Fidel Castro era un personaje lleno de contrastes y rodeado de enigmas. Su vida pública era una y su vida privada otra, de la que se ha dicho mucho y escrito más, como el relato de uno de sus guardaespaldas, ya fallecido, quien contó en un libro que el fallecido líder de la Revolución Cubana llegó a tener más de 20 mansiones, yates y criadas; o como cuando su amigo, el desaparecido Nobel colombiano Gabriel García Márquez, quien lo conoció mejor que mucha gente, decía que nadie sabía en realidad quién era en verdad Fidel Alejandro Castro Ruz (incluso ese tampoco sería su nombre real).

Sea como fuere, una de las pocas certezas que había en torno al líder cubano es que estaba en contra de todo tipo de culto hacia las personas. En Cuba no hay estatuas ni calles ni ciudades con su nombre; tampoco sellos postales o billetes o monedas con su rostro.   

De hecho, en Cuba, donde este lunes se iniciaron las exequias que concluirán el próximo domingo con el entierro de Fidel Castro, no habrá un mausoleo con su cuerpo embalsamado donde la gente pueda rendirle tributo, como el Mausoleo de Vladimir Lenin -la Tumba de Lenin- en la Plaza Roja de Moscú, por ejemplo; o el Mausoleo de Mao Zedong, en la Plaza de Tiananmen de Pekín, donde se le rinde culto al fuera presidente del Partido Comunista de China desde 1943 hasta su muerte en 1976.  

Estas es la Tumba de Lenin en la Plaza Roja de Moscú.

Uno de los últimos deseos de Feidel fue lo que cremaran, según reveló su hermano Raúl cuando anunció la muerte del líder revolucionario en un mensaje televisado. Así ocurrió. Y ahora sus cenizas están expuestas en la Plaza de la Revolución de La Habana; luego, el miércoles, partirán en un cortejo fúnebre que recorrerá unos 1.200 kilómetros de la isla hacia su última morada, en el Cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba.

Una de las tantas historias en torno a Fidel cuenta que, en 1959, el escultor italiano Enzo Gallo Chiapardi hizo una escultura de líder cubano poco tiempo después de que derrocara a Fulgencio Batista. Castro ordenó destruirla y luego prohibió la conmemoración de seres vivos con monumentos o nombres de calles. 

La bautizó como la Ley de la Revolución:

"Una de las primeras leyes de la Revolución, estableciendo la prohibición de ponerle el nombre de ningún dirigente vivo a ninguna calle, a ninguna ciudad, a ningún pueblo, a ninguna fábrica, a ninguna granja; prohibiendo hacer estatuas de los dirigentes vivos; prohibiendo algo más: las fotografías oficiales en las oficinas administrativas".

Castro pasó años explicando en entrevistas por qué rechazaba la "la idolatría" y "la creación del culto a la personalidad". Según explicaba, las consideraba peligrosas para los objetivos de la Revolución. "No existe culto a ninguna personalidad revolucionaria viva", dijo en una entrevista en 2003. "Los que dirigen son hombres y no dioses", agregó.

Aunque se desconoce cuál fue la justificación que dio Fidel para ser cremado, lo cierto es que la reticencia a rendir culto a la personalidad que pregonaba se refería a los dirigentes vivos. "Aquí no hay estatuas de nadie, aquí las únicas estatuas pertenecen a los que ya rindieron su vida por la causa", manifestó él mismo en su discurso de marzo de 1966. 

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