"Nadie es profeta en su tierra", dijo alguien alguna vez. A pesar del cliché, es paradójico que la directora de la película que tal vez mejor capte la esencia de lo que es ser peruano ('Metal y Melancolía', 1994) sea tan poco conocida en nuestro medio. Heddy Honigmann estuvo en Lima la semana pasada invitada por el Festival de Cine de la PUCP. Sus actividades dentro de él fueron, en primer lugar, presidir el jurado para la categoría documental, y, en segundo lugar, estrenar su última película en el país. Su presencia en el marco del festival, a pesar de eso, pasó algo desapercibida entre Herzog y Ripstein. Quizá una retrospectiva de su trabajo hubiese sido ideal, pero mientras esperamos que eso ocurra algún día, podemos ver la película completa en Youtube:
Los documentales de Honigmann, más que sobre temáticas, tratan sobre personas. Suelen componerse por conjuntos de entrevistas y conversaciones, todas unidas por una idea conductora, realizadas con una calidez y una facilidad sorprendente para lograr que sus personajes abran su alma y muestren momentos de sinceridad y vulnerabilidad frente a las cámaras. Con dieciocho largos en su haber (muy pocos de ellos posibles de conseguir en la ciudad, busque donde se busque), enfocamos la charla con Heddy en la totalidad de su carrera con el fin expreso de visibilizarla.
- Has estrenado para Lima tu nueva película. ¿Nos podrías hablar un poco de ella?
Se llama 'Around the World in 50 Concerts'. Es una película sobre la Royal Symphony Orchestra de los Países Bajos, considerada una de las mejores que hay, que hizo una “tournee” por el mundo festejando su aniversario 125. Hablo con los músicos pero también con estos oyentes especiales que he encontrado en tres ciudades diferentes donde los sigo: Soweto, en Sudáfrica -donde nació la revolución contra el ‘apartheid’-, Buenos Aires y San Petersburgo. En cada una de ellas encuentro a una persona especial a la que le gusta la música clásica y que, tal vez, no creerías que será el personaje ideal para presentarla, pero que, de una manera muy bonita, resulta serlo. Termino hablando más de la relación liberadora de la música con la gente que la escucha, entonces.
- Has trabajado en diferentes lugares, con diferentes realidades en diferentes partes del mundo. ¿Con qué momentos te quedas?
Un momento importante fue 'Metal y Melancolía', en 1992 [se estrenó en 1994], porque fue mi primer documental después de hacer ficción por años. Era una necesidad mía despertarme y hacer algo diferente y recuerdo cada momento de la filmación como si fuera hoy. El otro gran momento pasó un poco después de 1998, grabando ‘La Orquesta Subterranea’ en París. Recuerdo que hacía cosas que nunca hice antes. Filmé cosas que no sabía dónde las iba a poner después. Por ejemplo, el encontrar y filmar a un señor que es el personaje de la película que más sufrió. Era un gran pianista y le malograron completamente los dedos cuando lo torturaron. Era un argentino que desapareció en Uruguay cuando ambos países trabajaban juntos en la persecución y tortura de gente. Pero a él le dijeron una cosa que nunca se me va a olvidar: "tú eres un subversivo porque haces música que le da conciencia a la gente". Y eso es una cosa que se nos escapa a veces. Que la música puede ser subversiva porque le da esperanzas a la gente.
Es lo que yo siempre busco. En cada película mía hay esta búsqueda de lo positivo, de la sonrisa. Alguien una vez resumió mi obra diciendo "en búsqueda de una sonrisa". En cualquier lugar, si pasa lo peor que pueda pasar, allí estoy yo buscando la sonrisa.
- Buscando la luz...
Yo no diría “la luz”, sino la sonrisa. Lo que significa, lo que hay detrás de una sonrisa. En ‘La Orquesta Subterranea’, que fui estructurando mientras la filmaba, cada día regresábamos al departamentito que habíamos alquilado y decíamos "ha sido un día maravilloso, ¿qué vamos a hacer con estos días maravillosos en el montaje? Nos vamos a quedar mucho tiempo escogiendo". Pero como fue la película que más estructuré mientras filmaba no nos costó tanto tiempo editar. Era como si se dictase a sí misma. Fue muy bonito. En realidad eso podría contar de cada película. Una cosa diferente. Una cosa que nunca te vas a olvidar.
- Tu trabajo no es tan conocido aquí en Perú, lo que a mí me parece un poco descarado. No es que nos sobren artistas como tú...
- A mí me da pena.
- ¿Cuál crees que es la razón de esto?
- Que no vivo acá. Pero sigo siendo peruana. Apenas llego al Perú, veo cómo me regresa todo. El idioma sí se me está perdiendo un poco. A veces busco demasiado las palabras o pregunto a la gente si se dice así cuando no estoy segura. Pero eso es algo que se puede recuperar. Lo que no se pierde es que siempre llego a un baño de ternura cuando llego acá.
- En tus películas filmadas en Perú, se siente una mirada que no podría venir de otro lugar, ni de una persona que no es de aquí.
- Sí, por eso no me llegan a colocar en ningún lado. En Holanda, mi cine no tiene nada que ver con el cine holandés. Pero no sé si tenga que ver con el cine peruano. Tampoco lo creo. Y eso viene del hecho de que estudié cine en Roma y de ahí pasó mucho tiempo hasta que regresé al Perú.
- ¿Cuándo fue que volviste por primera vez?
- Yo volví en 1989 para enseñarles a mi esposo y a mi hijo un poco de lo que era el país. Estuvimos en Lima, fuimos a Cusco, lugares donde la gente va para ver un poco del Perú. Y fue ahí en 1989 donde nació la idea de 'Metal y Melancolía'. Esa fue la primera vez que me encontré con un chofer. Un taxista que en la ida y vuelta de su trabajo hacía taxi para pagarse la gasolina.
- Cuando volviste, ¿cuáles fueron tus primeras sensaciones del país?
- Que no había cambiado nada. Porque llegamos del aeropuerto, fuimos a donde vivían mis padres en esa época que era la frontera entre Lince y San Isidro y caminando por allí me pareció que nada había pasado. Pero algo hizo que me diera cuenta que no. Quería ir al centro y mi mamá decía: "no vayas, vas a ver cómo ha cambiado el centro". Y cuando fui, noté ese cambio. Había una cantidad enorme de vendedores ambulantes y, en medio de todo, un niño que estaba vendiendo un rollo de papel higiénico. Caminaba con un rollo de papel higiénico, ofreciéndolo en la calle. Y seguramente lo había robado de un restaurante o algo. Eso me abrió los ojos y me hizo notar que el Perú había cambiado completamente. Para que haya algo así, las cosas debían estar muy mal. Alan García lo había destruido todo. Por teléfono mi mamá me decía cuánto costaba la leche cada día. Un nivel de inflación monstruosa. Entendí el cambio que había sucedido en el país con este niño y el papel higiénico. Influyó mucho para hacer ‘Metal y Melancolía’ también. Niños que venden cosas. Influyó también en ‘El Olvido’ (2008), donde trabajo más con niños de la calle.
- ¿Y por qué sentiste que la perspectiva de un taxista era interesante por encima de otras profesiones?
- Creo que todos los profesionales estaban haciendo taxi en ese momento. Quiero decir que la crisis era tan grande que encontrabas al contador, al periodista, al actor, al policía. Encontrabas a todo el mundo. Además, la visión de la persona que está siempre en movimiento en la ciudad es importante. Es más, en cualquier país al que llegas, la primera persona a la que le preguntas cuál es la situación en el país es al taxista.
- Como cuenta uno de los taxistas, ellos impusieron la consigna de que Fujimori era el candidato que se tenía que apoyar...
- Sí. Y ganó, desgraciadamente (ríe). He escuchado que se va a presentar de nuevo. Bueno, su hija, él no. Y que Alan García se va a presentar de nuevo. Eso tiene que ver con ‘El Olvido’, porque el olvido tiene dos caras: uno es lo que la gente necesita olvidar para no seguir pensando en todas las cosas malas y así poder seguir otro camino, buscar algo de esperanza. Pero es también el olvido general. No me sorprendería que Alan García ganase de nuevo con otra historia.
- Por tercera vez...
La tercera vez que engaña. Que jura engañando. Por eso en ‘El Olvido’ pongo los juramentos a la Presidencia.
- ¿Cómo fue ese paso al documental después de haber estado trabajando en ficción varios años?
- Fue bastante natural. No era que la ficción que yo hacía era mala. A las dos películas que hice les fue bastante bien en el cine, incluso siendo "art-house". Pero surgió la necesidad de remover mi cabeza y acercarme un poco más a otras cosas que no conocía del cine mismo. Por ejemplo, a saber improvisar mucho más. Fue mi propia curiosidad que necesitaba desarrollarse. Poder estar libre. Liberarse y saber funcionar. Pensaba que era una persona bastante intuitiva y el documental me permitió mucho más abrir esa vena en mí misma.
- ¿Cómo llegas a tus historias? ¿Cómo las descubres?
Soy una persona muy curiosa. A veces es una mezcla, como en 'El Olvido'. El señor Kanashiro es el que abre la película haciendo el pisco sour. Había hablado con él después de ver una lección suya y me di cuenta de que el señor tenía una gran capacidad de hablar y de divertir a la gente. Le dije: “he escrito esto que podría ser una linda introducción a la película. Léala”. Y leyó y comenzó a reirse. "Pero yo no hablo así", dijo. Y le contesté: "ya sé, esas son mis palabras. ¿Usted podría contar esto con sus propias palabras?". Y me dijo: "ay, pero me van a despedir, me van a botar, me van a perseguir". Y yo le dije: "No, señor Kanashiro, si usted se está jubilando, ya no va a trabajar, nadie lo va a perseguir." Por ejemplo, Belaunde, al que le hizo la gran trampa de emborracharlo, ya está muerto. El texto inicial fue, entonces, una composición entre él y yo. Yo lo escribí, él lo puso en otras palabras, agregó cositas y fueron dos tomas de sonido que sabía yo que iban a entrar muy bien en la escena. Y lo sincronicé con el señor haciendo el pisco sour, lo que ha sido declarado por mucho tiempo una de las mejores aberturas de películas. Porque en tres patadas ya estás en el país, ya estás en la película.
- Y justo esta "negociación" que tienes con el señor Kanashiro muestra una parte importante de tus películas. Este ida y vuelta con los personajes que no está manifiesto en el plano, en la cámara, pero que se nota que está ahí. Lo que te quería preguntar a partir de eso es ¿cuál es el secreto de ese toque mágico para hacer que tus personajes se abran así frente a cámara?
- Es simple curiosidad, como ya te dije. Y es también una ligera utilización de tu poder como directora. Por ejemplo, hay otro señor en ‘El Olvido’, el señor Gómez, que tiene la clínica de maletas. Converso con él naturalmente mientras grabamos y en cierto momento quería pasar a la parte de atrás, donde había unas máquinas de coser viejas y una gran cantidad de maletas arregladas y por arreglar. Le doy una miradita y le hago un gesto. Simplemente una seña que significaba "vamos atrás". Y de una forma super natural me dijo "Ah, discúlpeme yo tengo que seguir trabajando con mis cositas ahí atrás".
- Y así introduces un poco de ficción ahí...
- Sí. Aunque no es tanto introducir a la ficción. Yo creo que los peruanos son actores natos. Saben, entienden lo que tienen que hacer. Es maravilloso.
- ¿Es difícil encontrar estos personajes como el señor Gómez o los taxistas de 'Metal y Melancolía', o la señora que se pone a llorar al momento de llegar a Drummond (‘O Amor Natural’, 1996)?
- Claro que es difícil. ¿Cuál es el secreto de un buen guión? No se rían, pero es saber lo que uno busca. Y dar las pautas de cómo va a querer ir uno a encontrarlo lentamente.
- ¿Sueles investigar mucho primero para encontrar un tema?
- Más o menos. Mientras más hago cine, menos tengo que investigar de antemano. Lo que hago es tratar de tener un par de pilares con la investigación, para tener una idea de lo que va a ser la estructura. Y ya sabes que esos pilares no te van a fallar.
- ¿Investigas a las personas?
- Investigo a algunas de las personas. En 'Metal y Melancolía' tomé algo así como 110 taxis. Y, lo repito, es la curiosidad la que me lleva a profundizar en los personajes. A pesar de haberlos investigado puedo tener la libertad de preguntarles cosas que ni yo misma he pensado. Y no conociéndolos es mi curiosidad la que hace que la escena sea tan fuerte como una escena de una persona que ya he conocido.
- ¿Cómo llegaste a terminar en Holanda?
- Por el amor (sonríe). Me enamoré. Cuando estaba en el final de la escuela de Roma me enamoré de un holandés al tiro, de sus ojos azules... Las mujeres siempre siguen a los hombres ahí donde vayan.