Antes de jugar, piense. 

Es posible que su celular no tenga tanta capacidad para soportar una aplicación adicional a las que ya tiene. Es seguro que usted ya tiene Facebook, que de por sí, por más red social que sea y por más que comparta estados indignados sobre la situación política, publique los memes o gifs de moda, o ponga musiquitas que lo pongan filin, es como un juego. Porque hay gente que comenta lo que usted comparte, y usted le responde, y eso se vuelve una partida de ping pong múltiple, sea amorosa o violenta. Entonces, entrar al Facebook es jugar.

Lo mismo pasa con Twitter, aunque allí hay que ser más agudo. Si para escribir todo este rollo en Facebook hay que exprimir el cerebro, imagínese hacerlo de manera breve, inteligente, contundente y graciosa, en solo 140 caracteres. De pronto alguien le responde, y usted interactúa, sea que se trate de un troll o no. Y otros se suman a la chacota o al cargamontón tuitero. Eso también es jugar.

Pero usted no se conformó y descargó Instagram. Allí no hay que usar mucha letra: cuelga la fotito de su plato de comida favorito, de una postal del lugar en el que está de viaje, de un selfie con su enamorada, de los libros que compró, de la chela que se está tomando. Si le pones filtro, la foto sale bacán. También puedes colgar un vídeo de pocos segundos en el que cantas, saltas y bailas. La diferencia es que allí todos marcan su corazoncito y comentan poquito. Es un juego de poca interacción. Pero de igual forma, es jugar.

Sin embargo, usted siguió explorando y descubrió Snapchat. No contento con poner sus fotos con filtros, les coloca hocicos de perros para parecer más gracioso. Es divertido, da risa, aunque para los demás te veas idiota. Por lo tanto, también es jugar.

Seguro que hay otras redes sociales en las que, por más que se ponga serio, también juega. Pero Pokemón Go ya es el vicio total. El Candy Crush de la era Kuczynski, el Super Nintendo del Siglo XXI. Y ya no compartirás memes en Facebook, frases en Twitter, fotos en Instagram, caras de perro de Snapchat. Ahora, en todas esas redes, compartirás puras capturas de los pokemones que atrapaste, cual persecución policial, y te regodearás de ello. Y no importa la edad: lo jugarás así tengas 20 o 50 años, seas soltero o casado, viudo o conviviente, de izquierda o de derecha, de abajo o de arriba, ateo o creyente, bombero o incendiario.

Usted es libre de hacer lo que quiera. Los menos, como es mi caso, simplemente no le darán bola. Pokemón apareció cuando yo estaba en la universidad y yo descubría a Nietzsche, Foucault y Marcuse, y experimentaba un placer sexual leyendo la Guerra del Fin del Mundo, la mejor novela de Vargas Llosa; tomaba mis primeras chatas de ron; veía a Francella y a Tom y Jerry por las noches: por eso no me llama. Además, con Facebook, Twitter e Instagram (le dije no al Snapchat), es suficiente. Ya estoy jugando. Y seguro que otros de los menos tienen sus razones, similares o diferentes a las mías.

Pero la mayoría lo hará. Si usted es parte de esa mayoría, primero fíjese si la capacidad de su celular le alcanza para tal fin, como lo mencioné al principio de este texto. De lo contrario, tiene dos opciones: o borra varias aplicaciones con el dolor de su corazón; o se compra otro Smartphone. Y en segundo lugar, acuérdese que tiene familia con la que estar, amigos con los que reunirse, trabajo que hacer, materias que estudiar, pistas que cruzar, gentes que esquivar, cosas que comprar, periódicos que leer, porquerías de TV que mirar, comidas que ingerir, labios que besar. De lo contrario, estará más pendiente de los pokemones que de su vida. No vaya a terminar como Siddartha, el personaje de aquella novela genial de Hermann Hesse. Pero usted es libre de jugar.

Antes de jugar, piense.

Foto de cabecera: Aweita.pe

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