Gloria a mí nacido para cafichar, reír, joder

morirme de miedo, colocar bombas,

tener mujeres, hijos, padres, enemigos

saludar amigos, ir a bares, drogarme

llorar, amar a mi abuela, gritar en mi casa

correr sobre el césped

preguntar la hora

intentar trabajar para vivir con mi mujer

Gloria a mí

y piedad inmensa de los dioses

a la hora última de todos los días

cuando sin las luces de los actos heroicos

ni los gritos de los actos cobardes

me halle en el último rincón, el más oscuro de mi cuarto

curándome las diarias heridas, limpiándome los ojos

y no teniendo ya ganas ni siquiera de gritar.


Este poema, llamado ‘Salmo de Gloria’, fue escrito por el peruano Óscar Málaga en la segunda mitad de los sesenta y formó parte de la selección de versos que iban a integrar su primer libro. Málaga había ganado un premio por el que le correspondía una cantidad de dinero y la publicación de un poemario. Pero ya sabemos cómo es la vida, al Presidente del jurado se le perdieron todas las copias del manuscrito que fueron enviadas, las únicas que existían en el mundo.

Antes de esta triste experiencia, Málaga (quién luego ganó el Premio Juan Rulfo por 'El Libro del Atolondrado' el 2004) había publicado algunos de estos primeros textos en las antologías '… de la Poesía Peruana' y 'Estos 13' (ambas de 1973), y en la revista universitaria ‘Estación Reunida’, donde también se presentaron por primera vez los trabajos de José Watanabe, Elqui Burgos, y José Rosas Ribeyro.

Es por estas publicaciones que el joven editor Renzo Porcile llegó a la historia del libro inédito. Era una época de desenfado, rock and roll, liberación sexual, rebeldía política y experimentación con drogas, y los pocos poemas del joven Málaga que perduraron la capturaban.

Porcile y el periodista José Carlos Yrigoyen reconstruyeron el libro como si se tratara de una pieza de arqueología. El trabajo fue posible gracias a la aparición de una caja vieja en casa de la madre del poeta con documentos que databan de hace 40 años. Es así como (re)nació ‘Canciones Desentonadas y Alegres Aterrizajes Para Evitar el Suicidio (1968-1973)’ (Apollo Studio, 2016). Un libro potente cuya existencia obliga a reescribir la historia de la poesía peruana contemporánea.

Málaga ahora vive en Auckland, Nueva Zelanda. Conversamos con él a la distancia sobre esa época, la sorpresa de la aparición de un libro que daba por perdido, y cómo fue reencontrarse con versos escritos hace 50 años y hallar que, a pesar de eso, han mantenido su vitalidad.

¿Ya revisaste el poemario reeditado?

A mí el libro me encantó, y los poemas me siguen gustando. Fui hace un mes a Lima para la presentación y todo fue muy bonito. Es un libro que ya daba por perdido, y de repente pasó todo esto como por acto de magia. Imagínate, pues.

La verdad es que esos poemas no los escribí con mucha ambición. Siempre pensé que a la semana desaparecerían. Soy un sorprendido de cómo se han conservado. He encontrado, por ejemplo, el original del ‘Salmo de Gloria’, y no le quise cambiar nada. Recordé cómo ese poema me salió como un huayco. Todos ellos fueron hechos de un solo tirón, con mucha honestidad. No eran poemas profesionales, era yo. Por eso han quedado.

¿Qué sientes que tiene de especial esta colección frente a tu obra posterior?

Este libro tiene una poética muy sobria, de nostalgia, ‘cool’, que va mostrando fríamente las cosas. Mi libro tenía algo que en la época yo no había visto. Una frescura, una solidez de lenguaje a partir de algo muy simple, que además te toca.

¿Sientes que eso que cuentas es algo que no hay en tus otros libros?

No. Luego de que este libro ganó un premio, vi que había un avance de mayor conocimiento técnico, más lecturas. Pero al mismo tiempo sentí que todos empezamos a sonar igual y a hablar de lo mismo. Entonces, ya no quise que publicaran ningún libro mío. Mejor dicho, sentí que no correspondía.

Decidí encontrar una voz más propia. Eso lo logré con ‘’Arquitectura de Un Puente’’. En ese libro la poética y el verso ya me corresponden más a mí, me diferencio de los otros. Empecé a producir con más frecuencia porque ya tenía algo que creo que me pertenece.

Hablando de lo que pasaba alrededor, hubo muchos movimientos poéticos en esa época ¿Por qué no llegaste a ser miembro de ninguno de ellos?

A los 18 me fui de viaje a Chile, al regresar a la universidad (San Marcos) me encontré con un grupo de gente muy interesante, que hacía poesía muy bonita, y a la que me cruzaba en todos lados. No hablábamos tanto sobre poesía sino sobre la vida. Queríamos descubrir cómo hacerla más real, más vida. Un día me dijeron que iban a publicar una revista, y me pidieron que colabore con ellos. Eso fue ‘Estación Reunida’. Esta gente se volvió amiga mía, hasta ahora lo son. Pero yo ando solo a pesar de que tenga muchos amigos.

¿Qué sentiste cuando ganaste este premio?

Cuando mandé el manuscrito no le di mucha importancia al asunto. Al ganar, la cantidad de plata era poco interesante. Me la gasté en dos días en un viaje a Chosica (ríe). No hice mucho lío sobre la obra, tampoco. Me gustaba mi poesía, pero no consideraba que debía publicar todavía. La veía como un prefacio.

¿Un prefacio de algo que sí llegaste a escribir?

Yo estaba en conexión con mi época y ese libro es el resultado de esa conexión. Tú lees mi libro y sientes la época.

Yo lo leo, aquí y ahora en Lima, y siento y veo que no mucho ha cambiado...

Eso es lo que me gusta. Creo que mis mejores poemas deben de estar en ese libro. Los que han perdurado un poquito más: ‘’Salmo de gloria’’, ’’Nuestro amor no es un edificio de nueve pisos (Canción a nuestro amor)’’, ‘’Oda a Lucasmi”.

¿Qué sentiste cuando te enteraste que habían perdido el manuscrito?

Mucha tristeza, pero la verdad, los libros se pierden. Yo tengo, además, una cualidad para ello. He perdido otro también, que era bastante grande.

Íbamos seguido a una peña donde siempre había gente de edad tocando música criolla. Un día fui con este libro bajo el brazo, eran como 120 páginas, y alguien se lo llevó a Italia. Nunca más lo volví a ver. Eso fue en el año 75 o 76. Pero creo que más me dolió la pérdida de este que tenemos ahora. Siempre pensaba en él.

¿Cómo tomaste la propuesta de Renzo Porcile y José Carlos Yrigoyen cuando se acercaron a contarte de esta búsqueda que hicieron?

Creo que este libro se debe al esfuerzo personal de Renzo. Un día estábamos en el café La Habana, conversando de cosas, y de pronto él me hizo la propuesta. Ahora que fui a Lima a hacer la presentación vi el último paquete de la casa de mi madre, y ahora tengo más poemas.

¿Cómo te sientes con esta etiqueta del representante del ‘hippismo’ en la poesía peruana que te han puesto los editores del libro?

Yo no creo que haya sido ‘hippie’. El ‘hippie’ era un poco un soñador en el aire. Yo tenía un poco más de solidez. En el Perú no había ‘hippies’, además. Era otra época, sí. Habían más libertades, más opiniones, más conciencia. Llevar el pelo largo te daba un sentido de pertenencia. Ahora nadie te dice nada, pero antes había una solidaridad, si dos pelucones se encontraban en la calle se saludaban (ríe). 

Estaban transgrediendo juntos...

Y no era fácil. Pero el ‘hippismo’, en el sentido que se dio en Estados Unidos, fue otra cosa. No hubo una libertad de drogas y cosas más sensoriales aquí. Yo no puedo decir si el trabajo del crítico literario es bueno o malo, no es mi lugar. Sólo sé que el tiempo va sacando el brillo donde se debe sacar.

¿Qué referentes tenías? Veo bastantes referencias a la poesía norteamericana. 

Yo fui un buen lector, creo, de poesía norteamericana. Me gusta mucho. La considero muy rica, muy profesional. A los clásicos, que en esa época eran Eliot y Pound, hay que tenerlos completos. Pound era una obra gigantesca que pesaba mucho, y a Eliot yo siempre lo tenía en el bolsillo del pantalón.

Además, me leí toda la poesía norteamericana de la época. Tenía una gran admiración por la obra de Kerouac, los ‘Beat’ me apasionaron. Luego, Frank O’Hara tiene un ritmo musical que aún no logro replicar, que es muy sutil. Me gusta mucho la poesía que es manejada por la música interna y no por el lenguaje ni la razón. La vas entendiendo sin saber por qué. Esa música es la base de la poesía.

Para terminar, ¿qué tal fue encontrarte a la persona que eras en ese entonces en estos poemas, al revisarlos de nuevo?

Lo que yo tenía en la cabeza en esos años lo sigo teniendo en la cabeza. Creo que es un libro que asume una serie de actos de mucha honestidad, y que ellos han persistido. Me he sentido muy bien conmigo mismo por ello. 50 años de un libro es un culo de tiempo.

¿Viste los otros anexos de poemas que también sacaron con el libro?

Claro. Uno de ellos es muy interesante porque salió de una vez que a Julio Ramón (Ribeyro) se le dio por organizar en su casa un recital con los poetas jóvenes que estaban en París. Fue una catástrofe. Llegamos y nos sentamos a comer, fumar, tomar; y terminamos en un bar hasta las 12 del día siguiente. Ya no volvieron a organizar más eventos poéticos en su casa. Fue una cosa…fumamos tanto (ríe). Invitarnos a nosotros era un riesgo. El poema que recité no le gustó a nadie, creo, pero yo estaba contento con él.

El libro está en el stand de la Librería la Inestable en la Feria del Libro de Lima

Se venderá, también, en Librerías Sur, Inestable y El Virrey a S/ 39.


(Videointerpretaciones de los poemas: Ximena Valdivia)


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