Hace menos de un hora, el Papa Francisco tocó suelo cubano. Luego del recibimiento protocolar y de ofrecer un discurso en el cual hizo reafirmó la intención de la Iglesia Católica de ayudar al país caribeño para que prosiga su proceso de apertura al mundo.
Sobre este punto, muchos expertos sostienen que la presencia del pontífice en Cuba puede ayudar, enormemente, a acabar con el embargo económico que sufre por parte de los Estados Unidos.
Otros, en cambio, han aprovechado la presencia de Francisco en tierras caribeñas para exigirle una crítica más fuerte hacia el gobierno de Raúl Castro. Uno de ellos es el periodista y el escritor Andrés Reynado que publicó una carta abierta al jefe máximo de la Iglesia Católica en el diario Nuevo Herald.
Carta abierta de un cubano al papa Francisco
Santo Padre:
Hace 17 años, san Juan Pablo II visitó Cuba. Para todos los cubanos de buena voluntad y, en particular, los católicos, fue una fiesta de apertura espiritual y renovación de la esperanza. El papa polaco, testigo inmediato y doliente de los horrores del nazismo y el comunismo, clamó desde la Plaza de la Revolución: "¡No tengáis miedo!".
Ya Fidel Castro estaba a punto de cumplir 40 años en el poder. Nadie, desde 1959, había podido decir, de cara a nuestra nación, una frase tan simple: "¡No tengáis miedo!". Por un instante, más de un millón de cubanos reunidos en la plaza guardaron un sobrecogido silencio. Como si cada uno tuviera que pensar dos veces si el Papa había dicho lo dicho en el centro simbólico y político de la más larga, represiva y anticristiana dictadura de las Américas. Luego, la plaza estalló en un arrasador rugido. Bajo el manto de la autoridad moral del Vicario de Cristo, el pueblo aflojaba el brutal nudo que todavía estrangula su alma. Provocadora, se levantó la brisa. El Espíritu Santo, dijo el Papa, soplaba en La Habana.
No era un clamor de júbilo. Era un grito donde la voz quería hacerse piedra, fuego, tempestad. El grito de los crucificados. El grito de la perplejidad en el abandono. Entonces, cuando ya parecía que no quedaba aliento en los pechos, cuando ya los policías, los agentes de la Seguridad del Estado, los funcionarios, las turbas de matones gubernamentales apostadas para sofocar cualquier protesta y hasta los mismos obispos comenzaban a sentirse fuera de lugar, la gente empezó a gritar: "¡Libertad, libertad!".
Miedo. Libertad. Santo Padre, en estos días se habla mucho de Cuba. Se habla de apertura, reencuentro, reconciliación, sociedad civil, capitalismo. (¡Qué fácil es hablar hoy en Cuba de capitalismo!). Sin embargo, muy pocos hablan del miedo y la libertad. Los trágicos polos de la realidad cubana. La tensión entre el miedo y la libertad ha separado a los hermanos, ha expulsado del país a muchas de sus mejores inteligencias (también diría de sus mejores almas), ha destruido la obra de un pueblo emprendedor y alegre, y ha convertido a la Iglesia cubana en valedora de la última gran jugada castrista: la transmisión dinástica del poder político y económico bajo un nuevo modelo de opresión.
Santo Padre, ¿vendrá usted a hablarnos del miedo y la libertad? Probablemente no. Algunos dirán que eso sería darle a su visita una connotación política. Por el bien de Cuba, piensan algunos, la Iglesia debe sostener el diálogo con la dictadura. A toda costa. Ahora bien, ¿cómo podría tener su visita una profunda connotación pastoral sin hablar del miedo y la libertad? Ese es el nudo que ata cualquier diálogo con los Castro. Ellos eligen las palabras con que deben hablarles sus interlocutores. De manera que si alguien quiere dialogar con ellos no puede mencionar el miedo y la libertad. Ha de convertirse en un interlocutor de cartón piedra, que ofrezca la legitimidad del diálogo a un monólogo a dos voces.
¿De qué, pues, vendrá usted a hablarnos? ¿Vendrá a decirnos que el ejemplo de Cristo obliga a vencer el miedo? ¿Vendrá a decirnos que Cristo obliga a buscar la libertad? Santo Padre, Cuba no necesita una pastoral del acomodo con la dictadura sino una pastoral de la resurrección. La Iglesia cubana no puede actuar en el extranjero como una rama del Ministerio de Relaciones Exteriores y en la isla como una rama del Ministerio de Interior. Si la Iglesia no enseña a perder el miedo, si la Iglesia no habla de libertad, si el cardenal Ortega, los obispos, los curas, los intelectuales católicos y vuestra misma Santidad no expresan un abierto y sufriente compromiso con los oprimidos, ¿cómo podrá ese pueblo volver a vivir en la verdad y la razón de Cristo?
Santo Padre, no les hable a los cubanos con las palabras elegidas por la dictadura. Las palabras del cardenal Ortega y sus obispos de cartón piedra. Hable del miedo y la libertad. Desate de una vez por todas el nudo que ata a nuestra Iglesia al oprobioso carruaje de los Castro. Hable con la palabra en llamas del Espíritu Santo. Sea usted, como Cristo, escándalo de los opresores. Tal como están las cosas en Cuba, es imposible que su visita sea sustancialmente católica sin ser subversivamente política.
[Foto de portada: EFE]