En Room, una mujer de 24 años que ha sido secuestrada hace siete es violada casi todas las noches por su secuestrador, a quien llama simplemente Viejo Nick. La mujer, Joy (Brie Larson), comparte la habitación en que vive encerrada con su hijo, Jack (Jacob Tremblay), que acaba de cumplir cinco años y no conoce nada que esté fuera de ‘Habitación’. Para poder sobrevivir y criar a su hijo, Joy le ha dicho a Jack que lo único que existe en el mundo es Habitación y las demás cosas solo existen en la televisión, que Jack ve en la habitación un par de horas al día, y hace que el niño duerma en el armario mientras el Viejo Nick viene a violarla. 

Aunque la trama de Room suena más bien sórdida -y podría serlo en manos de otro equipo-, esta es una película extremadamente tierna y, en última instancia, positiva. El director Lenny Abrahamson realiza el guion adaptado de la novela de Emma Donoghue enfocándose exclusivamente en el lazo que une a madre e hijo y en las secuelas psicológicas que tiene en ambos la situación en la que viven. Por ejemplo, cuando Joy finalmente decide decirle a Jack que el mundo de afuera existe, Jack es incapaz de aceptar esa información de inmediato y reacciona violentamente.

En este sentido, quizá Abrahamson se aprovecha un poco de la intensidad emocional de la historia que está contando para descuidarse en el nivel más visual de la película, perdiendo algunas oportunidades para explorar, por ejemplo, el punto de vista de Jack. Parece aquí adecuado recordar cómo, en La vida es bella, el personaje de Roberto Benigni escudaba a su hijo de los horrores de la guerra usando la imaginación de una manera parecida a la que usa Joy en Room. Abrahamson, sin embargo, no explota las posibilidades cómicas (o, por lo menos, alegres) que podrían fortalecer el rango de emociones de Room.

Está fuera de dudas que Room es una película capaz de causar emociones inusualmente fuertes en sus espectadores, sobre todo cuando se trata de la inocencia de un niño que no se da cuenta de las condiciones bajo las que ha sido concebido, pero un análisis con la cabeza fría revela que, por momentos, el director abusa de las herramientas melodramáticas que le ofrece el contexto de su historia.

Dicho esto, cuando Room se pone realmente interesante es después de la huida. Habiendo retratado durante la primera parte las relaciones entre Joy y Jack y entre Joy y el secuestrador, Room cambia el enfoque para explorar las relaciones entre Jack y el mundo recién descubierto. Por un lado, por supuesto, está la novedad y dificultad de relacionarse con personas que no sean su madre. En la superación de este desafío yace la mayor belleza de la película: en última instancia, Jack es un niño sano y ha sido educado con misma fortaleza que cualquiera para enfrentarse al mundo.

Por otro, Jack empieza a observar cómo Joy intenta y falla al tratar de enfrentarse a ese mismo mundo. Ella, que durante su cautiverio ha conseguido mantenerse más o menos activa y alegre para criar a Jack, no está preparada para la manera en que el mundo la recibe de vuelta. El resentimiento por la pérdida de siete años de su vida se va asentando y convirtiendo en un obstáculo que la separa no solo de Jack, sino de su madre y el resto de personas en el mundo: para ella, la diferencia entre su vida y la de los otros es que a ellos ‘no les pasó nada’. Joy sigue, entonces, encerrada y aislada, pero solo dentro de su propia mente.

Durante toda esta segunda parte, que ocupa más de la mitad de Room, se exploran a profundidad algunos temas de género que resuenan en las discusiones contemporáneas. Desde la actitud sumisa que lleva a Joy a acompañar a un extraño a ver algo en su garaje y por la que Joy culpa a su madre hasta la discusión sobre si el Viejo Nick es el padre de Jack (Joy considera que no), pasando por la enfermedad mental y el síndrome de shock post traumático, Room es una película que se permite afirmar la fortaleza de las mujeres sin caer en el cliché o la victimización.

Aunque Abrahamson podría haber aprovechado mejor la forma de ver el universo de Jack, no cabe duda de que su nominación al Oscar como Mejor director se debe a su manejo de los dos actores principales. Jacob Tremblay, con solo nueve años, brilla durante toda la película mientras inventa juegos para pasar el tiempo y trata de aprender a subir y bajar gradas. Brie Larson, con solo 26, carga la película en peso y tiene casi garantizada la victoria como Mejor actriz en esta ceremonia de entrega de los Oscar. Matizando los elementos de su personaje que se acercan peligrosamente al melodrama, Larson pinta un retrato verosímil y conmovedor de una madre que, aunque tiene sus propios intereses y deseos egoístas, se pone como objetivo único y móvil de vida la crianza de su hijo.

Quizá el mejor elogio para la actuación de la joven actriz sea una justa comparación con el histórico trabajo de Roberto Benigni en La vida es bella: solo con ese tipo de perseverancia y convicción se pueden sacar escenas y emociones tan hermosas de la oscuridad más trágica.


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