“En Sin Título-Técnica Mixta tenemos razones estéticas de aprendizaje escénico, pero sobre todo nos mueven razones éticas y políticas”, dice Miguel Rubio, director de Yuyachkani. El grupo nuevamente ha reestrenado la versión revisada de este montaje que repasa dos momentos críticos de violencia en la historia del Perú: la Guerra con Chile y el período 1980-2000.

El teatro no es solo un divertimento; el teatro es una construcción cultural históricamente determinada y cada pueblo, cada sociedad, cada periodo de la historia define la manera de hacer teatro. Y Yuyachkani es parte de esto último, a través de este tipo de teatro es que se relaciona con el Perú. Sin Título - Técnica Mixta fue estrenada en el 2004, y ahora está nuevamente en escena porque –a decir de Rubio, director del célebre grupo teatral– los principios fundamentales que la motivaron siguen vigentes. Y es que pareciera que el Perú se niega a aprender de la experiencia, de la necesidad de justicia y reparación tras el periodo de la guerra interna que vivió el país. Así, este grupo de peruanos busca contribuir a la reflexión, al pensamiento crítico de lo que somos como sociedad.

“En Sin Título tenemos razones estéticas de aprendizaje escénico, pero sobre todo nos mueven razones éticas y políticas. Si por mí fuera, la presentaríamos con mayor frecuencia porque, a pesar de estar instalada en dos períodos de la historia (guerra con Chile y el conflicto interno) nos alude a un pasado que se niega a ser pasado y tercamente parece quedarse. Por lo tanto, es una realidad que tenemos que volver a mirar para aprender de ella”, dice Miguel. Y agrega: “Cuando decimos que la obra está revisada, lo entendemos como volver a mirar, volver a ver y acaso comprobar que aprendemos poco del pasado. Revisar no es necesariamente cambiar una cosa por otra. En nuestro caso ha sido sumar detalles, imágenes, textos y material de archivo para que el espectador pueda manipular y no se quede en la superficie del hecho escénico, en lo aparente, en lo evidente, sino que sienta que esas memorias están en constante movimiento, que las debemos mirar cuantas veces sea necesario así se trate de acontecimientos dolorosos, con la intención de aprender de la historia para no repetirla”. 

Y tanto para Miguel como para sus compañeros del colectivo, recordar, reflexionar sobre nuestra realidad, tener memoria es sumamente importante e imprescindible. “Un presente sin memoria nos condena a un futuro empobrecido”, enfatiza. Pues en su opinión, considerar que la actualidad no le debe nada a la historia lleva a pensar que no tenemos ninguna obligación con el porvenir. Por el contrario, subraya, es preciso repetirse que las facultades de la memoria y la imaginación se complementan, pues nos permiten representar lo que ya no es y lo que todavía no está.

Los que siempre pierden

Al poco tiempo de constituirse como grupo, a los Yuyas les inquietaba crear una obra sobre la guerra con Chile, enfocada en mirar las consecuencias que quedaron entre quienes se batieron cuerpo a cuerpo, sus deudos y los que sobrevivieron, “es decir, nuestros pueblos y su gente, los que siempre pierden las guerras”, apunta Miguel. El tema siempre fue postergándose, les ganaba lo inmediato. Y es que su esencia ha sido –y es– apostar por un teatro vivo, que dialogue con el presente. “Creo que por eso no continuábamos con ese proyecto. Volvimos al tema algunas veces, pero nos ganó la rica coyuntura de los años setenta. Y así lo fuimos postergando, hasta el día en que pensamos que era el momento y que teníamos suficiente material acumulado, ya estábamos en otro proceso”, cuenta. 

Luego vino el acompañamiento a la Comisiónde la Verdad y Reconciliación (CVR) en las audiencias públicas. Miguel cuenta que este fue un proceso muy cuestionador para el grupo, ya que se sentían que estaban en los límites de su oficio. “Sentíamos que el teatro no servía para casi nada, nos sentíamos abrumados por los acontecimientos. Asumimos el reto, hicimos acciones, intervenciones en espacios públicos y acompañamos movilizaciones de los familiares. Fue una etapa muy intensa, y cuando regresamos a la sala para crear la obra sobre la guerra con Chile, de pronto comenzó a aflorar el material de esa otra guerra que teníamos encima”, narra. 

Los materiales de ambas memorias se mezclaron y el caos se apoderó de ellos. Juntaron todo el material que tenían al respecto. Su amplia sala –libre de graderías– fue un escritorio gigante. Anotaciones en las paredes, objetos diversos, canciones, ropas … desorden total. “Más adelante nos dimos cuenta de que esa aparente arbitrariedad de unir dos momentos históricos dolientes en nuestro imaginario de peruanos no era tal. Ambas historias tenían elementos comunes. Tanto las víctimas de la guerra con Chile como las de la guerra interna eran mayoritariamente las mismas: campesinos pobres. Desde el siglo XIX hasta hoy el abismo social se mantiene y ha sido el telón de fondo de ambas guerras. Podemos decir lo mismo del carácter del Estado: empírico, inorgánico, corrupto y ausente, sustentado en la exclusión. La corrupción que parece ser un mal endémico también estuvo presente en la guerra del Pacífico y sigue vigente hoy –y de qué manera– en todos los estratos sociales”, detalla Rubio. 

Así, la técnica mixta de esta obra es resultado de todo ese caos que tenían por delante, de esa profusión de materiales diversos, corporales, visuales, texturas que reclamaban conexiones para habitar un espacio común. Fue escuchando y apreciando estos materiales que supieron que no podrían contar una historia de manera lineal y que si pensaban en términos teatrales convencionales, no llegarían a buen puerto con esos materiales tan complejos y diversos. 

Memoria, justicia, perdón

En su discurso de entrega del informe final de la CVR, Salomón Lerner dijo que combatir el olvido es una forma poderosa de hacer justicia. Es una frase que Miguel no ha olvidado desde entonces. “Vemos cómo desde la entrega del informe final de la CVR, la centralidad de su mensaje sigue vigente, lo que nos confronta su lacerante información. ¿Cuánto hemos aprendido desde entonces, cuánto hemos cambiado? Parece que muy poco. Nuestro lugar, el teatro, es un espacio modesto, pero si cada uno desde su pequeño lugar levanta la voz podemos encontrar el impulso que necesitamos para combatir el olvido, para que el dolor se convierta en fuerza y poner esa fuerza del lado de los que reclaman justicia, en un tiempo en donde campea la impunidad”, reflexiona. 

Y es que continuamos siendo un país fragmentado, escindido. Hemos aprendido muy poco y tenemos vocación de olvido. “Sendero no cayó del cielo –advierte– y estamos muy poco dispuestos a ver las causas que originan la violencia. Tampoco las fuerzas del orden se pusieron a la altura de expresar una calidad moral superior y no combatir con terror el terror”. 

Para Miguel, todo sería menos complicado si el Estado asumiera lo que le corresponde: hacer justicia, pedir perdón. Porque, claro, sin reconocimiento, no hay posibilidad de dar el paso siguiente: la tan mentada reconciliación. “De quienes se levantaron en armas y usaron el terrorismo como fundamento de acción, no espero nada. Quienes sentimos que tenemos algún compromiso al lado de las víctimas de todos los sectores sociales no debemos hacer ninguna concesión que signifique no llamar a las cosas por su nombre, algo que sucederá si nos dejamos guiar por el pragmatismo político. La guerra ha sido un proceso complejo cuya comprensión no resiste simplificaciones y que no tolera una mirada relativista que nos termine haciendo cómplices con quienes quieren invisibilizar las violaciones de los derechos humanos cometidos por un lado y por otro. Debemos llamar a las cosas por su nombre: secuestro, tortura, violación sexual, desapariciones, asesinatos masivos”, señala. 

“Es estupendo comprobar la profusa creación cultural y artística que se ha producido y sigue produciendo a raíz del periodo de violencia, con una gran capacidad de resistencia y respuesta. Eso habla bien de una capacidad creativa que va más allá de la obra propiamente dicha. Me parece que es una evidencia del potencial creativo que tenemos para enfrentar nuestros pendientes como nación. Nadie que entre al territorio del arte para jugarse la vida puede evitar ir al fondo de las cosas”, agrega. 

A estas alturas de lo vivido, no podemos seguir preguntándonos qué estuvo bien y qué estuvo mal. Los crímenes y sus responsables tienen nombre. Hay suficiente evidencia que ha puesto en marcha procesos de judicialización que no terminan nunca. “La memoria exige reparación, justicia, aprender del pasado y, sobre todo, escuchar la voz de las víctimas”, finaliza Rubio.


 

Para los Yuyas, esta es una obra "madre" porque no solo es parte de su repertorio, sino que además genera su propio lenguaje. Eso no sucede con todas. “Este lenguaje surge de la necesidad de responder a ese diálogo que queremos tener siempre con nuestro difícil país, que –como decía Arguedas– es duro, cruel y formidable. Ese diálogo nos plantea siempre desafíos a los que enfrentamos. En esta obra encontramos la necesidad de hacer confluir diversas escrituras que nos aproximan a los límites del teatro con todo aquello que puede ocurrir en Sin Título–Técnica Mixta escena, independientemente del texto”, explica Miguel Rubio sobre la obra. “Hemos encontrado un concepto de dramaturgia que se basa en organizar la convivencia con el espectador mediante la acción, aquello que ocurre en el espacio donde estamos todos implicados: se trata una metáfora escénica de lo que debería significar vivir en sociedad”, dice. 


 

(Fotos: Adrián Portugal. Texto publicado en Revista PODER, edición N°78)