La monstruosa Vía de Evitamiento, en San Jerónimo, al sur de la ciudad de Cusco, es algo así como una pista de alta velocidad atravesando tu sala. Muchos muros, pocos puentes. Aislamiento. Para explicárselo a la congresista cusqueña Verónika Mendoza, que ha llegado hoy de Lima, los pobladores usan la imagen de un cuchillo filudo que los ha partido en dos, dejando una herida sangrante. Es una autopista que no une los poblados sino que los divide. Los autores: el Gobierno Regional, Copesco y la empresa Odebrecht. 

—Nos han aislado como alemanes. El colegio, el mercado, la posta, la iglesia, todo está allá, mamita. No podemos pasar de un lado al otro. Ya han muerto cinco. Han aparecido ahí nomás, un escolar, un viejito…Odebrecht viene, recoge a los muertos y no deja huella.

La congresista sigue atenta el relato de los dirigentes que la rodean en medio del caos del tráfico de esta vía. Los carros pasan levantando polvo. “Este casito es el Perú”, dice ella, “así se hacen las cosas aquí. Nadie se tomó el tiempo para saber si realmente esto iba a servir para que viva mejor la gente”. 

—¿Acaso somos carneros, chanchos, señorita? Somos personas —se quejan.

—Nos discriminan en el año de la inclusión social, señora congresista. Aquí hay mucha plata de por medio. Huele a azufre —denuncian.

“En nuestro país —me dirá dentro de un rato Verónika Mendoza—, hay una tradición de arbitrariedad y autoritarismo, desde la mina hasta la carretera, esos símbolos del crecimiento económico, pero la ciudadanía está cada vez más consciente. Y la respuesta a la prepotencia de estos años ha sido la conflictividad social”. Quizá por eso cuando le preguntas a Mendoza por su primer recuerdo político, el más intenso, el que más la marcó, te contesta que fue escuchar una mañana de junio de 2009 que Santiago Manuin había muerto. En realidad el dirigente awajún no había muerto, solo estaba malherido por defender sus tierras, pero fue durante el llamado Baguazo que Mendoza supo hasta qué punto la clase política podía estar de espaldas al pueblo. Por eso se unió a Humala. Por eso dejó a Humala. 

—¿Tiene su casita acá?

Hay cosas que un cusqueño no puede evitar, por ejemplo, los diminutivos. Ya no sé cuántas veces le he oído decir a Verónika: “reunioncita”, “horitas”, “trabajito”. La señora Felicitas, otra dirigente, le contesta que sí, que ya ha llorado mucho, pensar que se vino a vivir aquí para empezar una nueva vida.

—Me decían loca por oponerme a esta “gran obra” y mire. Si no nos hacen caso, vamos a usar nuestra maquinaria y vamos a romper el muro.Y diremos: “el pueblo lo hizo y que nos metan presos”. 

—Yo entiendo su indignación, pero les pido sobre todo serenidad.

Mendoza se esfuerza en explicar a los pobladores la mejor manera de conseguir sus objetivos, lo que puede hacer y lo que no puede hacer por ellos. Y lo que ellos tienen a su favor: “Su fortaleza es estar organizados y unidos”. “Pedagogía política”, lo llama. A estas alturas ya se ha comido varios pleitos que otros han preferido ahorrarse. Y por eso, como un día a Felicitas la llamaron loca, a Mendoza la llaman “enemiga del desarrollo”.

Una camioneta blanca de lunas polarizadas nos sigue. “Son los de Odebrecht, ya se han dado cuenta de que está usted, señora Verónika, con nosotros”, le alertan los vecinos. “Que no te sorprenda que mañana digan que la congresista vino a azuzar. Y a pedir votos.”, me dice Mendoza. Azuzar. Manipular. Comprar. Las viejas prácticas políticas de quienes ahora se dedican a señalar a la “nueva promesa de la izquierda” con el dedo. “Yo no le meto ideas a la gente, ellos me explican, me enseñan el camino. En ese discurso de la clase política y de los medios hay un trasfondo discriminatorio, racista, porque quienes reclaman son comunidades campesinas, indígenas, gente de las zonas urbano-marginales, ciudadanos según ellos de segunda categoría, manipulables: esos que esperen, ya se les va a pasar, ya los vamos a convencer, a comprar, a corromper”. El fujimorismo era eso, le digo. “Sí, esa fue la relación del fujimorismo con la gente, darles regalos en lugar de respetarlos como ciudadanos con derechos y deberes”. Falta apenas una semana para las elecciones primarias y ciudadanas del Frente Amplio, en las que compite, y siete meses para las presidenciales, en las que espera competir. ¿Y Alan?, continúo mi interrogatorio. “¿El que acusó al hombre andino de primitivo y de no entender el desarrollo por seguir creyendo en sus apus? Es la encarnación de esa cultura discriminatoria. A ver si él se atrevería a hacer un proyecto minero debajo de su catedral, porque hay oro, y a decirle a su amigo Cipriani, oye tienes que zafar de acá”. ¿Y PPK? “El lobbista más grande del Perú y el culpable de que el gas que le pertenece a los cusqueños se venda sobre todo aquí a precios exorbitantes”.

¿Cómo aterrizas el gran discurso contra el neoliberalismo y le haces entender a la gente que en realidad le estás hablando de su casa, de cómo cruzar de un lado a otro de su calle, del lugar donde siembra, del aire que respira? ¿Cómo estableces ese vínculo entre la demanda concreta y las políticas de desarrollo? Mendoza trata de responder esas cuestiones cada día, mientras buena parte del hemiciclo habla de las agendas de Nadine. “En el centro de nuestra propuesta de país no está la economía sino el bienestar de la gente, las inversiones son sólo las herramientas: no las negamos, les damos su lugar”. ¿Qué es hacer política, entonces para ella? “Ponerse en el lugar del otro. Si hubieran hecho eso con mi casa yo estaría gritando con ellos”. 

—Le daré mi voto, señorita congresista, si nos ayuda, le alcanza a decir una señora, corriendo, antes de que Mendoza se suba al taxi.

—No me dé su voto, señora, yo estoy haciendo mi trabajo.

Pedagogía política.


***


¿Quién le teme a Verónika Mendoza? Lleva solo un mes de campaña como pre-candidata del Frente Amplio, aún no es ni siquiera candidata presidencial pero la campaña contra ella ya está en marcha. El 4 de octubre se decidirá quién representará a esta agrupación en las elecciones presidenciales de 2016. Y se hará de una manera extraordinaria, en unas primarias abiertas. Mendoza cuenta con más experiencia política que su más cercano contrincante, el cajamarquino Marco Arana: ya ganó unas elecciones, es congresista. Aunque los medios la acosan, ante la ciudadanía aparece con un perfil más fresco que el del excura Arana y por eso se percibe como una mejor candidata para las generales. Aún es incierto si esa preferencia se reflejará finalmente en votos. Cuando le pregunto a Mendoza qué piensa de esa ligera preferencia me dice que se lo toma con responsabilidad: “No puedo meter la pata”. “Si gana, no ganará necesariamente por los votos de los militantes del Frente Amplio, sino por los votos de ciudadanos identificados con sus propuestas —opina el politólogo Eduardo Dargent—, gente interesada en que haya una representación que vea temas hoy minimizados como igualdad sexual, transparencia, control de la corrupción, fiscalización ambiental...” 

Es el primer dia de lluvia después de mucho tiempo en Cusco. En agosto, cuando la tierra suele abrirse para recibir las semillas, no llovió tanto y ahora el cielo se está vengando, justo cuando llegamos al local donde a esta hora se reúnen las emolienteras del barrio de Wanchaq. El salón está lleno de mujeres, algunas con sus bebés. La congresista se sienta junto al panel y escucha, durante mucho rato solo mira y parpadea. El ambiente es tenso y amargo. Una mujer ha pedido la palabra. Cuenta cómo Willy Cuzmar —el polémico alcalde del distrito de Wanchaq, que ha ordenado el desalojo de estas vendedoras porque “ensucian”— le dijo: “por hacerte la lista te ha dejado tu marido”. Otra se levanta para contar cómo la golpeó la policía hasta romperle los huesos por resistirse a dejar la zona en la que durante años han vendido emoliente, “nos pegaron como si no hubieran nacido de mujer”, exclama, “a todos los demás los han dejado quedarse, sólo a nosotras nos ha botado. Nos llaman cholas cochinas”. Varias rompen a llorar. Vero toma la palabra.

—Compañeras, no vamos a permitir que nadie nos maltrate, que nadie nos humille. Como autoridad el alcalde les debe respeto. Su obligación es garantizar la paz y el derecho a ejercer un trabajo digno. Mañana pediremos una cita con él para detener este atropello.

Mientras Mendoza habla desde la sororidad (la solidaridad entre mujeres) me pregunto por qué a nadie le interesa si Keiko Fujimori es o no una mujer. Porque jamás ha defendido ni uno solo de nuestros derechos. En su plan de gobierno para el 2011 no decía ni una sola vez la palabra mujer. El humalismo, por su lado, traicionó a todos, también a las mujeres. Nadine Heredia se tardó un gobierno entero en hacerse una foto con su hija proclamando la libertad de nuestros cuerpos. “Nadine pudo haber usado ese poder para influir —opina Verónika de su vieja correligionaria— en el momento oportuno y de una manera totalmente legítima y democrática. Como presidente de su partido pudo haber convocado una reunión de su bancada, para debatir e impulsar el tema de la despenalización del aborto, pero no se compró ningún pleito”. En cambio ella ha decidido darle total importancia a las políticas específicas, claves en el reconocimiento de los derechos de las mujeres y de la población LGTB, asegura. Y eso, en un país tan conservador como éste, también da miedo. 

Ahora Mendoza está a punto de acabar su intervención y mientras las emolienteras ahogan el llanto, ella habla. Suena como si hablara en nombre de su abuela, la partera de Andahuaylillas, la curandera. O de Gabrielle Marie Frisch D'Adhemar, su madre, la rebelde francesa que vivió mayo del 68 antes de abandonar a su familia burguesa para seguir la ruta del Che y acabar viviendo con un profesor izquierdista en ese pequeño pero precioso pueblito, junto a sus tres hijas. O en nombre de Micaela, su hijita, que hace poco todavía le hablaba al televisor, sorprendida de que su mamá no le contestara. También suena como política.

—Nos podrán quitar nuestra carretilla pero no nuestra dignidad. Más temprano que tarde encontrarán justicia. Para ustedes mi respeto y mi admiración. 

Días después de este encuentro, la congresista pudo reunirse con el alcalde para confrontarlo por abuso de autoridad. A esta hora se ha conseguido parar el desalojo y entablado una mesa de diálogo, donde ellas por fin han podido ser escuchadas por la autoridad. Cuzmar le ha echado la culpa a sus policías pero a ellas les ha pedido perdón y ha garantizado una reubicación en condiciones.


***


En Cusco, en la casa de tres pisos y tres colores, aún residen las dos hermanas de Verónika. Carol, la del medio, le ha preparado un rico y energético desayuno con kiwicha. Hoy iremos a Andahuaylillas, el pueblo de su padre y donde la precandidata vivió antes de mudarse al Cusco a los seis años. Antes, echo un ojo a sus fotos familiares. Verónika de niña, vestida de ñusta. Verónika cantando con sus amigos y una guitarra. Verónika en el Camino Inca. Verónika de niña en la Provenza. Verónika en la torre Eiffel. La hermana pequeña no se asoma. La madre perdida está en las paredes, en los retratos antiguos, y en el silencio de los dos pianos que fueron suyos. Marcelino, el padre, está en su chacra, en el pueblo. Ambos, por ser profesores y políticos en el Perú, le prohibieron a Verónika ser cualquiera de las dos cosas. Ella desobedeció. Por eso no hablaron de política hasta el día en que se presentó a las elecciones con Ollanta. Según la ley, la hija de un comunero activo también lo es. Por eso no tiene nada de raro que reivindique el ayni, el trabajo comunal, dentro de la política. Vero es comunera y habla quechua, aprendido en Francia —donde estudió la carrera de Psicología y Ciencias Sociales—, pero quechua. Su padre quechuahablante no se lo transmitió. Su hija, en cambio, habla en el perfecto francés en el que la congresista le habla. 

Como tardó en lanzarse, hay la impresión de que Mendoza fue “empujada” a hacerlo y que le falta creérselo. Le falta algo de ambición, algo de fuerza. La periodista Claudia Cisneros piensa, sin embargo, que sus carencias como candidata la podrían hacer una mejor presidenta. “Por ejemplo, no está dispuesta a claudicar de sus principios por avanzar en las encuestas”. Pero su falta de decisión es engañosa. Nadie sin el suficiente aplomo hubiera renunciado a su bancada y se hubiera echado a la espalda la problemática del gaseoducto del Sur Andino, la contaminación en Espinar, la Ley Pulpín… Todo en una sola legislatura. Y esa determinación no ha tardado en llamar la atención tanto de adversarios con los pelos de punta como de “asesores” espontáneos: en estos días, Mendoza escucha sin cesar consejos sobre cómo debe ser.

—Sí, me dan consejos sobre cómo tengo que ser, cómo me tengo que vestir, cómo me tengo que peinar —cuenta falsamente agotada. Realmente parece hacerle gracia y en definitiva no da la impresión de que vaya a aplicarse demasiado en variar su imagen oenegera de blusas coloridas y aretes de plata quemada, cueste lo que le cueste.

—Yo escucho esos consejos y acojo algunos, pero si algo defiendo es mi identidad. He visto mucha gente transformarse en política, perder la perspectiva, volverse todopoderoso y no quiero que eso me pase a mí.

—A propósito de metamorfosis, ¿viste la entrevista que le hicieron a Humala hace pocos días?

—Aunque no sea políticamente correcto decirlo, no, no la vi. Es decir, la empecé a ver y me dio entre vergüenza y pena y dije no, ya, basta. Y me concentré en mi hija.

—¿Hace unos años oír hablar a Humala producía la misma angustia?

—No, supongo porque la gente proyecta en el líder lo que uno quiere ver. Por lo menos la imagen que yo tenía era la de una persona mucho más firme, más clara, que podía equivocarse pero que tenía convicciones. Ahora tengo dudas, respecto a lo de Madre Mía, incluso.

—¿Y cuándo exactamente dejaste de proyectar lo que querías ver en la figura Humala?

—Yo tengo una imagen muy fuerte del día que dio el mensaje de “Conga va”. Recuerdo que me pregunté: “¿Pero quién es este personaje? Este no es Ollanta”. Su manera de hablar, su expresión, su postura. Lo desconocí completamente. Algo en mí se rompió. Y ahí dejé de proyectar.


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En la casa de la familia en Andahuaylillas viven aún los tíos de Mendoza. En una de las paredes del patio todavía está pegado el cartel de 2011, que llamaba a votar por ella, la número 1 de la lista por Cusco. “Todavía lo tiene ahí mi tío”, dice Verónika con un poco de vergüenza. “Eso es para siempre”, asegura el tío. La primera imagen que Verónika tiene de sí misma como persona política es de aquel día del año 2012 en que renunció al oficialismo. Allí nació la candidata. La persona que sabía que continuaría en política, en un rol más protagónico, aunque en su discurso siempre use el plural. 

Para escozor de algunos, Mendoza no parece tener principios al gusto del portador, no tiene otros como Groucho Marx. No va a decirles lo que quieren oír. Sus enemigos, lo sabe bien, tienen el poder económico y el mediático. Si ella avanza, la cosa se pondrá cada vez más dura. Pero ya tiene experiencia. Durante el conflicto de Espinar una arremetida mediática feroz pretendió culparla de las muertes. Aun cuando ella fue la única que renunció a la bancada nacionalista en cuanto empezaron a morir inocentes víctimas de la inoperancia del gobierno. Aquello fue un cruce de informes y documentos en los que quedó demostrado que aunque la congresista es capaz de utilizar dichos recursos para llamar la atención de las autoridades —de la misma manera en que las mineras lo hacen, pero para justificar sus excesos— no es capaz de mentir o de tergiversar.

Hace pocos días, se publicó una portada acusándola de agitar a las poblaciones contra los proyectos mineros y a renglón seguido la pusieron al mismo nivel que Sendero Luminoso. Y está el otro tema favorito de algunos medios: Venezuela, de la que no ha dicho nunca que es una dictadura. “No hay ningún elemento que me pueda hacer cambiar de opinión, por ahora. Es preocupante lo que pasa en Venezuela, hay una democracia débil, hay vulneración de derechos y por supuesto deslindamos, no queremos eso en Venezuela ni en nuestro país. Pero estaría bien que se preocuparan también de lo que pasa en el Perú en materia de derechos humanos ¿Cuántos se han manifestado por las 50 muertes que se han producido en este gobierno en conflictos sociales, de personas que ejercían su derecho a la protesta y fueron asesinados impunemente?”. 

¿Qué les da tanto miedo de Verónika? ¿Por qué los fujimoristas la tachan de terrorista y los liberales de chavista? De la ultraderecha al centro, ¿qué temen los guardianes del continuismo económico? Lo que en realidad temen sus opositores no es que Verónika se convierta en Maduro sino que no se convierta en Humala.

En la vieja cocina de la abuela, los cuyes revolotean sobre la paja y se esfuman raudos antes de que uno vaya a pisarlos de casualidad. La tía entra con la oscura olla llena de sopa de calabaza y le pide a la sobrina que encienda el fuego. El tío le alcanza una cajita de fósforos nada inocente: es un souvenir de la campaña del nacionalismo, con la cara de Verónika y la de Humala, una junto a la otra. “¡Oh no!”, exclama la sobrina, “aún existen de esos”. Saca un palito, lo frota y nada. Lo vuelve a intentar y nada. “Es que son fósforos ollantistas, fósforos bamba, como su programa de gobierno”, dice y todos reímos. Hasta que por fin lo enciende. “Voy a quemar el pasado”, anuncia divertida e inicia así una retahíla de metáforas bien intencionadas. En la chacra familiar, Mendoza muestra orgullosa cómo empieza a asomar desde la tierra la planta del maíz, lentamente. “Está germinando, como nosotros”, dice aludiendo al nombre de su flamante movimiento, Sembrar. Luego coge un pico para arrancar la hierba. “Hay que sacar la hierba mala de la política”, dice antes de lanzar el golpe.


***


En una cena organizada por amigos y aliados para obtener fondos para su campaña, alguien le preguntó a Verónika Mendoza cómo se sentía. Ella dijo que ese momento le confirmaba que la política no solo era lucha sino también amor y ternura. Las reacciones con aspiraciones de viral no se hicieron esperar. La trolearon los chistositos con No se puede vivir del amor, de Calamaro. La trolearon los machistas diciendo que Verónika estaba bien hasta que abrió la boca. La trolearon los de la derecha porque es su deporte. Y así. Cuando le traigo a colación ese discurso Verónika se acomoda en un viejo sofá y se prepara para una nueva autoafirmación, otra vez cueste lo que le cueste. La coherencia es un bien en desuso, pero algunos aún la cultivan. 

—Me dijeron cursi, ingenua; pero lo siento, yo voy a seguir hablando del amor y la ternura. Creo que hay que recuperar ese sentido de política, colectivo y amoroso. Lo que están haciendo las emolienteras, los pobladores de San Jerónimo para resolver sus problemas es eso. Hay mucho de afectividad entre ellos, para acompañarse, para soportarse. Eso es política. No me resigno a esta política que tenemos en nuestro país.

—¿Cómo es para ti esa política?

—Es autoritaria, caudillista, machista. Yo no quiero esa política para el Perú porque luego deriva en represión, en criminalización. Además, tanto macho que ves gritando pero a la hora de la hora les tiemblan las piernas, a la hora de tomar decisiones arrugan…

Y mientras dice eso algo en su gesto parece de verdad querer quemar el pasado y mirar hacia adelante. Hace solo seis años, cuando los periódicos solo informaban lo que a sus dueños les venía en gana sobre las protestas en Bagua, Mendoza —que en esos días tenía menos de 30 años—, junto a otros jóvenes cusqueños, se apropió de uno de los muros de piedra de la plaza de armas del Cusco para pegar pancartas. Me lo enseña ahora, desnudo, con cierta nostalgia. Acaricia las piedras y sentencia: “cuando los medios callan, las paredes hablan”. ¿Qué diría el muro de Verónika hoy? A algunos a veces nos basta con no tener que elegir entre corruptos y mafiosos. Algunos a veces esperamos más. Procurar un desarrollo sostenible y políticas públicas que no discriminen, reivindicar un nuevo pacto social y garantizar el bienestar de los más vulnerables, defender la soberanía nacional en lugar de tratar al país como una despensa de recursos naturales. Por el momento todo eso forma parte invariable de su visión de país que afirma querer construir como este muro, piedra por piedra. 

—Yo quiero ganar las elecciones ciudadanas y las presidenciales pero también quiero ganar sentidos comunes. Los problemas del país no los va a resolver una sola persona por muy firme que sea si no hay organización política y solidaridad. Cuando hay que ser firme hay que ser firme, pero cuando hay que ser tierno... ¡No hay que tener miedo a la ternura, cobardes!


(Publicado el 27 de setiembre en La República)