Richard Evans Schultes (1015-2001), biólogo estadounidense, se internó durante doce años (1941-1952) en la Amazonia colombiana explorando tierras que, por ese entonces, eran desconocidas. Su curiosidad profesional lo llevó a trazar mapas e internarse dentro de docenas de comunidades indígenas. Asimismo, recolectó cerca de treinta mil especímenes botánicos (300 de ellos era desconocidos durante aquella época). 

El investigador era también un amante de la fotografía. Provisto de una cámara Rolleiflex de lentes gemelos, Evans Schultes nos dejó un inmenso registro visual de sus 'memorias sudamericanas'. 

Un exalumno suyo ha decidido escribir sobre este aspecto poco conocido del afamado biólogo. El texto ha sido traducido por Felipe Escobar y publicado en El Malpensante. Y ahora lo compartimos para ustedes.


La Amazonia perdida

Por: Wade Davis

Explorador de plantas, científico, amante de todo lo indígena y en particular de todo lo indígena de la Amazonia, Richard Evans Schultes nunca pretendió ser un fotógrafo. Sin embargo, se sentía bastante orgulloso de sus, como los llamaba, “retratos”. De las paredes de su amplia oficina, ubicada en el cuarto piso del Museo Botánico de la Universidad de Harvard, colgaban muchas de sus fotos favoritas: luchadores yacunas del Miritiparaná, la silueta rocosa del espíritu en la sima del Jirijirimo, jóvenes macunas mirando el abismo de las cataratas de Yayacopi. Cada fotografía, cuidadosamente clasificada, tenía su respectivo marco de madera y se mostraba al visitante en una forma que solo servía para realzar la calidad sin tiempo de la imagen. Como el hombre mismo, sus fotografías parecían ser el testimonio de otro siglo, de otro mundo. 

Schultes puede definirse como un fotógrafo ingenuo. Una imagen bella era para él una fotografía de algo bello, y una fotografía interesante era ante todo la que describía, o representaba, algo digno de notarse. No se detenía en el matiz ni en la metáfora, y si alguien se hubiera tomado el trabajo de criticarlo desde una perspectiva artística, se hubiera divertido mucho. Era, sin lugar a dudas, un fotógrafo inspirado y competente, y luego de haberse vuelto un verdadero experto en el manejo técnico de su cámara, se aproximó a la fotografía con la misma atención meticulosa hacia el detalle que caracterizó su trabajo con las plantas.

foto: Richard evans schultes

Todas sus fotografías fueron tomadas con una de esas Rolleiflex de lentes gemelas que usaban negativos de 6 x 6 centímetros. Introducidas al comercio en 1927, cuando Schultes tenía 12 años, estas cámaras habían fomentado como nunca antes la fotografía popular, alejando a los profesionales, al igual que a los aficionados, de aquellos incómodos aparatos de placas de gran formato que habían dominado el campo hasta entonces. La Rolleiflex de lentes gemelas fue una de las primeras cámaras verdaderamente portátiles, tosca pero liviana, relativamente fácil de usar y ligera, aunque no siempre silenciosa en el momento de su operación. Su lente Zeiss era soberbia, y su óptica estaba tan finamente ajustada como la de casi todas las cámaras que hoy en día se consiguen en el mercado.

El diseño y las características técnicas de la Rolleiflex desempeñaron un papel muy importante en el desarrollo del estilo y de las habilidades de Schultes como fotógrafo. La cámara estaba equipada con una lente no intercambiable de ochenta milímetros que permitía una amplitud de diafragma de 2.8, lo que era ideal para las condiciones de baja luminosidad imperantes en la selva. Su limitada distancia focal, que lo obligaba a disparar a varios pasos del sujeto, implicaba que en casi todos los retratos aparecieran las personas dentro de su entorno. Se puede ver el efecto creado por esta circunstancia en muchas de las imágenes de Schultes: en los dos muchachos macunas, por ejemplo, recostados en una hamaca, y en la joven kamsá de Sibundoy que lleva en su mano la flor que embriaga a los jaguares. El fotógrafo está presente pero no se comporta como un intruso. Robert Capa dijo alguna vez que si a uno no le gustan sus fotografías, lo que debe hacer es acercarse. Con la Rolleiflex, sin embargo, esto no es posible, aun si se desea. La cámara exige cierta discreción.

foto: richard evans schultes

La Rolleiflex tenía también un disparador automático de diez segundos que le permitía a Schultes, con un trípode, componer una imagen y luego colocarse dentro de ella. El dispositivo no era demasiado complejo, pero se necesitaba cierta práctica para alinear correctamente la exposición en el visor. Y como al parecer no era posible entregarle la cámara a alguno de los indígenas que lo acompañaban en sus viajes, entrenándolo en la brega de oprimir el obturador sin mover el aparato, las mejores fotografías de Schultes –en Yayacopi con los muchachos macunas, cruzando un río con los especímenes botánicos en la mano, mirando absorto desde la cima del Cerro de la Campana– son casi siempre autorretratos.

Significativamente, la persona que utiliza una Rolleiflex compone la imagen mediante el procedimiento de mirar a la cámara desde arriba. El sujeto de la fotografía aparece sobre la superficie plana del cristal, y así, una escena tridimensional es vista por el fotógrafo como un retrato en dos dimensiones, es decir, como una toma que puede ser cuidadosamente estudiada y compuesta antes de abrir el diafragma. En la situación de Schultes, por otra parte, esto también era ideal. Debía cuidar el limitado suministro de películas que tenía a su disposición, y a veces pasaban meses antes de que pudiera revelarlas. La Rolleiflex, por su propia naturaleza, estimulaba la parsimonia, obligándolo a ser deliberadamente atento en la composición de cada imagen. Schultes aprendió a tomar fotos en el campo, y sus habilidades mejoraron con el tiempo. La Rolleiflex, en cierto sentido, fue su maestra.

El diseño de la cámara, asimismo, determinaba la manera de tomar las fotografías, y esto demostró ser de vital importancia, tanto desde una perspectiva artística como en términos de cómo respondían los indígenas al momento fotográfico. El punto de vista de la Rolleiflex no está al nivel del ojo, como en el caso de las modernas cámaras de una sola lente, sino al nivel del ombligo. Schultes medía más de un metro con ochenta centímetros, y los indígenas del Amazonas, por lo general, son más bien bajos de estatura. En vez de planear sobre sus sujetos, por lo tanto, tendía a fotografiarlos desde abajo, desde un ángulo que acrecentaba la presencia dramática de los individuos. Esta calidad estética es particularmente evidente en sus retratos del chamán de los cofanes y en sus impresionantes imágenes de los jóvenes barasanas en la roca de Nyi.

En un sentido más simbólico, la Rolleiflex, por definición, exigía que el fotógrafo, al componer una imagen, se inclinara literalmente ante el sujeto de la fotografía, un gesto que en el escenario del Amazonas, con su larga historia de indígenas violados y abusados, transformaba el acto fotográfico, que dejaba de ser un acto de agresión para volverse un acto de compromiso y de humildad.

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