Un día cualquiera, doce objetos voladores no identificados aparecen en doce lugares aparentemente aleatorios alrededor del planeta tierra. Suspendidas a unos metros de la superficie terrestre, las gigantescas naves no presentan más actividad que la apertura de una especie de puerta cada dieciocho horas. Cada uno de los países en cuyo territorio se ha instalado una nave se aproxima de manera distinta al problema, y la trama de Arrival sigue al equipo designado por el gobierno estadounidense. Aunque inicialmente se presentan tres agentes que encaran la situación –una lingüista, un físico y un militar–, el equipo de física rápidamente se adjunta al de lingüística, y la especialista Louise Banks (Amy Adams) toma la batuta en la investigación. Su objetivo es saber qué hacen aquí las naves, de dónde vienen y si sus intenciones son pacíficas o no.

Claramente, este drama de ciencia ficción dirigido por Denis Villeneuve tiene, en el fondo, más en común con una discusión teórica sobre los alcances del lenguaje que con otras películas sobre contacto extraterrestre, como la fallida Día de la Independencia 2. El film se desarrolla durante las sucesivas reuniones entre Banks y dos de los tripulantes de la nave, llamados heptópodos gracias a sus siete patas al estilo de tentáculos. Las reuniones se intercalan con recuerdos o visiones de Banks en las que ve a su hija Hannah nacer, crecer y finalmente morir joven. Así, Arrival trata más de la transformación de su protagonista, una mujer intelectual que piensa que el lenguaje es la base de toda sociedad, que de alguna aventura épica para salvar al planeta. En última instancia, la historia sí se trata de salvar al planeta, aunque no de la manera en que usualmente se presenta esta salvación en el cine.

A pesar de que sus aspiraciones son puramente intelectuales, Arrival inserta escenas de ‘acción’ representando lo que pasa en el mundo mientras Banks y compañía intentan resolver el acertijo del lenguaje alienígena. Así, se ven los motines, revueltas y descontrol en las ciudades ‘afectadas’ por la crisis. Además, hay una fuerte insistencia en la batalla geopolítica por decidir qué hacer ante la supuesta amenaza. Presentadas por medio de falsos noticieros y tomas supuestamente grabadas con celular, estas escenas se sienten extrañas al resto de la película y parecen responder más a un requisito de acción de parte de Hollywood y su público que a una necesidad intrínseca de la trama. Por supuesto, además, el gobierno chino es representado por militares autoritarios, y el ruso no da la cara sino cuando ejecuta a sus funcionarios.

La idea detrás de estos conflictos, que pudieron haberse expresado sin duda de una manera más coherente con el resto de la película, es contrastarlos con la colaboración entre los científicos de los diferentes países. El mayor trabajo del equipo de Banks parece consistir en hablar por Skype con sus colegas extranjeros, intercambiando información y completando el cuadro inmensamente detallado de la escritura heptópoda. Villeneuve tiene en este sentido una intención claramente contramilitar, presentando incluso a los soldados estadounidenses (con la excepción del personaje de Forest Whitaker) como un grupo reaccionario, sordo a razones y listo para jalar el gatillo ante la más mínima provocación. El director es aquí tan realista, entonces, como en Sicario, donde presentaba la brutalidad de un pragmatismo militar cuyo único objetivo era matar.

También en paralelo con Sicario, Villeneuve escoge en Arrival una protagonista mujer cuya vida gira en torno a su carrera. Aunque esta vez sí hay un elemento romántico en la línea narrativa de la protagonista, quien vea la película entiende a la vez por qué eso no significa que su dirección en la vida se reduzca al amor ni que su personaje solo esté completo una vez que tiene una relación. Incluso se podría decir que la conclusión que Arrival le da a Louise Banks es todo lo contrario.

En cuanto a la solución del ‘problema alienígena’, la película no echa demasiadas luces y puede resultar frustrante para el espectador ávido de respuestas. Villeneuve, en su adaptación del cuento de Ted Chiang, se limita a soltar algunas hipótesis provocadoras, esperando quizá dar qué pensar sobre cómo definimos los humanos nuestra conexión con las personas y el mundo que nos rodea en vez de dar lugar a eternas discusiones sobre la vida en el espacio. Para quien haya visto Interstellar, puede ser útil una comparación de Arrival con la solución igual de ‘científica’ pero profundamente existencial (y, por lo tanto, personal) de la épica en el espacio de Christopher Nolan. Villeneuve le da al drama de Amy Adams un enfoque local (terrícola) y, por eso, político.


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