"Entre las cosas hay una /De la que no se arrepiente /Nadie en la tierra. Esa cosa/ Es haber sido valiente".

Estos versos pertenecen al poema Milonga a Jacinto Chiclana escrito por el argentino Jorge Luis Borges y vuelven a orbitar alrededor de nuestra cabeza luego de terminar la lectura de dos cuentos de Pedro Llosa Vélez (Lima, 1975): El olvido que seremos y Última llamada. Ambos están incluidos en su más reciente libro, Las visitaciones, ganador del Premio de Cuento José Watanabe del 2014.

A contracorriente de una creencia mayoritaria, olvidar puede considerarse un acto de valentía. Desde luego, no estamos hablando de olvidar eventos bélicos, como la Segunda Guerra Mundial o hechos históricos como la inmigración europea a los Estados Unidos (aunque Donald Trump parece haberlo logrado con mucho éxito). Nos referimos a las heridas privadas que, como un enamoramiento malvado, pueden carcomer nuestros cerebros con lentitud. Las mismas que nos interpelan hasta que, llegado un punto, solo hay dos opciones: verbalizar o escribir.  

El olvido que seremos es el título de una novela escrita por Hector Abad Faciolince (en la cual se rememora la figura de su padre asesinado por paramilitares colombianos) pero es también el nombre con que Llosa Vélez bautizó una ficción basada en la orfandad que comparte con el escritor colombiano.

Este es el único cuento, hasta hoy, que tiene una clara deuda autobiográfica. Yo me senté a escribir la historia de un escritor-narrador que tiene una ansiedad por conocer al autor de un libro que lo ha removido, pero que, poco a poco, descubre que la obra y el autor son dos cosas distintas y que tarde o temprano se va a decepcionar porque al conocer al autor no va a tener una prolongación de la obra”.

La figura de su padre, no obstante, abrió el cuento a otras posibilidades estéticas y argumentales y lo convirtió en una historia donde el olvido decide dar un paso al costado para que el protagonista vuelva a encontrarse con su padre a través del recuerdo. Ahí inicia otro acto de valentía.

“El cuento El olvido que seremos es producto de la potencia que tiene la literatura. En estos cinco años desde que murió mi padre, nada me había levantado ese recuerdo y esta novela lo hizo. Una especie de psicoanálisis”.

El escritor responde con calma, sin perturbar las prendas que trae puestas. A primera vista uno podría pensar que está ante un interlocutor distante. No es así. Sentado frente a la grabadora, hay un cuentista que modula sus respuestas para que estas suenen familiares, claras y concisas. Y es que la oralidad también puede jugar en pared con la concisión. Un ejercicio bastante pertinente para quien desea conjurar historias de corta extensión.

Volvamos a Borges. Ricardo Piglia, en una de sus clases maestras sobre el autor de El libro de arena, remarcaba que su destreza narrativa radicaba, en buena medida, en su capacidad de mantener la contradicción entre su fascinación por la barbarie y la erudición bibliográfica. Por supuesto, dominar esa ambivalencia estética requiere de tiempo y dedicación pero sospechamos que todos los escritores aspiran a una. En El olvido que seremos, Llosa Vélez pone en boca de sus protagonistas un eterno dilema en el ejercicio de las letras: ¿las mejores historias nacen de las vísceras o de la frialdad de la cabeza?

“Me gusta esa discusión porque los interlocutores defienden dos posturas que siendo opuestas no son excluyentes y podrían ser complementarias. Yo creo en ambas. Cuando la escritura es honesta y proviene de una experiencia visceral que remueve nuestro mundo interior es una primera garantía de que el texto puede salir bien porque ya tienes la potencia, el arranque. No obstante, como pongo en boca del otro personaje, tampoco hay que sobredimensionar tanto el poder de las vísceras porque con la cabeza fría también se pueden hacer grandes cosas. Quizás cada autor, en su experiencia a lo largo del tiempo, puede escribir libros mucho mejores, desde una u otra forma. Lo que sí es importante es que sea una historia que tú conozcas, que te cale, que te incomode”.

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“A veces un cuentista debe escribir una novela para ser reconocido”, señala el también columnista de la revista Poder poco después de que la garúa limeña inicia su tarea de enfriar el chocolate que reposa en nuestras tazas.

No hay que ser un lector muy entrenado para darse cuenta de que en el mercado editorial, la novela es la que reina. La dictadura de este género ha ocasionado que el cuento sea considerado – incluso por los propios narradores- un calistenia por la que deben pasar quienes aspirar a dominar la arquitectura novelística.

“Resulta difícil sublevarse ante la hegemonía de la novela, sin embargo, es posible hacerlo. Quizás este fenómeno, al que lo escritores han contribuido a posicionar o forzar, tiene que ver también con el hecho de que el cuento, si bien es un género independiente, en otro contexto, es una calistenia porque es más fácil, en términos de dedicación y esfuerzo. Construir una novela podría demostrar que estás más comprometido con las horas de escritura. Sin embargo, cuando te das cuenta que la medida del valor literario no está en el peso de las páginas sino en la elocuencia ahí es cuando el cuento gana un lugar muy grande y aparece como un contrincante sólido y gigantesco frente a la novela”.

Javier Cercas, en una presentación que tuvo en la Feria Internacional de Libro de Lima (2014), señaló que la gesta de una novela empieza con una pregunta: “¿Y si hubiera sido [un hombre que ha pasado su vida encerrado en un pueblo de la Mancha leyendo libros de caballería, por ejemplo]?". Con ello, el autor de Soldados de Salamina volvía sobre un pensamiento, que valgan verdades, es una forma de empoderar al género: quien asume la tarea de escribir una novela, vivirá otras vidas.

¿Sucede lo mismo con el cuento? Como ya lo hemos sugerido, son pocos los narradores que asumen ‘las distancias cortas’ como un género pleno e independiente y que constantemente cuelgan el teléfono cuando sus editores les dicen: "¿Y por qué no escribes una novela?".

Llosa Vélez es consciente del dominio novelístico. Como si sus ideas estuvieran protegidas por su indumentaria para combatir el frío primaveral, expone sus planteamientos tranquilo, sin alterarse, casi como si estuviera dictando una clase.

“He escrito novelas pero no me he sentido cómodo con muchas de las características propias que tiene este género. Quizás por los temas que he abordado. Me sentía incómodo con ciertas prolongaciones y de trabajar con una masa tan grande. Esto no quiere decir que no lo intente más adelante, pero me siento muy cómodo en el cuento. A partir de 'Las Visitaciones', lo revaloricé. El cuento es un género para dedicarle tu vida. Para leerlo y estudiarlo”.

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Si diez escritores se reunieran a comer, al término del disfrute gastronómico surgiría un problema: ¿quién hace la división de la cuenta? La pregunta inocente revela un realidad palpable: el poco apego a los números de quienes ejercen el oficio de escribir.

Llosa Vélez no tiene ese problema. Antes de ingresar a la maestría de Literatura en la Universidad Mayor de San Marcos, estudió Economía. No contento con ello decidió viajar a Europa y estudiar otro postgrado. Esta vez en Filosofía Política. Estos traslados académicos que podrían espantar al cualquiera por la exigencia, ha significado un enriquecimiento para el autor nacional. Una travesía multidisciplinaria que le permitió acercarse a la realidad nacional con una mirada más amplia que, claro está, también ha influido en su labor como escritor.

En el cuento Los exiliados, el lector descubre a partir de dos personajes que relatan, cada uno desde su punto de vista, su intricada relación amorosa. Una tensión que se apoya en el tópico del exilio y que, en pleno proceso del desmenuzamiento de lo sentimientos, instala en nosotros algunas interrogantes: ¿puede la política moldear nuestra forma de relacionarnos con el amor? ¿Por qué nos es tan difícil admitir que nuestras convicciones políticas pueden moldear la expresión de nuestros sentimientos?

La relación entre los escritores y la política ha cambiado con el tiempo. Si antes la preocupación por el desarrollo de la sociedad era, hasta cierto punto, una demanda, hoy el escenario es distinto. Aunque el fenómeno sea global, es inevitable auscultar el medio nacional. ¿Tienen reticencia los escritores peruanos para, abordar dentro y fuera del texto literario, el debate público? La pregunta no espera una respuesta monolítica. Llosa Vélez lo entiende así y reflexiona:

“Pienso que es muy difícil ser apolítico pero no porque en tu literatura no salga, sino en el sentido de que si tienes una participación pública (escribir artículos en un medio de comunicación o en tu cuenta de Facebook incluso) se ve, inmediatamente, donde estás parado [políticamente]. Se ve en su contenido comunicativo, es decir, en lo que habla. Y hay quienes, efectivamente, están parados en la nada”.

LOS DATOS

Pedro Llosa Vélez es también autor de los libros de cuentos Viento en Proa (Dedo Crítico, 2002) y Protocolo Rorschach (PUCP, 2005). Textos suyos han formado parte de importantes antologías como Antología del cuento sudamericano (Páginas de Espuma, 2004), El cuento peruano 2000- 2010 (Petroperú, 2013), y Selección Peruana 2000-2015 (Estruendomudo, 2015).

[Foto de portada: Facebook de Pedro Llosa Vélez]

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