Antonio Gramsci, reconocido por su teoría de la hegemonía cultural y sus esfuerzos por renovar el marxismo para el siglo XX, no sólo se dedicó al trabajo académico. Además de su activismo político (fundó el Partido Comunista Italiano) también ejerció como periodista, escribiendo columnas y fundando periódicos de linea socialista donde tocaba temas coyunturales a partir de los cuales poder proponer una reflexión mayor. El texto aquí presentado es un claro ejemplo de esto pues parte refiriéndose a las fiestas de año nuevo para luego elaborar una crítica a ciertas rígidas concepciones que se tiene de la historia cuando se la piensa solamente como un ejercicio de recopilación y detección de hitos (fechas) importantes. La columna fue publicada por primera vez en la edición turinesa del diario 'Avanti!', el 1ero de enero de 1916. La traducción previa al inglés en la que nos basamos fue publicada por la revista Viewpoint:


Cada mañana, al levantarme bajo el manto azul del cielo, siento que es El Día Año Nuevo para mí. 

Es por eso que odio estos ‘añonuevos’ que caen como falsas frutas maduras una y otra vez, y que transforman la vida y el espíritu humano en un mero asunto comercial con sus ordenados balances finales, sus cantidades adeudadas, y sus presupuestos para la nueva gerencia. Ellos nos hacen perder la continuidad de la vida y el espíritu. Y terminan logrando que creamos que en serio hay un quiebre entre un año y otro, que una historia nueva está comenzando; hacemos resoluciones y nos lamentamos por nuestra irresolución, y así una y otra vez. Esto es principalmente lo que está mal con todas las ‘fechas’.

Dicen que la cronología es la columna vertebral de la historia. Perfecto. Pero también es necesario aceptar que hay otras cuatro o cinco fechas fundamentales que toda persona alberga en su cerebro, estos también son “Años Nuevos”. Los Años Nuevos de la historia Romana, de la Edad Media o de la modernidad.

Esta cronología se ha vuelto tan invasiva y fosilizante que sin darnos cuenta nos hallamos pensando, por ejemplo, que la vida en Italia empezó en el año 752, y que el 1490 o el 1492 son como dos montañas en las que la humanidad se encerró, encontrándose repentinamente en un mundo nuevo en el cual poder renacer. Entonces, la fecha se vuelve un obstáculo, un parapeto que nos impide ver que la historia continúa desplegándose dentro de la misma línea inmutable, sin cortes abruptos.

Es por esta razón por la que odio el Año Nuevo. Quiero que cada mañana sea un año nuevo para mí. Cada día quiero contar conmigo mismo, y cada día quiero renovarme a mí mismo. Yo escojo mis propias pausas, que se den cuando me sienta embriagado con la intensidad de la vida y quiera zambullirme en la bestialidad para sacar nuevo vigor de ella.

Nada de compromisos espirituales temporales. Quiero que cada hora de mi vida sea nueva, al mismo tiempo que conectada con las otras que han pasado. Sin días de celebración con sus obligatorios ritmos colectivos, de compartir con gente extraña que no me importa. Porque los abuelos de nuestros abuelos celebraron, nosotros también debemos sentir el impulso de celebrar. Esa manera de pensar me da nauseas.

Yo aguardo la llegada del socialismo por esta razón. Porque tirará a la basura todas estas fechas que no tienen resonancia con nuestro espíritu y, porque si llega a crear otras, estas serán nuestras al menos, y no las que aceptamos sin objeciones de nuestros tontos ancestros.


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