Fue en una pequeña librería en San Antonio de los Baños (Cuba) cuando leí, por primera vez, el nombre de Ricardo Piglia. En aquel pequeño recinto, inserto dentro de una escuela de cine, un ejemplar de Blanco nocturno se ofrecía a un buen precio. En la contratapa no se decía mucho, tan solo algunas líneas explicativas, bastante elogiosas, sobre el argumento de la novela y un resumen de la biografía del autor.  

Al cabo de dos años de empezar a navegar en el universo del argentino, uno puede estar seguro de que aquella presentación inmortalizada en la ‘espalda’ de un libro no fue un simple artilugio retórico: evidenciaba la grandeza de un original narrador.

Ricardo Piglia decidió entregar este año a los lectores el primer volumen de un ambicioso proyecto: la publicación de sus diarios: 327 cuadernos que atestiguan su formación literaria y humana. Aunque, quizás, esta no sea la definición más exacta. El narrador, conocedor de su experiencia, no da tregua al lector y ha titulado esta trilogía Los diarios de Emilio Renzi, el alter ego que vive, desde y en la literatura, la vida que el propio autor por causa de las circunstancias –aunque otros podrían llamarlo azar– no ha podido ejercer. La potencialidad de otra existencia adquiere forma con el segundo nombre y apellido del autor.

LA HISTORIA FAMILIAR Y EL AZAR: CLAVES PARA UNA VOCACIÓN

“Por supuesto no hay nada más ridículo que la pretensión de registrar la propia vida”, con esta frase Ricardo Piglia trata de justificar una escritura de cincuenta años. ¿Acaso una advertencia para bajar nuestras expectativas? ¿O simplemente una demostración de humildad? Ni lo uno ni lo otro. Para nosotros estos diarios no son más que una exploración similar a la que hizo el autor argentino con la narrativa policial cuando se desempeñaba como editor. Para el argentino, adentrarse en el género de origen anglosajón era una exploración del delito, el poder y el dinero. Pues bien, esas aristas están presentes en Años de formación. Un joven Piglia se enfrenta a los convulsos años sesenta. Partícipe en movilizaciones estudiantes, indaga en la historia de su patria, sufre las precariedades de la falta de trabajo, desarrolla una cómplice amistad con un ladrón y sobre todo se convierte en una especie de biógrafo de su abuelo. Todo ello, atravesado por el deseo de convertirse en escritor.

Desde el inicio, Renzi tiene una tendencia al desplazamiento. El libro empieza con una mudanza familiar. Un joven que no llega a los 18 años debe desprenderse de la patria segura del barrio. Pero este tan solo será el inicio de un itinerario, una proclividad hacia el nomadismo que acompaña al protagonista a lo largo del libro.

foto: tomada de  theguiltycode.com

Pronto el lector, con el transcurrir de las páginas, entiende que Renzi tiene una cualidad: se deja arrastrar, con inteligencia, por los hechos, ese azar que es tan argentino en la literatura en lengua española. Sobre ello, el alter ego de Renzi había manifestado en un programa cultural de su país: “Yo creo que las decisiones importantes uno las toma sin darse cuenta y se hace todo el verso Hamlet cuando tiene que hacer cosas sin ninguna importancia”.

La capacidad para tejer historias e interpretar la realidad son requisitos fundamentales. El desarrollo de ambas demanda al individuo el cultivo de la inteligencia. En Años de formación, el narrador expone los primeros pasos de su educación intelectual. El protagonista se desplaza hasta La Plata para iniciar sus estudios universitarios en Historia. Antes de iniciar la especialización deberá navegar entre otros saberes de las humanidades. Ahí se revela una enorme capacidad para el desmenuzamiento de los libros.

“El ser griego es un ser sin tiempo. Para Heidegger, el ser con tiempo, donde el tiempo no está alrededor y como bañando la cosa (como en la astronomía). En la astronomía el tiempo está ahí alrededor de la cosa y la transforma, pero la cosa es lo que es, independientemente del tiempo que junto a ella transcurre.

En la existencia el tiempo está dentro de la cosa misma; el ser mismo de la cosa consiste en ser temporal, o sea en anticipación, en querer ser, en poder ser, cuyo límite es la muerte. Eso es la no diferencia, la angustia que es el carácter propio y trágico de la vida. Ansiedad de ser y temor a la nada” (Pág. 75).

Esa capacidad de ‘traducir ’ postulados filosóficos se extiende a la literatura. Renzi, lejos de adoptar el academismo enrevesado, registra en sus cuadernos sus impresiones como lector honesto. No reduce sus apreciaciones a un mero gusto personal; al contrario, trata de acercarse a las razones que llevaron al escritor a desarrollar un argumento, bajo un determinado estilo. Y en ese descubrimiento sobre la obra de los otros, Renzi va deliberando sobre el tono adecuado para escribir sus propios cuentos (como los que formarían parte de La invasión) y el primer esbozo de su novela Plata quemada, inspirada en la amistad que mantuvo con un delincuente.

ricardo piglia/foto:  Rodrigo Ruiz Ciancia.

“El trayecto que lleva desde esas cartas, escritas a los dieciocho años, hasta la pieza de hotel donde se encerrará para morir, está narrado en el diario ‘El oficio de vivir’ (que alguien llamó, sin malicia, el oficio de morir) no es en el fondo más que una lenta construcción de ese tránsito: un trabajo empecinado por convertir el pensamiento en acción.

[…] Este movimiento explica la técnica que sostiene la escritura, a menudo Pavese se desdobla, habla a sí mismo en segunda persona. Juega con el doble, el texto es un espejo, y  en él se trata de convencer al ‘otro’. De ahí deriva esa pasión helada, ese aire de manual de perfecto suicida que le ha hecho decir, en L’Unitá, a un hombre optimista como David Lajolo, que El oficio de vivir ‘no es un libro para leer’”(145-146).

No solo Pavese o Kafka son víctimas de la lupa del protagonista. En Años de formación –que abarca los años que van desde 1957 hasta 1967– Renzi es testigo del 'Boom' de la literatura latinoamericana, pero a diferencia de sus colegas y amigos no sucumbe ante la arremetida editorial de García Márquez y compañía. Renzi conserva la calma y remueve los artilugios publicitarios excesivos que adornaron este fenómeno que incluso hoy es una columna intocable en la crítica literaria y cultural.

“Leo La región más transparente de Carlos Fuentes. Trabaja una estructura similar a la de John Dos Passos, donde se mezclan las vidas individuales e historias sociales. Le cuesta escapar de cierto esquematismo superficial. Los personajes son explicados y no narrados. Por otro lado, solo narra, o mejor, tiende a narrar exclusivamente lo extraordinario (guerra, revoluciones, catástrofes). Le cuesta encontrar la dimensión corta, breve, el momento significativo, el detalle que da realidad. Lo más atrayente es la amplitud de posibilidades de la prosa de Fuentes, que va desde el ensayo (‘Vemos creada por primera vez en la historia de México una clase media estable con pequeños intereses económicos y personales…’), al esbozo poético casi surrealista (‘Cuánto dolor inmóvil, ciudad de la derrota, violada, ciudad de la furia…’)” (Pág. 200).

A pesar de vivir años convulsos de la política argentina, el diarista no se deja convencer por el compromiso político en la literatura. Desde joven, Renzi (y por extensión Piglia) sabe separar la acción ciudadana de la escritura de ficciones. Esta diferenciación, a contrapelo de lo que una primera observación puede sugerir, no canceló la capacidad de observación del escritor en ciernes. Renzi participó en revueltas estudiantes y colaboró incluso con revistas de corte izquierdista, siempre con independencia y crítico de las trifulcas inútiles de ese espectro político. Y esa actitud va en consonancia de una búsqueda por un estilo propio.

Esa búsqueda presenta dos aristas fundamentales: el trabajo de ‘bibliotecólogo’ que realiza con su abuelo, y su amistad con Cacho, un ladrón de guante blanco con el que desarrolla una intensa amistad. Sobre lo primero es inevitable pensar en la novela Respiración artificial, que curiosamente comparte el mismo narrador: Emilio Renzi. En Años de formación, el joven protagonista se embarca en la difícil misión de ordenar los papeles de su abuelo, un excombatiente de la Primera Guerra Mundial que tras ser herido se le encomienda una misión: enviar cartas de condolencias a los familiares de los muertos en batalla junto con algunas de sus pertenencias. El guerrero convaleciente, no obstante, no cumple a cabalidad esa misión y conserva esos fragmentos. Hay ahí un intento de adueñarse de la Historia, de volverla personal, de insertarla en la vida propia (que llega a expresarse con maestría en el relato Canto rodado que cierra el libro). He ahí un síntoma de lo que vendrá después. En los protagonismos de Renzi –como en El camino de Ida, el cuento La loca del relato del crimen, y la novela ya antes mencionada Respiración artificial– puede rastrearse la labor que desarrolla con su abuelo. Esa reconstrucción de la Historia desde la autobiografía, lo íntimo y lo cotidiano.

“Lo peor de la guerra, decía mi abuelo, continuó Renzi, era la inmovilidad, hundidos en la trinchera, en esas cuevas, inundadas, barrosas, había que estar quieto y esperar. ¿Esperar qué?, se preguntaba mi abuelo, decía Renzi, y se quedaba callado, con la vista perdida en las flores del patio, con aire atento, pero se extraviaba en sus recuerdos. La historia de mi abuelo que había hecho la guerra era uno de los relatos clave de la novela familiar que se contaba a coro y en la que mi madre era la narradora esencial.

[…] Esa historia era contada con júbilo a espaldas de mi abuelo, cuando no estaba, porque su versión de los hechos era fragmentaria y lacónica, en realidad estaba centrada en su destino en la oficina de correos del Segundo Ejército, esa experiencia era la que lo había marcado y lo había conducido a la demencia. Pero mi madre fue capaz de guardar el secreto durante muchísimos años, porque ése era su estilo, muy fiel siempre a los pactos” (Págs. 339/340).

La relación con Cacho responde a una idea que señalamos anteriormente. La curiosidad de Piglia y su alter ego por el crimen y su exploración dentro de la literatura. No olvidemos que la primera aparición de Renzi no fue dentro de una ficción, sino como el autor del prólogo a una colección de relatos policiales de escritores norteamericanos. La relación con su amigo delincuente le permite a Renzi la posibilidad de vivir, al menos efímeramente, la sensación de 'estar' en los márgenes de la sociedad. No olvidemos tampoco que tanto los cuentos y novelas de Piglia se han nutrido del género policial. En sus argumentos siempre hay una inclinación hacia la búsqueda, un desentrañamiento de los hechos cotidianos o extraños (no necesariamente un crimen) que provocan un desfase en sus protagonistas.

“Comienza el derrumbe. Cacho (y Bimba y Víctor) presos. Yo era el único en captar el vacío de su vida. Robar, estar en peligro, ser perseguido, arriesgar era su modo de sentir que estaba vivo. El resto del tiempo se aburría, percibía como nadie el sinsentido del mundo. Iba al casino para recuperar algo del tiempo intenso de la transgresión y del peligro. Empezó a perder contra sí mismo y siempre perdía, sólo buscaba sostener la emoción” (Pag. 222).

PIGLIA: ESE ESCRITOR QUE DEBEMOS LEER

Aunque no pueda llegarse nunca a una objetividad plena cuando se habla o se escribe sobre la literatura, consideramos que es un consenso que Años de formación es uno de los libros fundamentales del 2015 de la lengua española. Si bien el autor nacido en Adrogué no pudo obtener el Premio Cervantes, el inicio de la publicación de sus diarios es un punto de inflexión para la consolidación de un autor que añade a la construcción precisa de los argumentos, un minucioso cuidado del lenguaje.

[Foto de portada: hoyesarte.com]

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