En 1966 Bob Dylan publicó su séptimo álbum de estudio titulado Blonde on Blonde. Con este el músico que antes había escalado hasta lo más alto del folk sumó el segundo disco a su etapa eléctrica más inclinada al rock que tantas críticas y cuestionamientos musicales le trajeron. 

La portada era particular. Sin nombre del artista ni el título del álbum, esta era de 30x30 cm y se completaba hasta 30x66 cm al abrir el sobre. Pero la pregunta más inquietante era por qué la imagen de la portada había salido borrosa. Si bien hace ya varios años se reveló en algunos pocos medios la razón, el periodista Bob Egan de la web Pop Spot que ahonda en la historia sobre cómo determinados lugares se volvieron iconos a través de la cultura pop, decidió buscar a Jerry Schatzberg, el fotógrafo que se encargó de la portada, para explicar los detalles. 

No había ninguna razón estética o conceptual a pesar de lo mucho que se dijo. Era febrero y Dylan y Zchatzberg tiritaban de frío. Punto. Esta es la historia: 

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