Por Manuel Angelo Prado y Raúl Lescano 

A finales del mes de junio de este año, el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) dieron uno de los pasos más importantes en cuatro años de diálogo: el cese al fuego y la dejación de armas. Desde entonces los análisis políticos sobre el acuerdo han abundado. Pero un conflicto que se encamina a su final después de cincuenta años, que tiene como uno de los actores a uno de los grupos guerrilleros más antiguos del mundo, que ha llevado a Colombia a ser el segundo país con mayor cantidad de desplazados (3,7 millones), que apuesta por una solución negociada en un momento en que el mundo parece inclinarse, por el contrario, a los fanatismos, requiere también otro tipo de miradas más allá de las que pueda aportar la ciencia política.

Por eso LaMula.pe, aprovechó la venida al país de la delegación colombiana a la Feria Internacional de Libro, para conversar sobre este momento histórico con cuatro de sus principales representantes contemporáneos de su literatura y periodismo: la poeta Piedad Bonett, reconocida en los últimos años por ahondar en la importancia del duelo; el escritor Juan Gabriel Vásquez, que plantea sus novelas desde el cuestionamiento a las historias oficiales de los países; el periodista Alberto Salcedo Ramos, que ha contado historias como las del médico que le salvó la vida a Ingrid Betancourt, los procesos de reinsersión que llevan a cabo los exsecuestrados o la matanza de El Salado, una de las brutales del conflicto; y William Ospina, que ha desarrollado una trilogía novelística enmarcada en la época de la Conquista colombiana.

Piedad Bonnett decía que lo más dificil del duelo no es la verbalización sino lo que viene después de esta. En el caso del fin de la guerra se ha verbalizado a través de un acuerdo oficial. ¿Cuán difícil consideran que será lo que viene después, la reconciliación?

Piedad Bonnett (PB): Muy difícil. Primero porque las condiciones para hacer la paz no están completamente dadas, en el sentido de que la paz verdadera se construye a partir de la equidad social y las clases dirigentes no han propiciado verdaderos procesos que saquen a las regiones del olvido. Será un camino largo y que necesita mucha voluntad política, con líderes que estén a la altura de la elección que acabamos de hacer y que vamos a llevar a referéndum. Además habrá muy probablemente una ultraderecha intolerante y violenta porque el odio toma mucho tiempo para erradicarlo. Nos espera un escenario muy duro.

Juan Gabriel Vásquez: "Hoy genera más temores una paz desconocida que la guerra que ya conocemos".  (Foto: Raúl García / LaMula.pe)

Juan Gabriel Vásquez (JGV): Una de las cosas que estamos haciendo en La Habana y que quizás sea una de las más importantes, a pesar de que no toma tanto espacio en la prensa, es la construcción de un relato que cuente los últimos cincuenta años en Colombia. Este medio siglo es uno si lo cuenta el Gobierno, otro si lo hace la guerrrilla, y otro si lo lleva a cabo la sociedad civil. E incluso, dentro de la sociedad civil, hay varias versiones de ese relato porque no es igual la perspectiva de la víctima de una masacre paramilitar que de la de un atentado terrorista. Hay que entender que parte de la reconciliación pasa por aceptar la existencia de distintas verdades. Esto va implicar, considero, reabrir ciertas heridas, pero todo dentro de un proceso, en el cual yo tengo confianza.

Alberto Salcedo Ramos (ASR): Es muy difícil porque ha habido mucha mezquindad política y se ha satanizado el acuerdo de la desmovilización. Los expresidentes Andrés Pastrana y Álvaro Uribe se han convertido en un palo en la rueda de la paz. Curiosamente los dos, en sus momentos, buscaron el diálogo con las FARC. Pastrana se hizo elegir presidente ofreciéndole al país una mesa de diálogo con las FARC; y Uribe, a pesar de que es un hombre guerrerista, también buscó un acercamiento a las FARC porque se dio cuenta de que el conflicto estaba en un terreno irresoluble. Ahora ambos boicotean el proceso porque ven que el país está logrando lo que ellos quisieron y no pudieron. En Colombia es más fácil desmovilizar a los grupos armados que a los políticos mezquinos. Desaparecerá el actor armado que devolverá su fusil, pero seguirá vigente el discurso incendiario de los enemigos del proceso. No es un misterio que la guerra ha sido un gran negocio para mucha gente. Yo me pregunto si quienes llevan tanto tiempo disfrutando del negocio redondo que es la guerra se van a quedar cruzados de brazos aceptando un acuerdo que conspira contra sus intereses.

William Ospina, usted dijo en otra oportunidad que Colombia necesitaba un baño de memoria. ¿Considera que la firma del acuerdo de paz es el inicio de ello?

William Ospina (WO): Espero que sea una de las cosas que se logren con estos esfuerzos. La historia de Colombia ha sido una con muchas guerras, y estas han cortado con las tradiciones y con la memoria común. Las guerras traen desplazamientos, una ruptura en la relación con la tierra de cada uno, con el pasado. Esto impide que haya continuidad en las costumbres, en las tradiciones. La mayor parte de las personas que viven hoy en las ciudades de Colombia tienen un poco borrada la conciencia de su origen, de su procedencia y eso también impide que haya una identificación con los otros. Todos nos miramos como extranjeros, como desconocidos y no somos plenamente conscientes de cuáles son los vínculos que nos unen y cuál es nuestra memoria común. Claro, son procesos largos pero que requieren la paz para cumplirlos.

Después de cincuenta años de guerra, ¿cuán extraña se puede percibir la paz? ¿Qué significado tiene, en ese panorama, una noticia como el acuerdo de paz?

JGV: La guerra es una enfermedad crónica para un país. No se muere de ella, pero se está enfermo durante un tiempo y te acostumbras a la enfermedad. Hoy, para los colombianos, genera más temores una paz que no conocemos que la guerra que ya conocemos. Una paz que no conocemos, que ocasiona que las reglas de la vida cambien, nos genera muchas ansiedades.

Alberto Salcedo Ramos: "En Colombia es más fácil desmovilizar a los grupos armados que a los políticos mezquinos". (Foto: Raúl García / LaMula.pe)

ASR: Yo tengo 53 años y a lo largo de mi vida no recuerdo haber disfrutado un solo día de paz. En Colombia la agenda informativa siempre contiene la palabra guerra. Me he despertado con noticias de magnicidios, masacres, voladuras de oleoductos, ataques con cilindros de gas propano que son utilizados como proyectiles. Hemos padecido todas las formas de violencia. Me pregunto por qué suponer que un acuerdo de paz sería peor que cincuenta años de guerra. Es absurdo. Es el argumento que utilizan los guerreristas para legitimar esta confrontación que les resulta tan rentable. Lo difícil en Colombia no es solo desmovilizar a los grupos armados, sino desarmar el discurso incendiario de quienes, sin agarrar el fusil, mueven los hilos ocultos de nuestra guerra.

Colombia durante bastante tiempo fue el símbolo de la violencia y el narcotráfico. Ahora, por el contrario, es un ejemplo de políticas progresistas a nivel cultural, urbano, social. El acuerdo marca el mayor hito de esta tendencia. ¿Cuán distinta es la realidad colombiana que han conocido al retratarla en sus obras de la imagen que se promueve a nivel más o menos oficial?

PB: La visión oficial de un país siempre es optimista porque ese es el deber del Estado. Para eso se maquilla la realidad, para ocultar las tareas que no se han podido hacer. Esa es la cara que Colombia muestra afuera. La otra es la visión muy compleja porque involucra el imaginario de muchos colombianos que crean muchas 'colombias'. Sucede también que los colombianos durante años de ver o padecer la violencia, aprendimos a vernos de manera muy negativa. Si a ti, desde chiquito, te hacen ver tus propios defectos o penalidades, no vas a construir una personalidad poderosa. Además, hemos sido estigmatizados en los aeropuertos del mundo. Hemos sidos caricaturizados, incluso por nosotros mismos con esas series horribles donde los narcotraficantes son los héroes y los otros son personajes de cartón. Esa visión pesimista está arraigada en nosotros y es muy difícil desarraigarla. Por eso hay tanta reticencia para la paz. Se necesita ahora mucha paciencia y fe.

ASR: Colombia es el país más difícil de entender en el planeta. Es un país que oscila entre lo dramático y lo folclórico. Todo es dramático, pero nada es serio. Es un país que se acuesta con la noticia de un hecho violento y se levanta con la noticia de una mujer que se rellenó los corpiños con trapos porque quería fingir un embarazo de ocho hijos para engañar al marido. Sí es cierto que en los últimos años ha habido un activismo notable en favor de las libertades públicas y los derechos civiles, pero todavía hay mucha gente de poder empeñada en imponernos su moral religiosa y su visión acerca de la sexualidad y la familia. Si tú llegas a Colombia y te pones a ver el noticiero en la televisión, los diez primeros minutos te dan la sensación de que estamos en el cataclismo, de que el país se está cayendo a pedazos. En los últimos diez minutos de ese mismo noticiero ya no pensarás que estamos en guerra, sino en un país fiestero y farandulero. Tú terminas confundiéndote con esa mixtura de horror y lentejuelas y nos sabes en qué país estás: si en uno frívolo, o en uno macabro e indolente. Somos muchas cosas contradictorias, y por eso es difícil saber cómo somos en realidad.

WO: Si algo comprobamos los colombianos que crecimos durante mucho tiempo encerrados en nuestras fronteras, en conflicto con nosotros mismos, es que, de alguna manera creciente, la historia es una historia mundial y que, buena parte de lo que somos, de lo que creemos ser más auténticamente, llegó de otra parte. Eso es evidente en América latina, donde las cosas que más poderosamente nos constituyen, como la lengua, la religión, las instituciones, llegaron de afuera. Hay algo, sin embargo profundamente americano en Colombia, en el Perú, en Brasil: la naturaleza. Esta sí no se parece a la de África o a la de Europa. Ni a la de Asia. Eso sí es lo nativo, pero es con lo que menos hemos dialogado. Recuperar lo más esencial de lo que somos requiere darle un lugar profundo a esa naturaleza, a esos climas, a esos suelos y esos dioses que, por su puesto, constituyen ese nicho del que crecimos.

¿Cuál consideran que es el papel que cumple la literatura o el periodismo, según el caso, en el proceso de reconciliación?

PIEDAD BONETT: "CUANDO LA GENTE INTENTA CONCILIAR A TRAVÉS DE LA PALABRA ESTAMOS DEMOSTRANDO QUE SOMOS SERES HUMANOS". (FOTO: RAÚL GARCÍA / LAMULA.PE)

PB: Desafortunamente, esas relaciones no son inmediatas o directas. Sería un oportunismo de la literatura y el arte, ponerse a trabajar muy directamente para la paz. De eso no trata la literatura. Considero que, por un lado, los escritores e intelectuales sí tenemos el deber de pronunciarnos porque es un momento coyuntural muy importante, pero no es propiamente en la literatura donde eso se va a dar. Creo que la literatura, como siempre ha sucedido, necesita un tiempo para digerir esas realidades. La realidad va a empezar a cambiar y nosotros vamos a encontrar historias o motivos. Así como García Márquez se demoró 40 años para hablar sobre la matanza de las bananeras, así nosotros requeriremos un tiempo para hablar de esa coyuntura específica de la paz.

WO: Es imposible exagerar la importancia de la poesía y de la literatura para las sociedades, porque son ellas las que le permiten a la comunidad configurar los relatos dentro de los cuales habita, ya sea los relatos racionales de esta época o los relatos míticos de otros tiempos, o los relatos fantásticos, o las grandes leyendas del origen. La humanidad, en cada época, tiene que volver a inventar su origen. Construir todo el futuro exige reinterpretar el pasado.

JGV: La literatura puede ser la encargada de lo que mencioné antes: la construcción de un relato común. Cuando hablo de literatura también hablo del mejor periodismo, las narraciones sin ficción que pueden trabajar con el material inmediato. Siempre la ficción ha necesitado cierta perspectiva para empezar a contar sus mundos. Tal vez en este caso sea así. Pero, por otro lado, llevamos, medio siglo en esto y hemos convivido tanto con esta guerra que ya hemos logrado una perspectiva desde el presente. Este ha sido un conflicto muy largo en el que todo el mundo ha descendido a niveles de crueldad y de sevicia terribles. Así como será doloroso oír el testimonio de las FARC, lo mismo pasará con el paramilitarismo y con los excesos de las Fuerzas Armadas. Creo que uno de los peores errores que podríamos cometer los colombianos sería cerrar los ojos y negarnos a enterarnos. La literatura puede darle una tercera dimensión a otro colombiano.

ASR: El periodismo tiene un compromiso con el país, pero no con el proceso como tal y tampoco con el gobierno, así este tenga las mejores intenciones. El periodismo tiene un compromiso con la verdad, aunque esto suene a Manual de Perogrullo. Queremos la paz pero eso no nos puede impedir criticar lo que haya que criticar. El periodismo debe poner en contexto el acuerdo y todo lo que se está firmando. Los colombianos somos opinadores natos, y a menudo emitimos un concepto antes de saber de qué diablos se está hablando. Por eso García Márquez decía que en Colombia no hay opinión pública sino hinchas. En Colombia hemos tenido durante mucho tiempo una guerra sin contexto porque se ha mirado de manera maniquea, como un conflicto entre buenos y malos, según las preferencias ideológicas de cada quien, y en cambio ha faltado un esfuerzo serio por buscar los antecedentes históricos.

¿Qué les genera, como escritores, que el mayor conflicto de su país se encamine a su fin no por las armas sino por el diálogo, por la palabra?

"La historia de Colombia ha sido una con muchas guerras, y estas han cortado con las tradiciones y con la memoria común". (Foto: Raúl García / LaMula.pe) 

WO: Nunca me he hecho muchas ilusiones con respecto a que el final del conflicto signifique la automática paz en Colombia. Siento que en Colombia hay demasiados problemas que resolver para que podamos hablar de una paz mínima, de una paz confiable. Pero sí sabía y sé, porque esto es apenas algo que está en proceso, que no sería por la vía de las armas, que no sería por la vía de la guerra como ese conflicto cesaría. El conflicto tiene causas sociales muy profundas y a veces los gobiernos tienen la ilusión de que firmando un contrato, un acuerdo o un decreto, automáticamente los problemas desaparezcan, pero no es así. De manera que, a este diálogo, y a los acuerdos que ojalá salgan de ese diálogo, habrá que añadirle grandes transformaciones históricas si se quiere aclimatar una paz verosímil.

JGV: Eso no tiene nada de retórico ni de teórico. Muchos de los puntos más álgidos de la negociación tienen que ver con las palabras. Por ejemplo, en el tema de la entrega de armas, en la negociación de La Habana no se habló de entrega de armas sino de dejación de armas. Y esto fue uno de los debates más duros que se dieron con argumentos de ambas partes porque la entrega de armas significa una especie de rendición de la guerrilla y eso no es lo que está pasando. Es un matiz lingüístico que se convierte en un debate político de proporciones inmensas.

ASR: Una vez escribí sobre un indígena que resuelve conflictos en su comunidad a través del diálogo. ¿Saben cómo se llama el oficio de él? “Palabrero”. Hemos intentando durante más de cincuenta años resolver el conflicto a los coñazos y no hemos podido. En parte, porque las primeras municiones de nuestra guerra no se colocan en los fusiles sino en las palabras. Nuestras discusiones públicas están muy degradas por la pugnacidad y las bajezas. Aunque suene romántico, pacificar el lenguaje nos ayudará a construir los consensos que necesitamos para tener un país más viable.

PB: Las palabras son el vehículo civilatorio por excelencia. Hay otras manera de reconciliarse que tienen que ver con los gestos: un apretón de manos, una lágrima o un abrazo. Sin embargo es la palabra que sella, verdaderamente, esos pactos. Cuando dices perdón, cuando confiesas la culpa. Cuando la gente intenta conciliar a través de la palabra estamos demostrando que somos seres humanos en el sentido más cabal de la palabra. Los que creemos que la palabra transforma el mundo –porque finalmente los escritores creemos eso– nos alegramos de que este conflicto termine así y no con el aplazamiento y la masacre de esas minorías.