"La búsqueda de una presencia orgánica como lugar de enunciación desde el cuerpo ha sido y sigue siendo nuestro eje, nuestro punto de partida para elaborar desde ahí la técnica que nos sea necesaria. Estos procesos han estado en permanente estado de mutación y tránsito constante. No han tenido y espero que no tengan nunca un lugar cómodo ni seguro sino más bien una disposición al viaje, a la travesía, a la pregunta pertinente", dice Miguel Rubio, director de Yuyachkani, al presentar el nuevo ciclo que la magistral agrupación teatral escenificará en el centro cultural de la Universidad del Pacífico durante setiembre.
A continuación, su descripción del Repertorio 2015:
"Viaje, travesía, peregrinación son palabras que me vienen a la mente si pienso en algunas imágenes que han sido impulso para dialogar desde el teatro con un país en movimiento. Eso intentamos hacer con nuestro trabajo aún ahora que seguimos inmersos en la dinámica de cambios suscitados en nuestro país desde los años ochenta del siglo pasado.
Las obras presentes en este repertorio marcan ese trayecto. Con acentos y lenguajes distintos, dan cuenta de su camino en común. En Los Músicos Ambulantes (1982) nuestros personajes migrantes viajan desde el interior del país a Lima en busca de hacer realidad su propósito de formar un conjunto musical donde puedan tener un piso común en el que puedan convivir con sus diferencias.
Con esta obra, que le canta a la búsqueda de la unidad en la diversidad, recorrimos el Perú y casi toda Latinoamérica. Ese fue el inicio del proyecto que llamamos “Migración y marginalidad”, al que pertenece también Adiós Ayacucho (1990), obra basada en un relato de Julio Ortega. Tanto el relato como la obra teatral estuvieron en su origen motivados por una imagen que comenzó a ser frecuente en el Perú de esos años: el continuo peregrinaje de los familiares de los campesinos muertos o desaparecidos que llegaban a Lima a pedir justicia, una búsqueda que aún hoy no ha cesado. En esta narrativa, Alfonso Cánepa, un campesino muerto, masacrado y mutilado, decide viajar a Lima para pedirle al Presidente de la República que lo ayude a buscar la parte perdida de sus huesos que posiblemente, presume, sus asesinos se llevaron a Lima. Por tanto, se dirige a quien considera el responsable político que debía responder por los huesos que le faltan para darse sepultura.
No me toquen ese valse (1990) se instala más bien en la imposibilidad del desplazamiento expresada de manera literal en la quietud de los dos actores en escena, ubicados en un espacio de dos metros por dos. Esta obra, construida en base a fragmentos, suma pedazos de origen distinto y propone una metáfora acerca de cómo nos sentíamos en ese momento como habitantes de un país acosado por la violencia. Esa circunstancia generó muchas dificultades para viajar como solíamos hacerlo antes, dificultad que también teníamos hasta para recorrer nuestra propia ciudad. Dicha situación, que afectaba también a los actores, aportó directamente a los personajes.
Cartas de Chimbote (2015) intenta saldar una deuda pendiente con José María Arguedas, cuya luz alumbra nuestro camino desde el inicio. Arguedas nos ha llevado a una visión del Perú elaborada de manera lúcida y dolorosa, poética y festiva. Su lectura del país y de su población anticipa la percepción del rol jugado por la violencia, la corrupción y la articulación de bandas de mafiosos alrededor de los intereses económicos y políticos. Leer el Perú y el Chimbote de hoy desde El Zorro de arriba y el zorro de abajo nos muestra la lucidez y la vigencia de la mirada arguediana. El Perú de hoy está “chimbotizado”. Si en el momento en que publicó su novela póstuma, Arguedas hubiera sido leído adecuadamente por estudiosos y políticos, quizás el país habría tenido otro destino.
Nuestra obra se concentra en las cartas personales que José María dirige a su sicoanalista Lola Hoffman y a su amigo, el antropólogo John Murra. Escritas durante los continuos viajes que Arguedas realizaba a Chimbote mientras escribía la novela: “Estoy escribiendo una novela sobre Chimbote, la ciudad que menos entiendo y más me entusiasma”, escribe en una de sus cartas.
Revisitar la obra de Arguedas ha sido un largo peregrinaje, en cuyo tramo final optamos por acercarnos a los últimos momentos de su vida, donde se nos revela su compleja dimensión humana y la vigencia de su percepción del país.
Un caballo se lamenta (2015), retoma nuestro proyecto Baladas del bien estar (1985) sobre poemas y canciones de Bertolt Brecht, cuyas obras y pensamiento han sido indispensables para alimentar nuestra propuesta escénica. El poeta alemán ha sido y es un interlocutor necesario para nuestro teatro y llegó a nosotros en un momento en que nos planteábamos la necesidad de inventar un teatro que correspondiera a nuestro tiempo. La confrontación con su obra y su pensamiento dramático se nos devuelve como un espejo, cuyo reflejo nos invita a trabajar sobre nuestro propio rostro. De ahí procede su aporte más importante: al dotarnos de un cuerpo teórico, una manera de entender y mirar el mundo. El curso de su vida de migrante, obligado a saltar de un lugar a otro, “cambiando de país más a menudo que de zapatos”, recorriendo Europa, peleando y huyendo del fascismo le permite elaborar una obra dramática, teórica y poética que nos estimula a saber de nuestras particularidades y a ser coherentes con ellas.
Las obras que forman parte de este repertorio son el resultado de procesos migratorios de distinta índole. En su elaboración, también hemos realizado constantes migraciones para encontrar la herramienta, la técnica adecuada, el estilo, la textura precisa. En este camino ha sido necesario entender el teatro como un proceso de invención para asumirlo verdaderamente como una construcción cultural determinada por sus circunstancias y en permanente discusión con las prácticas hegemónicas, donde lo escénico aparece casi como un canon definitivo y cosificado.
Nuestro trabajo escénico se nutre de fuentes culturales diversas. Ahí hay lugar para un amplio diálogo multidisciplinario y para todas las mezclas posibles provenientes de lo que investigamos en lo plástico, lo musical, lo performativo, las diferentes culturas corporales, las acciones en sitios específicos y en espacios no convencionales, etc. Estas migraciones escénicas han sido también reflejo de esas otras migraciones sociales y culturales en las que nos encontramos inmersos y donde la mezcla, la contaminación, han sido constantes. El centro de nuestro trabajo ha encontrado como lugar una zona híbrida a la que concurren fuentes de diferentes procedencias. Este repertorio recoge preguntas surgidas en los diferentes caminos recorridos, en donde también encontramos a modo de respuestas los comportamientos escénicos que hoy mostramos".
No te pierdas la temporada:
Jueves 10 y 17 setiembre, a las 8:30 pm
Adiós Ayacucho
Narración de Julio Ortega, en versión teatral y dirección de Miguel Rubio Zapata. Unipersonal de Augusto Casafranca y acompañamiento musical de Ana Correa.
Viernes 11 y 18 setiembre, a las 8:30 pm
No me toquen ese valse
Creación colectiva de Rebeca Ralli, Julián Vargas y Miguel Rubio, con la dirección de este último.
Sábado 5, 12 y 19 setiembre, a las 8:30 pm
Cartas a Chimbote
Concepto y dirección de Miguel Rubio Zapata, con las actuaciones de: Ana Correa, Augusto Casafranca, Débora Correa, Julián Vargas, Rebeca Ralli y Teresa Ralli.
Domingo 6, 13 y 20 setiembre, a las 7:30 pm
Los músicos ambulantes
Basada en Los Saltimbanquis de Luis Enriquez y Sergio Bardotti, y en Los músicos de Bremen de los Hermanos Grimm, bajo la dirección de Miguel Rubio Zapata. En escena: Augusto Casafranca, Teresa Ralli, Ana Correa, Débora Correa, Julián Vargas y Marco Iriarte.
Del jueves 24 al lunes 28 setiembre, a las 8:30 pm (domingo 7:30 pm)
Un caballo se lamenta
Acción escénica inspirada en poemas y canciones de Bertolt Brecht. Dirige Miguel Rubio Zapata y actúan Teresa Ralli y Pepe Bárcenas (piano).