Carla Gutiérrez tenía 19 años cuando fue violada y asesinada la noche del 28 de mayo. Dos horas después de salir de su casa a las 9 de la noche diciendo que iba a la librería, el serenazgo del Cercado de Lima encontró su cadáver en un descampado a unas cuadras de su casa en la Urbanización El Planeta.

Al principio, se culpó automáticamente a los 'fumones' de la zona, que desaparecieron 'sospechosamente' después del crimen, cuando empezó a aparecer la policía. Aunque esta especulación de los medios y los vecinos parece razonable -la madre de Carla afirma que su hija fue la tercera joven asesinada en la zona en un mes-, resultó estar completamente equivocada.

Quiso la mala suerte y una sociedad en la que la violencia contra la mujer es la regla y no la excepción que la verdadera causa de la muerte de Carla fuese aun peor de lo que se había creído inicialmente: seis días después del asesinato, fue arrestado su primo, Miguel Martínez, que confesó haberla acuchillado. 

Martínez, de 20 años, volvió hace unas semanas del extranjero, y dice haber tenido una relación sentimental con su prima hermana, Carla. Como también tenía una novia 'oficial', la relación era secreta, y Martínez dice haberla asesinado porque ella empezó a pedirle dinero para comprar su silencio.

Una versión que apareció en algunos periódicos decía que Martínez mató a su prima porque ella le había contagiado una enfermedad venérea. La teoría más plausible -y menos repetida, quizá porque es más mundana- es que Carla pensaba terminar su relación con su primo, y él decidió que esa no era una opción.

Sea como fuere, el punto es que Carla Gutiérrez fue asesinada por un hombre al que conocía y en el que confiaba lo suficiente para escabullirse de su casa para ir a verlo un jueves por la noche. Además, las circunstancias de su muerte fueron extremadamente violentas -Carla fue violada, acuchillada y luego deformada con una piedra-. 

La presencia de ambos elementos -que conocía a su agresor y que su cuerpo y su dignidad se viesen tan terriblemente ultrajados- permite incluir a Carla en dos grupos estadísticos tristemente grandes en nuestro país: el de las mujeres violadas por familiares y el de las asesinadas por razones de género.

En el contexto de una semana en la que miles de personas han salido a protestar contra el feminicidio en América Latina, es curioso que los medios periodísticos se resistan a decir lo evidente con todas sus letras: el caso de Carla Gutiérrez es un feminicidio.

El Perú es el segundo país con mayor índice de feminicidios de Latinoamérica. En 2013, la muerte de 83 mujeres fue denunciada como asesinato de sus parejas o ex parejas. Además, los peruanos tenemos el dudoso honor de ser el tercer país con mayor índice de violación sexual en el mundo.

Estos datos se han repetido tantas veces que parecen parte de la cultura general peruana. A todos nos parecen terribles, escandalosos, trágicos. Pero cuando nos encontramos de cara con un caso específico, nadie quiere identificarlo.

El caso de Carla Gutiérrez no se ha hecho mediático por ser un feminicidio. La gente de su barrio salió a protestar y exigir mayor seguridad porque creyó que su muerte era producto de la delincuencia en la zona, no de una disputa amorosa. Quizá si se hubiese sabido desde el principio que el crimen lo había perpetrado el primo el resto de Lima no se habría enterado de su terrible muerte.

Pero, al menos en este pequeño y extraño sentido, Carla y su familia tuvieron suerte. Suerte de vivir en un barrio tan violento que Carla es la tercera chica que aparece muerta en un mes. Suerte de que la gente ya esté tan harta de la delincuencia que salió a protestar. Suerte, en pocas palabras, de que el primo/novio no fuese el único peligro allá afuera.

Porque vaya que nuestra ciudad ofrece peligros para las mujeres, fuera de casa y dentro de ella.



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