Hay algunos discos que, por su genialidad y su historia, terminan siendo un retrato del momento en que salieron. Lo primero que hace evocar el debut de Clap Your Hands Say Yeah en la gente que lo escuchó en su momento es al año 2005: al nacimiento de lo que ahora entendemos como "indie" y al comienzo de este fenómeno -ahora tan natural- de buscar y descubrir música por Internet. Fueron etiquetados como "blog rock" por esto.
Como vemos, su carrera (toda su obra posterior) se ha desarrollado bajo esta nostalgia por lo que representó ese álbum debut en su momento. Y bajo la ola de esta nostalgia es como llegaron a Lima en una gira mundial celebrando los 10 años de su publicación. Para tocarlo todo, de cabo a rabo, y hacer un par de encores compuestos en su mayoría por temas de su último material, del 2014.
La fiesta no fue muy concurrida, aunque, eso sí, hubo varios fieles emocionados por la presencia de artistas tal vez no tan conocidos en nuestro medio. Otra parte considerable del público estuvo compuesta, como siempre, por gente que había ido más por el "evento social" que por la banda en sí. Y se hacían notar, a pesar del contexto más bien pequeño del concierto. El sonido no fue muy bueno, como ya suele ser una lamentable costumbre. Solo se oía con claridad la guitarra y la voz del líder de la banda. Esperemos que esto no se repita en la tanda de fechas internacionales que se vienen en el C.C. Barranco en los próximos meses. A pesar de los inconvenientes, el concierto se disfrutó mucho y ello habla montones de lo vital que es la música de la banda.
Es permanente en ellos el conflicto entre el deseo de revelarse y el deseo de ocultarse. La voz de Alec Ounsworth, con esa particular manera de cantar y frasear, tantas veces comparada con algo así como "un David Byrne ebrio de vino teniendo un intenso rapto de lucidez", en parte "oculta" las adornadas y poderosas letras de sus canciones. Versos que algunos bien podrían sostenerse de forma impresa.
Alec sabe qué funciona y qué no sobre el escenario. Qué gesto, qué ropa ponerse, qué bailecito hacer en qué momento. Es un rockstar, aunque no lo quiera ser (aunque en el fondo, como todos, sí). Era curioso ver esa reticencia, ese conflicto del que hablé antes, revelarse también en sus gestos y su reacción frente al público que saltaba y bailaba con unas canciones que había escrito hace más de una década. Se le sentía algo disociado de todo el asunto del tributo a la nostalgia que causaba su obra. Pero al mismo tiempo se le sentía disfrutándolo, agradecido por el aprecio a ella, con humildad.
Dada esta situación, fue más encomiable ese ejercicio de reivindicación de presentar muchas de sus canciones nuevas parándose solo en el escenario, con la banda fuera, acompañado de su guitarra y nada más. Aquí fue triste ver que al bajar un poco los decibeles, el público se puso inquieto, conversó e intentó justificar su necesidad de moverse aplaudiendo. Como si la única manera de mostrar emoción en un concierto fuera poguear. Rezagos del chikipunk, supongo.
Faltaron, tal vez, algunos temas del segundo disco, 'Some Loud Thunder'. Una joyita infravalorada pero que tiene el mismo nivel del tan elogiado debut. Personalmente me quedé con las ganas de escuchar Underwater (You and Me), una de las canciones románticas más hermosas de la década pasada. Esperemos que quede guardada para una próxima ocasión.
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