En lo que va del año, más de 366,000 refugiados han llegado al continente europeo, según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Y esta cifra llegaría a 400,000 a finales de año y sobrepasaría los 450,000 en el 2016.  

Mientras se ha empezado a discutir sobre qué términos debemos utilizar los periodistas en nuestras notas –refugiados o migrantes–, cientos de miles de personas salen de sus países forzadas por guerras civiles, por persecución política, por orientación sexual o religiosa o por falta de trabajo, y para llegar al Viejo Continente eligen el Mediterráneo y el este de Europa. Son conscientes de una ironía: buscar una vida mejor les puede costar su existencia. ACNUR calcula que 2,500 personas han perdido la vida en la travesía.

Es un desafío para los países a los que llegan, y cuestionan la política de contención migratoria que la Unión Europea aplica desde hace 30 años. La reciente muerte de niños en las costas de Turquía fue un detonante más para que el mundo se horrorice, pero sobre todo para que la sociedad civil se movilice para atender a los refugiados. Lo hemos visto en los medios de comunicación ayer y hoy: han sido bien recibidos por ciudadanos organizados, quienes han recolectado víveres, ropa, medicamentos e incluso han levantado campamentos. ¿Y los gobiernos? Unos han reaccionado mejor que otros, y de hecho también empujados por sus propios ciudadanos. 

No obstante, el llamado a la solidaridad se ha opacado con bandas que se dedican a la rapiña, estallidos xenófobos, aglomeraciones violentas en estaciones de tren. Alemania, Hungría, Grecia e Italia se han vuelto protagónicas durante la últimas semanas debido al desborde migratorio. 

Mañana, miércoles 9, la Comisión Europea anunciará las nuevas cuotas de refugiados y todo indica que propondrá a Francia, Alemania y España que reciban a 71,305 solicitantes de asilo, un 58.6% de los 120,000 registrados.

De momento, los países que integran la UE han acordado brindar a los refugiados protección, respeto de los derechos humanos, combatir el tráfico de personas, reforzar las relaciones con las naciones de donde proceden los refugiados, y discutir sobre los acuerdos previos de readmisión y devolución.

Más allá de la repartición, es una oportunidad para que Europa –y el mundo–cambie su esquema de solidaridad. Mañana sabremos también si la región acude el pedido del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, quien pidió recientemente a los líderes europeos convertirse en la voz de los refugiados, con el propósito de promover una respuesta contundente que erradique la crisis migratoria.


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