En Dos besos, la primera película de Francisco Lombardi en más de cinco años, una pareja limeña de mediana edad se involucra en un extraño triángulo amoroso con una chica de 25 años que ha venido sola a vivir en Lima persiguiendo su sueño de convertirse en actriz.
Durante la primera mitad de la película, la asimetría de la pareja de esposos conformada por la exitosa productor Paola (Wendy Vásquez) y el poco conocido poeta Max (Javier Valdés) genera la búsqueda de una vía de escape. La asimetría entre ellos dos y la vulnerable Nancy (Mayella Lloclla) es la que precipita la segunda mitad, que lleva a un final que podría ser inesperado si estuviese mejor ejecutado.
Lombardi pretende desarrollar el guion de Augusto Cabada en forma de thriller, y efectivamente la tensión que se construye al final de la película funciona para transmitir al espectador la imposibilidad de salir del hoyo en el que se han metido los personajes. Sin embargo, y desde la primera escena, la ejecución de las ideas es más bien pobre. Como resultado, la mayor parte de elementos funcionales de la película aparecen como meramente eso: herramientas. Por ejemplo, la apertura de la película consiste en una entrevista del conductor del programa de Paola con una mujer que ha escrito un libro para detectar la infidelidad conyugal. Es ese libro lo que jala el gatillo para llevar a Paola a desconfiar de su marido, pero la causalidad de esa acción es tan obvia que parece una caricatura.
No ayuda a contrarrestar ese esquematismo que Lombardi haya decidido narrar Dos besos como una historia en tres partes divididas según los puntos de vista de cada personaje: aunque es útil para poner en evidencia la polarización entre la pareja de esposos, entre los cuales Nancy parece ser arrojada de un lado a otro, hacer explícita y tajante esa separación (cada sección se titula con el nombre de un personaje) termina por generar una narración poco orgánica. Esto, sumado a un trabajo de edición que avanza tan lento que impide toda posible adrenalina, hacen de Dos besos una película de ritmo pausado que lucha por mantener la atención del público.
Felizmente, las dos actrices y el actor hacen un trabajo comprometido y eficaz. El personaje de Nancy como muchacha lo suficientemente atractiva para conquistar a dos personas 15 años mayores que ella deja, para mi gusto personal, bastante que desear, pero es casi un sello de Lombardi considerar atractivas a chiquillas silenciosas que saben lo que quieren, y Lloclla explota ese espíritu en algunas intervenciones bastante poderosas.
Vásquez, por su parte, cumple el rol de mujer que se sabe atractiva hasta el punto que le parece conchudo que su esposo se sienta atraído por otra mujer. Quizá ayudaría a aligerar un poco el ambiente que su Paola se dé a sí misma al menos un par de momentos para sonreír, pero sospecho que esa pesadez es producto de Lombardi tomándose demasiado en serio a sí mismo.
El Max de Valdés no figura en Dos besos tanto como las dos mujeres, pero al final de su ‘capítulo’ ofrece una actuación sobrecogedora en la que por fin se ponen sobre la mesa todas las cartas de este pequeño drama. Ayudado por uno de los escasos momentos de la película en que la fotografía interactúa con la narrativa, Valdés consigue una angustia que se queda con el espectador durante el resto de la película.
Una de las cosas sorprendentes -aunque no lo es tanto, si uno ha visto la adaptación de Lombardi de No se lo digas a nadie- de la película es el tratamiento de la relación entre Nancy y Paola. La timidez y las inseguridades de Nancy le impiden salir del clóset con otras personas, aunque no expresar su sexualidad directamente. Lombardi tiene el tino de no permitir que los cuestionamientos de sus personajes respecto a su relación amorosa tengan que ver con la moralidad heterosexual, sino con la injusticia y el egoísmo de Paola. Ella misma, por cierto, parece incapaz del sentimiento de culpa, y Dos besos nos hace dar cuenta de los extremos a los que está dispuesta a llegar, pero lo hace sin juzgarla.
Con Dos besos, a pesar de esta perspectiva moral moderna, Francisco Lombardi pretende volver al juego sin apostar nada. El estreno de la película en plena inauguración del Festival de Cine de Lima parece injustificado, sobre todo porque minutos antes se había proyectado algunas de las imágenes más impactantes de sus películas durante el homenaje a Gustavo Bueno. Fue en ese contraste que se hizo claro que el Lombardi que apostó por filmar La boca del lobo en pleno conflicto armado interno, o La ciudad y los perros casi exclusivamente dentro de una escuela militar ya no está dispuesto a tomar riesgos.
La insistencia en rendirle homenaje se debe, claro, a que Lombardi es, si no el único, uno de los pocos directores de cine peruanos que ha estado constantemente activo durante más de 30 años, pero quizá sea hora de apostar por darles la oportunidad de representar al cine nacional a los nuevos cineastas.
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