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Una noche escribí la palabra cardumen y me di cuenta que la escribía por primera vez. Hace unos días escribí la palabra renunciante por primera vez también y supe que acababa de convertirme justamente en una renunciante que cuida que el latido de su estómago no la mate o acabe con alguna de las últimas tardes en las que el sol se cuelga y se filtra entre las ramas del árbol que golpea la ventana de mi cuarto. Siempre lo digo, unos tienen vista al mar, yo, a un árbol alucinógeno. Vivo en Barranco y claro, el invierno viene entrando y con él nuevamente el mar certero de Martín Adán, cuya silueta se ve ahora por todo el distrito como grafittis. Los renunciantes tenemos la costumbre de leer los libros que dejamos pasar, quizá para regresar a algún lugar, encontrar otro o asumir la muerte de alguien.

Encontré entre muchas cosas guardadas una edición casi destruida de La casa de cartón que tenía en la portada no solo el nombre de Martín Adán sino el de mi madre, escrito con lapicero, quizá en su propia época escolar. Entonces comencé y quizá como todos quise ser Ramón el tiempo necesario que me tome ser una renunciante. Pero Barranco pinta a Martín Adán hoy, entre su tráfico, su bulla, sus vendedores de pasta de a la vuelta, entre cambistas y jaladores a las discotecas del boulevard.

Me pregunto si las chiquillas que fuman paradas en las puertas de las mismas discotecas saben lo que puede darles ese señor de sombrero pintado en la pared o a dónde correrían si lo supieran. ¿Sabes que hay alguien que puede darte el mar? les diría con toda ternura que pueda reunir frente al humo que me echan en la cara como adultas. Solo que aun nadie las ha quebrado y hay algunos libros a los que debemos llegar después del humo. Todos leemos La casa de cartón en el colegio, pero para algunos es cuando se sumerge y se ahoga. Yo la perdí entonces en mi adolescencia, con mi uniforme de escolar, fumando en las bodegas que rodeaban el colegio. Nadie quiso decirme que perdí en mar de Adán.

¿Cómo podría leer La casa de cartón ahora, adulta, recorriendo Barranco pero no el de los años veinte y no caminando sino en un micro y bajo la vieja costumbre de ir de primer a último paradero para que los dinosaurios de latón (los mismos micros) me guarden en su estómago, en su movimiento y me salven de la calle, de su ira y de la mía?

UNA VIEJA EDICIÓN DE LA CASA DE CARTóN


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“Querían sacar La casa de cartón, en ese caso ilustrada por mí y empecé a pintar que es lo que hago, pero a los quince días el proyecto se canceló y yo claro seguí pintando” comenta Enrique Polanco que pinta los años veinte que Martín Adán escribió. Polanco expuso esta serie en el año 2008 “cuando aún vivía el Toño” dice y claro, recordamos a Antonio Cisneros, y reímos extrañándolo y de pronto somos tres riendo de la locura de Martín Adán. El Toño vio los cuadros de Polanco y debió sentir el viejo sombrero y los anteojos ajenos. Polanco pintó de manera increíble y siempre con el color en desborde los cuadros este distrito que escribió Martín Adán, sumergido en la adolescencia de un chico que lamenta la muerte y sufre de amor.

“Herman Schwuarz me consiguió varios mundiales de la época en la que Martin Adán anduvo por Lima. Mundial era una revista de los años veinte, treinta, creo. Yo había leído la casa de cartón en el colegio, medio obligado, era tarea. Pero claro, hace ocho años volvía a leerla y me pareció extraordinaria, como lo es y justo en ese momento apareció la posibilidad de que se editara, pero si bien la edición no salió, como te dije se expuso en el 2008 en el Centro Cultural Inca Garcilaso de la Vega”


ENRIQUE POLANCO EN SU TALLER

- ¿Puedo tomarte una foto en tu taller?

- Sí, pero que no salga nada de lo que estoy trabajando ahora y que expondré en noviembre.

- ¿Es lo que vas a exponer? ¡Wow!

- Sí, ya sé, me van a lapidar, me van a decir de todo. No me importa.

- Te veo en noviembre entonces. No podría dejar de escribir sobre lo que estoy viendo ahora.

Entonces Enrique Polanco me dice sí, que puedo hacer una galería virtual de su exposición sobre La casa de cartón. Y aquí están los años veinte, Adán, los poemas Underwood, los bañistas bajo cielos amarillos. Amarillo el color de la locura. Aquí están los tranvías, los hombres simples sentados en bancas simples, Proust, quizá la señorita Muler entre las mujeres pintadas con sus sombreros. Me pregunto ¿cuál de ellas será Catita, Catalina? el personaje favorito de un niño triste, Catalina en el último vagón bajo el cuerpo de Ramón, levantando su vestido para recibirlo entre las piernas, el alma y su grito.

Venga, por esta calle se va al mar


(Hoy serás Ramón)

Todo estaba permitido, menos morir, Ramón. Sé que lloraste por mí y yo solo quise ser Catita, Catalina en el último vagón, contigo, pero Lima está loca, tú también y yo a veces dejo de estarlo. 

“El mar es un alma que tuvimos que no sabemos dónde está- que apenas recordamos, nuestra, un alma que siempre es otra en cada uno de los malecones” cito al que es ahora mi loco favorito, el de los grafittis con sombrero en esta ciudad pequeña: Barranco. Las bolsas vacías que el aire lleva también son la locura feliz que tuvimos. Sabes que yo no dejaré de ser una poeta gritando en una comisaría. Sabes que me fascinan las historias de burdeles antiguos al lado de las fábricas viejas que describe Adán. Y tú odias que me fascinen las putas viejas y su tristeza acomodada en los recuerdos de su juventud, enamoradas de sus clientes, libres de ellos. Hoy serás Ramón y sabrás que te dejé ir. Hoy verás mi ingenuidad, mi uniforme de colegio, el mar y la tierra en mis zapatos.  

“Sere Ramón todo el tiempo que tú puedas amar a Ramón” dira alguien de conocer a Adán, pero solo se irá, como tú. ¿Cómo no dejarme si solo encontrará  el cuerpo que era solo de Ramón, para él, extendido y con música, haciendo falsas las luces de la calle? ¿Cómo no dejarme si solo encontrará  en mí el cuerpo que quiere ser Catalina, muerta, pero excitada, dispuesta, gritando, descubriendo que nada importa más que escribir, a pesar de que eso mate a todos alrededor. Como a ti. Me importan pocas cosas. Lo que más deseo hoy es ese mar que describe Martín Adán y lavarme las piernas, el alma y el matrimonio.

Ya no mato animales. Ellos me vigilan y rezan a Ramón en su último vagón. Catita. Hoy seré Catita. Catalina, la viuda tonta. Ramón está muerto. Tú también. Lo hiciste como lo hacen los hombres entrañables que se llaman Ramón dentro de la única casa de cartón. La sangre de mis brazos puede enfriar mi sueño si es que lo apoyo en ellos. Mi sangre está fría como el mar de Adán. “La vida es una charca que se corrompe, Catalina”cito y nuevamente soy Catalina en un vagón, hirviendo. Hoy serás Ramón. Yo moriré tratando de llevar los vestidos imaginarios de Catita. Pero mi cuerpo se moverá en el agua, en el hielo, en el tranvía, en todos los lugares a los que los insectos de los árboles me lleven para despedirte. Hay quienes hablan imbécilmente del amor solo por estar desnudos, los he escuchado. Y el amor ahora solo es agua atravesando, barriendo insectos lejos de la cama, en la calle, lejos de todo. Catalina tocó entre sus piernas la muerte de Ramón. Debió saber de su peso, de su ira y expiración. Escribiré solamente y obtendré el temblor de los hombres, de las cosas, de los mapas. Hoy despediré a Ramón de mi cuerpo de cartón y amaré solamente mis palabras y sus rutas acomodadas. Gracias, Martín Adán. 

martín adán