky promise” y llevarlo a un consistente “vamos juntas por algo”, comenta Diana quien no deja de sorprenderse con el impacto que ha tenido esa gráfica. “Ya había empezado este grupo de Ni una menos: movilización nacional ya y decidí subir ahí la imagen para que se vaya compartiendo. De pronto un like, dos, 100 en una hora y después hasta más de tres mil me gusta y no sé cuántas veces compartido. La gente empezó a usarlo como imagen de perfil y a pedirme la adaptación para la foto de portada. Luego me la pedían en alta resolución para hacer polos, pines, etc.”, cuenta la ilustradora de la ya, internacionalmente, reconocida imagen de esta importante movilización. Los “deditos” de Ni una menos Perú se ha visto en Chile, Argentina, México, España e incluso Islandia.

foto: Lilith Albornoz.

Pero aquí su impacto ha llegado a cumplir uno de los sueños de Diana al publicarse una versión de su trabajo en el suplemento de humor “El otorongo”. “Mi sueño de chibola era trabajar ahí haciendo ilustraciones que hablen de política. Cuando vi lo que había hecho Carlos Lavida –a quién agradezco por las distintas geniales versiones de mi ilustración, sentí que ya puedo morir en paz”, comenta la activa directora de arte, porque Diana trabaja en eso: fotos, videos y espera que pronto lleguen cortos o largometrajes. Por ahora se unió al equipo gráfico de Transcinema Festival Internacional de Cine‎ que inauguró este viernes y que va hasta el 9 de diciembre. “Hice unas modificaciones para el catálogo web y ahora espero tener otros proyectos pronto, pero lo que sí me gustaría es seguir colaborando con lo que sea para que cualquier movilización en contra a la violencia y la discriminación contra la mujer no se quede en tan solo una marcha”, concluye Diana Solís.