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Fito Espinosa: cómo un pintor naif alcanza su destino

A propósito de la retrospectiva que presenta por sus veinte años de trayectoria, el pintor repasa al detalle la transición que le hizo dejar atrás la oscuridad de sus inicios para convertirse en un referente de las emociones más sensibles. 

Publicado: 2015-10-02

Hace veinte años, Fito Espinosa, el hombre flaco de pelo blanco y lentes de marco grueso que se ha hecho conocido por hacer de su obra una apología a los sentimientos humanos más inocentes (la necesidad del amor, la esperanza de los sueños, la prioridad de lo invisible), expuso su primera muestra individual. Una coraza para el desierto no se caracterizó por personajes infantiles y coloridos de grandes ojos. Lo que había eran cuerpos y perfiles realistas en los que predominaban la oscuridad del azul y el rojo, expresiones apagadas y una sensación de pesadumbre. A pesar de eso, Espinosa está convencido de que hoy en día sigue hablando de lo mismo: nuestras necesidades y deseos más internos. 

De ahí que la retrospectiva que está a punto de inaugurar este mes -después de diez individuales, diversas colectivas, un disco de música y tres libros ilustrados- lleve como nombre Introspectiva y no se trate de “las mejores obras” del artista, sino del reflejo de su "proceso de vida”. Es decir, cómo el hombre que pintaba cuerpos fantasmales terminó siendo un referente de la pintura naif.  

RECOSTADO SOBRE LA NOCHE (1994) / ENERGÍA INFINITA (2013)

“Recuerdo que en mi primera individual no sabía muy bien cómo hacer las cosas porque la universidad no te enseña cómo es el mundo una vez que la acabas. Uno tiene expectativas grandes o pequeñas pero la realidad nunca es como te la imaginas”, recuerda Espinosa en la galería del Centro Cultural de Pontificia Universidad Católica, con los cuadros ya repartidos por todas las salas, pero aún envueltos en bolsas protectoras y apoyados en el suelo. “Ahora muchos de los cuadros que están acá los he tenido que pedir prestados porque ya no me pertenecen. Eso me ha hecho darme cuenta que hay niños que han crecido viendo mis cuadros. Eso me parece alucinante”.


En las distintas etapas que haz tenido hay una relación cronológica y emocional con lo que pasaba en el país: la etapa oscura se da a inicios de los noventa y la transición hacia lo más luminoso se genera cerca al año 2000. Sin embargo siempre señalas razones o motivaciones personales. ¿Hasta qué punto hay una relación también entre la coyuntura del país y tu obra?
Lo que pasa es que era chibolo y no me interesaba mucho la política y todo lo vivía de una manera muy personal. En la universidad formé parte del Centro Federado porque quería hacer cosas útiles como charlas, publicaciones, exposiciones, pero a veces terminaba en medio de discusiones sobre derecha e izquierda y, la verdad, yo nunca entendí la seriedad de la política. En ese entonces no podías pensar que en 20 años el Perú sería lo que es ahora. En mi familia me decían que tenía que irme del país. Yo iba en bicicleta a la universidad con miedo a las bombas, pero había un contraste muy fuerte cuando llegabas a esta y te sumergías en ti mismo para aprender a pintar, mientras afuera todos trataban de sobrevivir. Sin embargo, siempre he sentido que, a pesar que se toquen, son dos mundos que van paralelos y he llegado a pensar que en realidad donde vive uno es en su pequeño mundo hasta que las cosas te tocan directamente. Hoy vivo una etapa diferente porque se han hecho realidad muchas cosas con las cuales soñé.
¿Qué buscabas en tu pintura en esos primeros momentos, en esa etapa más desconocida de tu trayectoria?
Algo te empuja a hacer algo. Ni siquiera tendrías que saber por qué lo haces. En esa búsqueda de saber qué te pasa vas encontrando referentes y vas estructurando el sentido de tu vida. En ese momento tenía que ver con decir algo que no podía. Era un entrevero entre pesadumbre y confusión. Lo interesante del arte es que tiene muchos niveles y aprender te sumerge tanto en ello que ponerte a pensar qué quieres transmitir no es lo más importante. Después empiezas a entender.
¿Terminas siendo un espectador más de tu propia obra?

Sí. Creo que lo que hace cualquier persona cuando crea algo es enfrentarse a lo que no entiende. Lo interesante es que cuando creas tienes referentes que quieres alcanzar y no vas a poder hacerlo, pero en el camino surgen otras cosas que tienes que saber ver que son valiosas. Yo muchas veces me deshice de cuadros pintándolos de negro, pero solo porque no estaba abierto a esas nuevas opciones.

Foto: oliver lecca / lamula.pe

En concreto, lo que salieron fueron estos personajes oscuros, sin rostro, medio fantasmales. ¿Qué fue lo que te terminó convenciendo de ese primer estilo que no borraste y que luego dejaste atrás?
Creo que estaba obsesionado con tratar de transmitir que la materia y el espíritu y la energía puede estar ahí y puedes verlo. Y si se ve, es algo así. La forma en que pintaba estos seres espectrales era yo, que no soy nada, que no tengo cuerpo. Siempre he sido muy delgado y a veces sentía que mi cuerpo era solo algo que me servía por un momento. Quería mostrarme transparente aunque esto fuera, más bien, algo oscuro. Ahora que lo pienso, es lo que sigo haciendo, solo que ha cambiado la energía y la forma.
¿Qué pasa hacia finales de los noventa que empiezas una etapa de transición hacia un estilo y colores más vivos?
Me fuí a Francia porque gané Pasaporte para un artista. Allá la pintura prácticamente no existía. Si algo había de pintura contemporánea eran técnicas como chorrear pintura. Lo que estaba de moda en las galerías eran instalaciones, videoarte, cosas que yo no había estudiado. Eso resultó en una pequeña crisis porque me pregunté qué diablos hacía yo haciendo algo del siglo pasado. Tenía dos caminos: o seguía pintando buscando mi lenguaje o me volvía un artista más contemporáneo. Pero me di cuenta que lo que más disfrutaba era dibujar de manera más simple, con dibujo lineales.
Cuando empiezas con el dibujo lineal empiezan a aparecer los símbolos que luego van a hacer característicos de tu obra: barcos, naves, nubes, los ojos de los personajes. ¿De dónde surgen esos elementos como referencias constantes?

Estaba en búsqueda de crear una simbología. Esa era mi obsesión: ¿cómo transmites algo de una manera muy clara, sencilla y directa? ¿Cómo comunicas algo complejo de una manera que se pueda ver y entender en un segundo? Empecé a investigar simbología, grabados de alquimia del siglo XVI y XVII y un montón de imágenes más místicas. También me interesó todas las fórmulas religiosas de todas las culturas donde siempre se retratan personajes: la egipcia, la romana, la cristiana o las orientales, donde hay elementos como los ojos, las manos o la flor de loto. Ahí empecé a quedarme con un lenguaje mío. Cuando hice Malaespina creé la simbología, incluso ese personaje tenía su logotipo con un espina clavada en la cabeza.

un día sucederá / malaespina (2002)

¿Esa simbología puede explicar en parte la identificación que genera tu obra con un público mucho más amplio que el de otros artistas?

Puede ser. Yo estudié diseño gráfico primero porque quería ser ilustrador, entonces desde un comienzo ya estaba la idea de llegar a más gente. Ese otro lado de comunicador, mezclado con lo que aprendí en pintura, hizo que en mi trabajo se reflejara eso y llegara a más gente.  

También, sin saberlo, cuando regresé al Perú me enfoqué en hacer un arte muy tirado hacia el dibujito. Pensé: si paso a la historia como el que hacía dibujos para cuentos, no importa. Prefería hacer esto. Sin quererlo empecé a hacer algo que ya se estaba dando en otras partes del mundo, que es el movimiento que se llamó luego surrealismo pop, que tuvo que ver con el cansancio de que el arte se alejara de la gente. Ahí se da la movida del graffiti, el diseño, la ilustración, el diseños de objetos, los tatuajes y todo eso. Cuando ese movimiento llega al Perú más claramente yo ya me había convertido en un referente de eso.

¿Cuáles son los parámetros que tienes a nivel comercial? ¿Cuál es el límite?
Es un tema complejo porque todo el tiempo hay que ir decidiendo. Cada tanto me llaman y me ofrecen hacer determinadas cosas y ahí hay que decidir. Estoy seguro que si comienzo a hacer cosas que se salen de mi control o que son muy masivas voy a irme muy lejos del arte y el diseño. Por ahora mi límite son cosas que pueda controlar.
En Malaespina empiezas a insertar frases en los cuadros. ¿Por qué decides hacerlo?

Ese era otro de los prejuicios que tenía. En la facultad se decía que en la pintura no se escribe. Esas frases siempre estaban en mi cuaderno pero no pasaban a la pintura. Al final se dio de manera natural porque cuando hice la exposición El hombre dividido puse esos títulos que parecen historias y estaban fuera de los cuadros, como siempre, y cuando la gente los leía captaba la idea. Ahí decidí insertarlos. 

Algo que me di cuenta después es que hace que el público más común que está metido en su vida cotidiana pueda tener una apertura más amplia para poder entrar. El lenguaje apela más a la razón, a la lógica, al entendimiento, mientras que el trabajo plástico apela al lado más subjetivo, intuitivo y creo que cuando los dos se conjugan de una manera acertada hacen que el espectador pueda sentirlo.

Malaespina, cuando lo describes en el proyecto, es un personaje que siente que este mundo no es su casa porque sus prioridades son distintas a la de nuestra sociedad más materialista. Eso es algo que se ve en toda tu obra. ¿Cómo lidias tú con una sociedad que tiene unas prioridades totalmente distintas a la tuyas?

Esa es la historia de mi vida, ¿no? Creo que por eso me la paso pintando. Entre tanta cojudez que he hecho, recuerdo que cuando hice el catálogo de Malaespina pensé que todo el mundo se iba a dar cuenta que estaba mal de la cabeza. Era una historia que no tenía ni pies ni cabeza (el personaje desea que lo ovnis se lo lleven este planeta), encima en un catálogo de pintura. Pero una amiga me dijo que presentar eso era lo más cuerdo porque una persona loca no podría hacer eso, que era un intento de ser cuerdo. Caí en la cuenta que si uno no muestra su locura no tiene sentido. Se trata de transformar tus miedos en algo con lo que te puedas reír, a lo Tim Burton. Relacionarme con la realidad siempre ha sido difícil porque simplemente creo que el mundo está de cabeza. Pero he tenido la suerte de haber dado vuelta a las cosas y transformar los problemas en una solución. No queda otra. Si lo dejas ahí se convierte en lo que Jung llama "tu sombra".

foto: oliver lecca / lamula.pe

En Malaespina está la pieza llamada Manera de ocultar el vacío, que muestra varias personas ocultas o atrapadas dentro de una fábrica. Hay ahí el mensaje de una sociedad ocultando su vacío a través del materialismo. Pero inmediatamente después pasas a la etapa de los artefactos que son máquinas hechas para resolver problemas humanos e internos. Eso es una muestra clara de cómo transformar el problema en solución ¿no?
Claro, en Mecanix el problema se volvió una parodia. Malaespina era un poco tedioso porque el mensaje seguía siendo el del hombre que no se inserta en el mundo. ¿Cómo hacía para darle solución? En Mecanix fue eso. Quería vivir feliz, que algo me solucione mágicamente las cosas: ¿cómo hago para no tener depresión, estar estabilizado emocionalmente, tener dinero y no tener pesadillas? Bueno, inventaría máquinas absurdas que son materiales y solucionan problemas que nadie va a solucionar. La ironía es ver las cosas en todas las dimensiones que se pueda, es una forma de burlarte de las cosas pero valorándolas a la vez.
Son máquinas que todos buscamos ¿Esa sería otra de las claves por las que tu obra genera esa identificación?
Las máquinas han sido en el mundo una especie de símbolo muy fuerte en el inconsciente colectivo. Mucha gente ha utilizado la máquina como símbolo en el arte. Al inicio todos pensaron que las máquinas eran algo bueno, que venían a salvarnos la vida. Pero desde los noventas todas las películas nos dicen que las máquinas nos van a destruir. Yo quería hacer que las máquinas nos sigan salvando.
Ahora que revisaste y repasaste tu obra de veinte años ¿cuáles son las principales conclusiones que sacas?

Uno siempre intenta hacer una línea de desarrollo pero te das cuenta que así no son las cosas. A veces veo cuadros que he hecho hace veinte años y me doy cuenta que no es que ahora pinte mejor. El desarrollo de uno es más bien como una espiral.

el chico enrrollado (2008)

Exposición 'Introspectiva'

¿Cuándo?:  Inauguración el martes 06 de octubre a las 7:30 pm
¿Dónde?: Centro Cultural PUCP (Av. Camino Real 1075, San Isidro).

Presentación del libro Libro "Introspectiva, Fito Espinosa"

¿Cuándo?: el 21 de octubre a las 7:30pm en
¿Dónde?: CCPUCP
Con la participación de Mariana Silva, Sandro Venturo, Mariella Mujica y Manuel Munive.


Escrito por

Raúl Lescano Méndez

Periodista. Editor de la revista Poder. @rlescanomendez


Publicado en

Redacción mulera

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