A mediados de la década de 1960, un niño peruano viajaba por el río Amazonas camino a Manaos, Brasil, a bordo de un buque inglés. La selva amazónica ofrecía un paisaje más bien monótono que Pacho, en compañía de sus padres y su hermana, miraba desde la borda. El primer día se hizo de noche a las seis de la tarde, e incluso el poco entretenimiento que ofrecía la ribera del río desapareció de la vista. Pacho decidió irse a dormir a su camarote. De pronto, el silencio implacable de los árboles cedió el paso a un sonido cuyo origen parecía indescifrable.

Pacho se sienta en la cama. “I want you back again”. La música parece provenir de cubierta. “I know you find it hard to reason with me”. Viene de cubierta, sin duda, pero Pacho no ha visto un solo músico entre los pasajeros. “You gotta tell me…”. No hay tiempo que perder. Pacho corre a cubierta y confirma sus sospechas: la voz fuera de rango que luego sabría que era de Mick Jagger, la guitarra de Brian Jones, la letra de Keith Richards, todo provenía de una radio sintonizada en la frecuencia de la BBC de Londres.

Pacho pasó los días restantes esperando el anochecer y los sonidos que llegaban, como por arte de magia, desde otro continente: The Rolling Stones, The Beatles, The Byrds, The Animals. Ese viaje marcó la introducción de Pacho Mejía a la música moderna. 50 años después, el cantante aún escucha el disco de The Byrds que compró cuando llegó a Manaos.


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Este 1 de julio se lanza en Lima una edición de colección de los discos de Black Sugar, la banda peruana considerada fundadora del latin funk. Black Sugar grabó sus dos álbumes, Black Sugar I y Black Sugar II, en 1970 y 1972. La mayor parte de las canciones fue compuesta por Pacho Mejía, que había empezado a tocar y componer con otra banda, Dr. Wheat, hacia 1968.

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Black Sugar se formó como Far Fen en 1969. Coco Salazar y el Chino Figueroa fundaron el grupo original e invitaron a Mejía a unirse cuando lo oyeron cantar. Otro amigo suyo, Jaime Delgado, era director musical de Sono Radio, una productora de discos de folklore, cumbia y guaracha. Delgado tuvo la idea de grabar un disco de Far Fen, pero primero tendrían que cambiar de nombre.

“Llamaron a todo el grupo a un directorio con los dirigentes de Sono Radio”, cuenta Mejía. “Era el primer lanzamiento de un disco como el nuestro, de tendencia occidental, música del estilo [norte]americano. El directorio era para ver qué nombre ponerle al grupo. Hicieron una lista y nos llamaron para decidir. Todos votamos y elegimos el nombre de Black Sugar. En esa época en Lima escaseaba el azúcar blanca, y lo que vendían era azúcar rubia, nosotros le decíamos azúcar negra.”

© Raúl García Pereira / lamula.pe

Influenciados por la explosión del funk estadounidense –Marvin Gaye, Aretha Franklin, Diana Ross, James Brown– además de la música que Mejía había descubierto ya en su infancia y los géneros que producían compañías discográficas como Sono Radio, los integrantes de Black Sugar crearon, en pleno gobierno militar peruano, una fusión cultural sin precedentes. Así, la canción que cierra el primer álbum de la banda es una especie de festejo romántico cantado en inglés llamado Pussy Cat, mientras una de las centrales, Funky Man, es un funk que casi no trasluce las influencias latinas de Black Sugar.

Con el lanzamiento de la edición de lujo de los álbumes existentes de Black Sugar, Mejía espera concluir un proceso que comenzó en 2010, cuando la banda se reunió por primera vez en casi treinta años: Black Sugar se vuelve a establecer en el circuito musical peruano. La formación actual de la banda consiste en cinco de los miembros originales y cinco de la ‘nueva generación’, como la llama Mejía.

Se trata, esta vez, de una fusión de generaciones. “El grupo suena un poco más rockero”, afirma Mejía. Aunque los nuevos integrantes respetan casi al pie de la letra las versiones originales de Black Sugar, “la mística de los 70s era muy diferente a la actual”, y esa nueva mística se imprime en el estilo de la nueva formación de la banda.


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Después de más de una década de trabajo y tocadas ininterrumpidas, Mejía se separó de Black Sugar a principios de la década de 1980. Lo hizo, por un lado, para dedicarse a su empresa de publicidad y, por otro, porque la nueva década trajo consigo nuevas demandas musicales: “Mis amigos músicos se dedicaron a la salsa, al jazz. Mi espíritu es más rockero, y en los 80 el rock no me gustaba nada. Yo me preguntaba qué hacía ahí si esa música no me gustaba”.

Mejía pensaba retirarse de la música, pero lo que hizo fue retirarse de la música contemporánea: poco después, a mediados de los 80s, formó parte del coro Ars Viva, un grupo que interpretaba música del siglo XIII. Fue ahí, cantando música del medioevo, que Mejía recibió su formación musical más importante. Aprendió a leer partituras y, sobre todo, a usar técnicas de canto para cuidar su voz. Es gracias a este aprendizaje –a saber cantar con el diafragma en vez de la garganta– que Mejía puede, hasta hoy, dar conciertos de tres horas seguidas sin desgarrarse la voz.

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Después, en la década de 1990, Mejía formó parte de algunos grupos que hacían cóvers de rock y volvió, a principios del siglo XXI, a cantar blues y funk con distintas agrupaciones limeñas. Fue entonces que recuperó las canciones de Black Sugar y se dio cuenta de que su banda de 1970 se había convertido en una leyenda del latin funk.

La reunión de Black Sugar también implicó darse cuenta de que era necesario acceder al público por nuevas vías. Cuando la banda se hizo conocida, la gente podía escuchar sus canciones en la radio, un medio que es casi inaccesible ahora para los músicos peruanos que no hacen música comercial. Así que Black Sugar aprendió a hacerse conocer por internet, y casi todos sus temas –en vivo y en estudio– están en Youtube.

Con el relanzamiento de los discos, la popularidad de Black Sugar en la red y en el medio local crecerá aún más, lo que les permitirá trabajar en nuevas canciones y, eventualmente, grabar un nuevo álbum.

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“Los Saicos me daban vergüenza ajena. Si estaba viéndolos por televisión y pasaba mi mamá, yo cambiaba de canal. Eran muy irreverentes. Me gustaban, pero era un amor-odio. No entendía qué era lo que hacían, cómo el tipo se podía arrastrar por el piso. La irreverencia de Black Sugar era distinta, era más erótica.”

En 1975, Black Sugar se presentó en la Feria Internacional del Pacífico. Durante los meses previos, la banda había estado ensayando el Himno Nacional en una versión más bien alternativa: mezclada con jazz y funk. Una vez en la Feria y sin saber qué iba a pasar si lo hacían, decidieron tocar su versión de la canción patria. “Los tombos tuvieron que cuadrarse, no les quedó otra”, se ríe Mejía.

los far fen antes de
convertirse en black sugar

A pesar del gobierno militar, Black Sugar consiguió en ese momento otra fusión, a través de una irreverencia que, a diferencia de la de Los Saicos, no ofendió a nadie: la gente, en la feria, empezó a cantar el Himno Nacional mientras bailaba. En esa época de tensión y polarización política, “fue la primera vez que la gente mayor y los jóvenes se pusieron de acuerdo en algo”.

40 años después, Black Sugar sigue mezclando lo antiguo y lo nuevo, lo joven y lo adulto, lo peruano y lo estadounidense. Aunque su grupo se ha convertido en un referente con etiquetas que antes no existían, Mejía sigue siendo fiel a ese niño que escuchaba, maravillado, a los Rolling Stones en un viaje por la Amazonía: “Lo único que queremos es divertirnos con la música”.


Black Sugar presentará su edición de colección este 11 de julio en el JazzZone (La Paz 656, Pasaje "El Suche" – Miraflores).



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