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foto miguel g. podesta

Un lobo mordiendo la última noche del mundo

A cincuenta años de Consejero del lobo, una lectura y conversa con Rodolfo Hinostroza. 

Publicado: 2015-07-18

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El cuerpo culpable de ella

¿Cómo son los altos funerales de un muchacho que va hacia la conversión del lobo después de haber muerto sobre el cuerpo de una mujer?

“En el alumbramiento del amor/no estuvimos presentes. Allí/ se bebió como se bebe/ En los altos funerales de un muchacho”. Cito no solo El mal amor, primer poema de Rodolfo Hinostroza, sino el inicio de una voz en la que se lee ira y que además comenzaba con uno de los libros más enigmáticos de la poesía latinoamericana, Consejero del Lobo, que cumple 50 años y cuyos escenarios se han reinventado mientras otros nos sobrevivirán, como el mar en caos, sucio, calmo también, a veces corrupto, oscuro, pero consolador oxidando muelles para atraer a quienes pierdan la vista y la desesperación en él. En el caso de Hinostroza, el mar de Lima primero, después el de La Habana, Cuba.

“Estaba muy enamorado del mar en ese momento. La sal, el mar, los trópicos. Mi escenario era Barranco, y aquí empecé los dos primeros poemas y los terminé en Cuba y ya después todo el libro. Sobre el poema, bueno… cuando uno tiene un mal amor… escribe. Tienes que ser desdichado para provocar buenos poemas. ¿La mujer por la que lo escribí? Ella no lo sabe. De que le encanta puede ser pero ella no lo sabe. Es una gran venganza, sí, lo sé”.

Y claro que lo es. Rodolfo ríe de los primeros funerales y yo pienso que esa mujer debe recordarlo seguramente, sin saber que los gritos que adoró -tiernos y tiranos- cubren aun uno de los poemas de amor más intensos y llevan la arena sobre la que fue escrito. Sí, no haberle dicho que escribió el poema por ella es la peor de las venganzas. “Éramos la sal que el viento esparce en el sueño de los adolescentes”, cito.

El lobo tardaría en aparecer, primero debía morir el muchacho, marcado por el origen de todas las cosas, el lenguaje y éste a su vez creaba el amor. “Concebíamos hablando”. De pronto ya no sobrevive solo a la mujer, sino a la naturaleza y al silencio que crean los amantes durante el mal amor con una sexualidad implícita que hace mayor el erotismo.

“Rescataba nuestro pobrísimo viaje del silencio (…) Dolor ve y nace y huye hasta mí”, cito. Los funerales son el padecimiento, pero el poeta necesita padecer. ¿Qué podrá crear el dolor? “Yo quiero ese andamiaje/ Estoy cansado”, cito. Y así recibe el funeral que es igual al bautismo que lo acerca a la dualidad entre el lobo y consejero por no haber sobrevivido a la ausencia. “Éramos dos cuchillos errantes/ Posiblemente entre peces helados/ En las primeras nuevas/ De la adolescencia”, cito.

“Lo más importante para un poeta es encontrar su tono su voz y yo lo encontré en Lima pero cuando me fui a La Habana… sabes que ahí hay mar por todas partes y recuperé los dos primeros poemas que me dieron el tono para este libro”.

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Los restos del padre y el lobo antes del apocalipsis

Hay gente que gime la certeza mientras otros buscan los salmos. Es en esos otros que el lenguaje elige a quien lo porte. La mítica del libro será siempre el lobo, pero antes de llegar a esa ceremonia, en la que el poeta elige no solamente a su animal sino a la soledad de su lenguaje, pasa por los cuerpos de la amada adolescente, del padre, incluso por el suyo en conversión para observar el fin del mundo. Él ha abierto las manos para entregarse al mar, a algo más grande que a uno mismo. No todos poseen las mismas coordenadas ni veneran éstas al igual que a la culpa para llevarla tan alto y absolverse así en el cielo. Estamos en el delirio, en un trance verbal donde solo los que poseen el cielo y la caída pueden pervertir los ritos para reconocerse como poetas. La certezas no son para ellos, excepto una “Poeta!/ y puro como un cinismo de primera agua!”, cito. Es decir desde la placenta, con un designio más allá de cualquier humanidad. Y con la poesía debe sobrevivir a su palabra. “Y un modo, su manera/ de administrar una pasión/ trepada trabajosamente/ en frágiles andamios.)”, cito.

Octavio era el nombre de su padre y el suyo también. Los dos eran poetas. Por eso el nombre debía cambiar. Rodolfo Hinostroza, consejero de lobo, portador. Su nombre significa lobo rojo. Y bajo este signo salvaje es que después de dejar atrás el cuerpo de la amante y del padre, aparecerán los dientes en la noche y la dualidad entre lobo y consejero. “Yo en la profesión de mi padre/ viejo dinamitero- dispuesto/ cerca de la palabra.)/ Hay una paridad –un modo de parir”, cito.

La paridad es una manera de ser par que no es igual a parir. El yo poético nombra en las primeras aguas, la placenta como primera ceremonia en la que es elegido como portador en una transferencia genética del destino. La manera en la que fue parido es una ruta hacia el padre, hacia el mismo oficio, hacia la paridad en la que se reconoce la próxima transformación. Lobo y consejero conviven bajo el mismo lenguaje y forman una conciencia que usa lo personal (la amada y el padre) y avanza hacia lo colectivo (el contexto el que el libro fue escrito). Lo que sigue es un silencio que ya no es el inicial, el de los amantes sino el del miedo, el que precede al apocalipsis. Ahí los poetas vuelven a ser profetas. “Por eso preciso hablar”, cito. Precisa entonces de la culpa y de la palabra.

3

Cuando trajeron a nuestros asesinos fui portador

Pregunto por la muerte y ésta es distinta a lo que esperaba. No hay amada, no hay padre, no hay lobo, sino dos países apuntándose, un contexto real.

“Era el fin del mundo para mí. Estaba en Cuba, era 1962, en plena crisis de los misiles. Y Fidel quería disparar. No le importaba nada a ese hijo de puta. Quería iniciar la guerra nuclear y nosotros estábamos ahí sin poder salir de la isla. Le temía a que la tierra desapareciera, a que nada existiera después. Íbamos a morir todos en la guerra nuclear. Era lo que me espantaba. Era el eclipse. Las imágenes están ahí, hay que usarlas. Y la imagen era esa. Cuando yo tenía cuatro años vi un eclipse total de sol en Huaraz. A las dos de la tarde oscureció. Duró minutos. Me impresionó tanto que siempre identifiqué al eclipse como el fin del mundo desde ese momento. Tuve la misma sensación con el bloqueo de los americanos. Era ambiente de eclipse”.

- ¿Y dentro del eclipse venía la culpa? Está en todo el libro...

- Sí. Porque embarqué a mis amigos en la guerrilla cubana. Uno murió. Me sentía culpable por el cosmos entero. La culpa es así. Además en Cuba nos miraban mal. Un poeta era sospechoso, poco más o menos que un delincuente, depende. En Los bajos fondos presento al poeta y lo igualo al delincuente. Eso era rendirse al cuchillo. También es una imagen de La Habana vieja. Es la parte sucia, la más bella, la más delincuencial de la ciudad, sin embargo el mar que la rodea te llama igual.

- Han pasado cincuenta años.

- Jamás se me ocurrió que pudiera durar cincuenta años. Los primeros libros son renegados. Yo quería encontrar mi tono. Hasta no encontrarlo no quería publicar y así quemé todo lo que escribí antes de Consejero del Lobo. El poeta debe aspirar a que sus palabras queden. Debe ser la vocación profunda de un poeta, además de hacer el amor. (Risas)

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En una clase del poeta Pablo Guevara (1930-2006) en San Marcos del año 99' escuché cómo él relacionaba la guerrilla cubana a Consejero del Lobo. “El lenguaje de Rodolfo Hinostroza también es una voz poética del acontecimiento dentro del espacio de la humanidad. Recoge un hecho histórico que nos define. Su aquí y ahora era Cuba, durante la revolución. Contrapola este hecho a su memoria, a sus desgracias personales. La palabra, su palabra, sucedía”.

Después de haber elegido el filo del cuchillo para hallar al lobo, se venía lo peor “Un sol negro semejante/ a la premonición de un desastre. Un sol muerto” cito en el poema Eclipse. Después de éste solo viene la desgracia. El poema La boda ocurre bajo este sol cubierto, como señal de catástrofe. Le sigue el recuerdo de la muerte de un pueblo entero al pie del Huascarán, “las noticias de cierta lejana guerra”, “un mundo encenizado”, “huesos putrefactos”, una noche en la que se marcha a la guerra, los pájaros salvajes de Anakairo.

Con los misiles apuntando la isla lo que vive el poeta ya no el yo poético es la claustrofobia de la revolución que traslada a Consejero del Lobo como la quietud en espera al fin del mundo. Pero todo poeta sobrevive a sus palabras, no en cambio nosotros a las suyas “Precipito mi reino/ sobre vuestras cabezas” y nos lanza la voz, los dientes, el rugido y la advertencia. Cerca de un lobo solo nos quedará acomodar sus dientes en el hueso, en la carne y en la sangre.

“Entre el caos y la muerte repartido, y mis palabras/ Enfermarán y harán volverse locos/ A los hijos de los notables”. (La Habana, 1963)



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Redacción mulera

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