Jueves 12 de Mayo. Calle Esperanza 359, Miraflores. Las redes sociales ya se han convertido en mi agenda personal, sin embargo, nunca atiendo a la hora de inicio que suelen advertir.
Caminar esta noche por esta parte de la ciudad es andar a ciegas, la neblina ha decidido asfixiar las calles Miraflorinas y no hay remedio en concreto para ello. Mi celular marca las 11:40 pm y ataco las escaleras que en Eka nos dan la bienvenida. A está altura tenemos un bar tranquilo, y siendo honesto, no vine para esto. No le doy más vueltas y me sumerjo por las otras escaleras, esas que te conducen a un abismo delirante, la pista de baile, el escenario, el hoyo, el AKAPOP.
En el acto de descender, me cruzo con un pelirrubio, largo, abrigado y apurado. Es Ignacio, que va de salida para luego volver como el frontman de Cocaína. Caigo en el asunto, la gente ya está preparada y yo solo busco la barra para ponerme al día. El lugar goza de un bochorno que nos anticipa que la euforia está expectante. Queremos Cocaína. Pido un trago y me uno a la masa. Ignacio ha vuelto, como una cebra que galopa y convence. Rodeado de los demás integrantes, cada uno en lo suyo, empiezan a azotar el lugar desde el altillo.
El bajista exige más retorno, el público presiona y las guitarras también son elevadas. Somos los dueños, nos conceden ese último deseo y el concierto continua.
Suena Koala. La banda se la dedica a un fanático, que vino desde Ancón. La histeria colectiva retumba. Se rompe una cuerda y el tecladista, semidesnudo, empieza una tonada conocida: Me siento mucho mejor de Charly Garcia. Por lo pronto, se prepara un cambio de guitarra. El publico no para, nunca parará. Las mujeres saltan, los hombres saltan, todos los seres saltan ante Cocaína, incluso al ritmo de una canción ajena. Cuando logro ver a la única persona que osa sentarse, vuelven con el coro inconcluso. A estas altura, es imposible que alguien se detenga El sudor y la demencia nos encapsulan en este pequeño recinto.
La música solo alimenta el público, y este alimenta la banda. El desenfreno continua, la cerveza cae, la espuma crece desde el suelo y hasta los pies de los hoy danzantes.
La voz asoma las barandas, de lo físico y lo espiritual, se desdobla, amenaza caer pero si lo hiciera, encontraría este averno que cocaína ha conquistado y rebautizado como suyo.
La seguridad del lugar hace una ademán: estamos traspasando la hora final. El último acto irrumpe, la canción más esperada. El cantante cae, se tira, se zambulle y renace desde nuestra posición, en medio del pogo, de las brasas humanas que hoy encarnamos al ritmo de esta descomunal banda. Amigo, el infierno es tuyo, hoy lo atestigüé sonriendo.
(Foto de portada: Hector Delgado)