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Gustavo Rodríguez: "Se está viendo más la mano de los maquilladores que la de los asesores políticos"

A raíz de su nueva novela que ahonda en los escondrijos más oscuros de una campaña electoral, el escritor, comunicador y publicista analiza el papel de los asesores políticos de los actuales candidatos, recuerda cómo asumió ese papel para hacerle frente al fujimorismo y explica por qué ha decidido no poner las manos al fuego por nadie más. 

Publicado: 2016-02-22

Dice Gustavo Rodríguez que a los 27 años su tripas le exigieron que vuelva a escribir los relatos con los que tanteaba en su adolescencia. A puertas de ser padre por primera vez encontró en la escritura “un proceso de ordenamiento personal” para poner en claro de dónde venía y saber por qué hacía ciertas cosas. Desde entonces han pasado 16 años en los que ha publicado cuatro novelas que han transitado desde su relación personal y trujillana con Lima y con la idea de ser escritor, hasta la novelización de las taras, manías y coyunturas nacionales. "Tengo claro que uno debe escribir sobre aquello que conoce muy bien. Y cuando era mucho más joven lo que más conocía eran las implicancias de mi vida", recuerda. 

Ahora, por el contrario, con República de la Papaya, su quinta novela que acaba de presentar, dice cerrar una trilogía de historias en las que sus preocupaciones sobre “una sociedad peruana en ebullición” persistieron como un telón de fondo: una sociedad que se hace cada más feroz con los prejuicios raciales en La semana tiene siete mujeres (2010) y cómo un país busca reconocimiento a como de lugar en Cocinero en su tinta (2012). Ahora, a través de la historia de una asesora política que se encarga de la campaña presidencial de la primera dama, busca reflejar de qué manera eventos como las elecciones presidenciales pueden sacar "nuestras peores lacras". 


Han pasado casi 16 años desde que publicaste tu primera novela. ¿Cómo recuerdas esa primera experiencia y qué diferencias haz encontrado ahora en el proceso de La República de la Papaya?
Encuentro que uno nunca deja de tener miedo cuando empieza una novela. La primera vez era el miedo rico de embarcarse en algo desconocido y el temor a las reacciones. Ahora he descubierto el temor al compromiso, al hecho de que escribir una novela sea embarcarse en una relación de largo plazo. Eso te genera sudor en las manos necesariamente.
Con 'La República de la Papaya' se repite un poco el aire que tenía Cocinero en su tinta, que es una especie de coyuntura novelizada. ¿En qué momento ves en estas coyunturas o imaginarios nacionales la posibilidad de trabajar desde la literatura?
Hace quince años más o menos empecé a tener más relación con el mundo académico y la ciencias sociales y empecé a escribir artículos sobre la realidad peruana. En mis artículos podía dejar hipótesis de una manera más realista pero en la novela no puedo hacer eso. Pero mi preocupación sí está.
'Cocinero en su tinta' salió en el momento del auge de la gastronomía, ahora sacas esta novela sobre la asesora política de una primera dama que quiere ser presidente en medio de unas elecciones que se dan tras un gobierno que ha tenido como protagonista a Nadine Heredia. ¿Cuánta fórmula publicitaria hay en la publicación de estas novelas? 

No lo pienso porque la fecha de publicación no depende de mí. Cuando escribo literatura no hago ningún tipo de cálculo coyuntural. Esta la empecé a escribir hace cuatro años. Te imaginarás que si a sesenta días de las elecciones no sabemos cuál va a ser el escenario final, hace cuatro años nuestra mente estaba en otro lado. Si escribí del tema ha sido porque he sido participante de elecciones como asesor y luego como ciudadano observador. Como escritor uno debe escribir sobre lo que nos llama la atención y si estamos ante una sociedad que produce estos fenómenos es natural que termine teniendo como escenario lo mismo que hay en un país como el nuestro. Pero es el editor el que finalmente decide.

Foto: Adrián Portugal / lamula.pe

¿Cuánto cambió la historia que tenías en la cabeza durante los cuatro años de escritura?
No mucho. Antes de ponerme a escribir construyo toda la estructura. Sabía que era podía pretender copiar la realidad porque esta siempre va a resultar más sorprendente de lo que pueda imaginar un novelista. Si tu me hubieras dicho que escriba un personaje como Acuña hace cuatro años hubiera pensado que era muy fantasioso.
Tu haz trabajado como asesor político y el personaje central de esta novela también lo es. ¿Cuánto te ha permitido la literatura hablar de aspectos que no los podrías haber tratado desde la no ficción?
Me ha dado muchas más libertad para hacerlo. Mis conocimientos sobre asesoría política las tengo de primera mano y las podría narrar con pruebas o con mi testimonio como respaldo, pero también se levanta en base a cosas que he escuchado en testimonios de segunda mano. Hacer una crónica con todo ese material hubiera sido muy riesgoso. En una novela puedo darme el lujo de hacerle caso a lo que importa, que es cómo uno puede olvidar tan facilmente los límites cuando estás metido en un carrera.
¿Te ha pasado?
No en épocas electorales. A mí me tocó asesorar a Alejandro Toledo contra Alberto Fujimori en una época en la que sentíamos que luchábamos contra un sistema opresivo. Había la mística extra de estar trabajando por un ideal democrático. No sentíamos que pudiéramos estar en falta en algún momento porque el que estaba en falta era el gobierno que nos tenía maniatados. Lo he sentido más cuando he ejercido como publicista porque entras en una competencia cojuda en la que quieres que tu producto salga mejor parado que el de la competencia y terminas a veces infringiendo tu propia ética. He sentido que he estado en el borde muchas veces.
¿Cómo se da cuenta uno cuando está zambullido en ello que está a punto de cruzar la línea?
Más te vale tener buenos amigos. Si no ocurre eso, tu cuerpo te lo va a ir diciendo. Vas a empezar a somatizar y tus tripas y tus músculos y nervios te van a decir que algo no anda bien. En mi caso fueron dolores de cabeza terribles. Ahora soy mucho más feliz que antes. Yo le decía a mi hija, medio en broma, que opté por no ser millonario para ser más feliz. Haciendo publicidad podría haber hecho mucho dinero, pero no lo puedes comparar con el hecho de trabajar acá y poder recibirte a esta hora sin estar estresado.
¿Cómo recuerdas esos primeros trabajos que realizaste como asesor político?
Antes de Toledo ya había asesorado a otros políticos, sobre todo en la coyuntura en que tenían que aparecer figuras que le hicieran frente al régimen de Fujimori. Hay algo que me da mucho pudor: en un momento dado a mi empresa se acercó un proyecto político que nos dijo que tenían que salir a luchar contra la dictadura. Nosotros le sugerimos utilizar determinados colores y emblemas para que pudiera posicionarse más rápidamente. Ahora nuestra ciudad está pintada de amarillo por eso. En 1997 no te podías imaginar lo que ocurriría después con Castañeda.
¿Cómo asumes eso ahora?

La principal razón por la que ya no asesoro a candidatos, salvo algunos amigos y gente en la que creo, es que el poder termina revelando lo débiles que son. Prefiero ya no poner las manos al fuego por nadie.

foto: adrián Portugal / lamula.pe

¿Cómo ves en estas elecciones el papel de los asesores políticos?
Veo más la mano de los maquilladores, pero no de los asesore políticos. Veo más temas de forma, pero no veo a primera vista un discurso diferencial, potente. Lo he podido ver a veces en el discurso de Verónica Mendoza o más recientemente en el discurso de Alfredo Barnechea, pero por lo demás no veo una propuesta inspiradora. La de Guzmán es una propuesta inspiradora pero de piel a piel, una propuesta muy básica y superficial que no se sostiene creiblemente a largo plazo.
En algún momento haz definido el trabajo del asesor político como el que marca los límites de lo que un candidato debe mostrar y lo que no. ¿Quién crees que actualmente está mostrando más de lo que debería?
Acuña ha mostrado mucho más de lo que debía involuntariamente. Keiko vive un drama personal muy desgastante sobre qué tanto debe tributar hacia el legado de su padre y qué tanto debe ser safar de él. Por otro lado a mí me sorprende que PKK esté dejando de decir mucho de lo que podría decir. Puede estar harto de estas elecciones. Guzmán tiene todo lo contrario: las ganas, el entusiasmo y la postura para querer comerse esta elección.
¿De quién sería más difílcil ser asesor político ahorita?
De Acuña. Favre la debe estar sufriendo o le deben estar pagando muy bien. Como historia, en frío, sin los matices que luego hemos conocido, la historia de Acuña es interesante pero añádele los escondrijos y termina siendo abominable.
Para quienes no están metidos en este mundo, los asesores políticos tienen una imagen más de lava caras. ¿Que tanto es así en realidad?
Depende de la calidad ética de cada asesor. Salvo el narcotraficante o el sicario, no pienso que haya profesiones peores que otras. Lo que hay son seres humanos peores que otros. Un asesor político podría ser una persona muy ética que sabe dónde poner el foco alumbrador y con eso no está siendo menos que un periodista que elige qué poner en una portada. A mí me parece igual de hijo de puta un doctor que te hace un cesárea por las puras que un asesor que te lava la cara de un candidato.
Se te ha preguntado mucho justamente sobre la razón por la que incluyes al periodismo en tu novela como un actor principal. ¿Cómo ves que se está comportando el periodismo en estas elecciones?
El periodismo está menos polarizado porque los candidatos que van primero representan el pensamiento de derecha que históricamente el Perú ha tenido. No hay nada que discutir en ese aspecto. Es natural que ahora se empiecen a ocupar de temas anecdóticos más que de propuestas programáticas.
A través de los personajes de tu novela, que pertenecen a clases sociales distintas, mencionabas que tratabas de traer a colación el racismo y los prejuicios que se mantienen actualmente. ¿Qué papel están jugando esas taras en las elecciones o se trata de una campaña más heterogénea que otras?
Ha habido campañas donde el tema del racismo ha sido más evidente. Cuando a la reivindicación racial le sumas la reivindicacación económica, que es lo que pasó con Humala, la cosa explota. En este caso no se ha dado. No hay un representante de la raza tradicionalmente oprimida en nuestro país que además te diga que va a cambiar el sistema. Eso genera que el odio tenga algún tipo de límite y esté en una zona segura. En mi novela sí pasa eso porque hay un personaje que es una especie de Acuña con Humala. Igual esos aspectos se ven más en las segundas vueltas y si Acuña pasa a segunda vuelta estoy seguro que se va armar un pandemonio.
Cuando publicaste la segunda edición de Tradiciones Peruanas insistías en que veías el país de una manera mucho más deprimente que cuando salió la primera edición. Decías que, como Luis Alberto Sánchez había dicho que el país era un adolescente que se buscaba a sí mismo, ese adolescente se había convertido un adolescente con plata que se zurraba en todo. Eso lo decías hace unos 4 años. ¿En qué se ha convertido ese adolescente hoy en día?
En un adolescente que se ha zurrado en todo y que se ha comprado un carrazo y no sabe qué hacer con él.

Escrito por

Raúl Lescano Méndez

Periodista. Editor de la revista Poder. @rlescanomendez


Publicado en

Redacción mulera

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