Yo no iba a votar por Verónika Mendoza. Creía -y aun creo, en cierta medida- que su rol en el Congreso era demasiado importante para sacrificarlo por una candidatura que no se iba a ganar. Que, como única congresista que apoya todas las cosas en las que creo -el aborto, el matrimonio igualitario, la protección del ambiente antes que el extractivismo-, no valía la pena dejar libre esa vacante para otra Martha Chávez, otro Juan Carlos Eguren.

Además, dejar el Congreso para convertirse en blanco de los amarillistas podría arruinar una carrera política que, dentro de cinco o diez años, parece destinada a ser brillante.

Por otro lado, en las circunstancias adecuadas, yo le daría mi voto a Mendoza sin pensarlo dos veces: es una mujer joven, no es limeña, ha recibido una educación de primera y sabe manejarse en los círculos políticos. Supo desligarse del partido de gobierno a tiempo y ha mantenido una postura desafiante ante los argumentos de índole religiosa (ya sea la religión cristiana o la del capitalismo) que con tanta facilidad salen de las bocas de nuestros representantes legislativos.

Pero ¿cuáles son las 'circunstancias adecuadas'? ¿No estamos acaso ante una crisis política en la que las posibles candidaturas se reparten entre los políticos asesinos de García y Fujimori y el menjunje de derechas de Kuczynski? ¿No es verdad que, si el Frente Amplio no consigue el 5% de los votos en estas elecciones generales, el partido se volverá a desintegrar? ¿No estamos ante la oportunidad de consolidar un partido de centro izquierda que no se desmorone durante los tres primeros meses de gobierno?

Algunos amigos me han dicho que van a viciar su voto. Creen firmemente que hay algún tipo de diferencia entre viciar y votar en blanco, aunque nadie consigue explicar en qué consiste esa diferencia. Para mí, no votar -aunque sea por el 'mal menor'- siempre ha sido una forma de lavarse las manos. De decir "elijan a quien quieran, a estas alturas me da igual". De seguirles el juego a los dinosaurios políticos, que hacen todo lo posible por generar en uno esa apatía, ese escepticismo. Si no hay nadie 'decente' por quien votar, esa ausencia también corre por cuenta nuestra.

Votar por Verónika Mendoza no es votar por el mal menor. Tampoco es regalar el voto a una cifra que quedará en el olvido de los 'otros' en la pantalla de televisión después del conteo general. Votar por ella, lo creo cada vez con más firmeza, es decirle sí a la responsabilidad política. Porque, aunque ahora parezca inverosímil que vaya a acercarse siquiera a ganar, la única forma de intervenir en la historia de las instituciones políticas peruanas es creyendo, como dice Mendoza, que sí se puede cambiar este país. La única forma de conseguir esos votos es emitiéndolos, asumiendo la necesidad de argumentar y convencer.

Porque, si no lo hacemos ahora, permitimos que nos vendan una vez más la idea de que no hay otra forma de hacer las cosas. Si no ahora, ¿cuándo? Si no nosotras, ¿quiénes? Está en nuestras manos hacer que, esta vez, el sistema funcione. Qué dura tarea, pero qué bella recompensa nos espera si la cumplimos.


Notas relacionadas en lamula.pe:

[VIDEO] Desde su Andahuaylillas natal, Verónika Mendoza le abre las puertas a LaMula.pe

El reto de Verónika Mendoza

Verónika Mendoza lanza su precandidatura presidencial

Verónika Mendoza: "Queremos acabar con la impunidad imperante"