Para ponernos en contexto: el terremoto ocurrido en Nepal el pasado 25 de abril mató a más de 8.000 personas. El terremoto que azotó el Perú en 1970 -de la misma magnitud, 7.8 grados Richter- fue 10 veces más letal: 60.000 fallecidos y 20.000 desaparecidos en los conteos más optimistas, pues hay versiones que apuntan a más. 

Hoy se cumplen 45 años de esa tragedia, la más devastadora de la historia del Perú. El punto más crítico fue Yungay, ciudad que fue sepultada por un aluvión. Un bloque del Huascarán, el nevado más alto del Perú, se desprendía en cuestión de minutos y, en unas tres horas, lo que era una población apacible quedó cubierta por una capa de nieve. Nunca el luto lució tan blanco.

Hubo familias completas que perecieron tras el alud: árboles genealógicos sepultados para siempre. En otros casos, uno que otro sobreviviente tuvo la suerte de estar fuera de la ciudad, pero la posterior desgracia de llorar en soledad a sus muertos. El más grande recuerdo que queda hoy en Yungay es un enorme cementerio. Sobran las palabras.

Fue tal el daño que el gobierno fundó, dos años después, el Instituto Nacional de Defensa Civil (Indeci), que hasta hoy busca garantizar la seguridad de los peruanos de desastres similares, aunque con resultados diversos. Yungay misma vive hoy en la incertidumbre: problemas de infraestructura y de planeamiento abren la posibilidad -según varios expertos- de una debacle similiar, especialmente por el riesgo de desembalse varias lagunas, en caso haya un desprendimiento de hielo y nieve como el de 1970.

A 45 años de ese infierno frío, conviene recordar -como siempre- para no estar condenados a repetir.

Así quedó sepultada yungay. 

solo unos pocos muros terminaron en pie. (el peruano)

la recuperación de los cuerpos fue dramática. (caretas)

la reconstrucción de la ciudad fue lenta.

hoy, el gran cementerio es lo más resaltante de la ciudad.


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