Siempre le he preguntado a Raúl Wiener (Lima, 1949) cómo va todo. Antes me sentaba un rato a su lado en el sofá, conseguía arrancar su cabeza del periódico y le lanzaba alguna cuestión de fondo o coyuntura. Así hablamos en casa, con palabras como fondo y coyuntura. Nuestra relación, me temo, ha sido una larga entrevista. A mí me gusta preguntar y a él le encanta hablar. Sentarse a comentar la política, además, ha sido para nosotros “eso que nos une”, como para un padre y un hijo podría ser, por ejemplo, ir al estadio a ver jugar –perder, para ser precisos– a su equipo, que es lo que ocurre cuando te ubicas en la tribuna oriente, la de la izquierda, en el Perú.
Hace más de una década que vivo fuera, así que ya no puedo abordarlo en cualquier sobremesa. Hoy soy el tipo de hija conchuda que para saber cómo va todo manda mails urgentes a su padre que es a la vez periodista, analista político e izquierdista militante, alguien que lleva toda la vida respirando bajo la etiqueta de “radical”, un tipo consecuente. Mails en los que escribo: “papá, ¿puedes hacerme un somero resumen de lo de los petroaudios?" o "¿Quién diablos es Belaunde Lossio?" o "¿Me haces una cronología del caso Ana Jara, porfa?”. Y en unas horas tengo un mail de vuelta explicando todo de la letra a) a la letra h). Yo suelo enviar otro mail de respuesta por lo general muy escueto: “¡qué mierda de país!”.
Últimamente lo tengo en el WhatsApp, así que puede hacerme llegar repentinamente un mensaje sobre, por ejemplo, la entrevista que acabo de hacerle a un escritor venezolano, que le parece “equilibrada” pero con la que “discrepa en varios puntos”. Un texto que acaba diciendo: “Yo encantado de decirte lo que siento y pienso, como siempre. Pero no soy dos Raúles, uno para Venezuela y otro para el resto de problemas”. Él es uno solo, yo soy varias. Y así nos entendemos.
Seguro que a algunos esta entrevista les hará levantar una ceja. ¿Quién podría ser todo lo públicamente inquisidor que hay que ser en una entrevista con su propio padre? Por eso, quizá esta no sea una entrevista, quizá sea otra cosa. Mi memoria ha registrado el día de mi vida en que más quise a mi papá. Me había llevado al Estadio Nacional porque mi colegio participaba en un evento deportivo. Fuimos los dos solos. Yo estaba vestida de blanco y tenía unos pompones rojos. Creo que era una cheerleader. Nos sentamos en las gradas, muy arriba, lejos de todo. Desde ahí veíamos a los niños más pequeños de lo que eran. Pero con una extraña claridad. Se supone que debía bajar al campo a participar pero yo no quería bajar, estaba tan a gusto sentada a su lado que no me moví. Y a él le pareció bien que no lo hiciera. No trató de convencerme de nada, respetó mi deseo. Así permanecimos mucho rato observando y comentando lo que pasaba allá abajo. Digamos que esta no es una entrevista, que es solo ese momento.
- Si tuvieras que definirte en una sola palabra, ¿dirías que eres más militante que periodista o más periodista que militante?
- Yo diría que esas dos actividades definen toda mi vida. Aunque fui más militante de joven y la mitad de mi período adulto y luego más periodista que cualquier otra cosa, pero con espíritu militante.
- ¿Cómo fue ese momento en que te diste cuenta, aceptaste, que ya no ibas a poder hacer la revolución, tal como la imaginabas al principio, y aceptaste a la idea de que tendrías que intentar hacerla de otra manera, desde el periodismo de denuncia o la opinión política?
Es que yo nunca iba a hacer una revolución solo, armada o desarmada, y en algún momento me descubrí improductivo en lo que hacía: interminables reuniones, debates, rupturas sobre quién tiene la razón, movilizaciones, charlas, pequeños periódicos, etc. Mi problema fue con la izquierda. La ruptura de 1990 me quitó las ganas de seguir buscando la línea correcta para la siguiente elección y decidí que sería más útil decir lo que tenía que decir a través de la escritura. En ese entonces no lo hacía para ningún medio y empecé escribiendo libros y columnas por Internet.
"Algún día los peruanos y peruanas nos sentiremos más ciudadanos de nuestro país y comprenderemos que el Estado de Derecho no es el nombre de un reglamento que Ollanta trata de cumplir, sino una concepción sobre las relaciones humanas basada en el reconocimiento de nuestros derechos y de los derechos de los demás".
- ¿Desde cuándo exactamente ya no militas en ningún partido político de izquierda? ¿Cuál fue tu última y más ilusionante militancia?
Todas mis experiencias, que comienzan muy temprano, a los 18 años, tuvieron ilusiones y desencantos. Conocí personas a las que quiero y admiro. Viví momentos inolvidables, como el comienzo del gobierno de Velasco que nos puso de cabeza; las reformas que nos desafiaban; el golpe de Estado de Morales Bermúdez que me encontró preso por razones políticas; el paro del 19 de julio y el de mayo del 79; la ruptura de ARI; la conversión del diario El Observador en el primer periódico administrado por sus trabajadores; la matanza de Uchuraccay; el primer gobierno de Alan García y la crisis más increíble de la historia; el gigantesco Congreso de Izquierda Unida, que en vez de unirnos nos dividió; la victoria de Fujimori; el golpe del 92. Mi alejamiento del PUM; cuando encabezaba una corriente muy importante, marcaba el final de mi militancia, en 1994. Todo eso y mucho más fue mi vida de militante y por tantos hitos siempre creí que este país estaba en trance de parto, hasta que llegó la dictadura y se apagó el fuego en la izquierda y yo mismo decidí mi reubicación.
- Tengo varios recuerdos tuyos de tu época de militante de izquierda y padre joven de dos niñas: las postales que nos mandabas desde comunidades pobres de los Andes, contándonos cómo vivían ahí los niños, tan distinto a nosotras. Las noches que no llegabas y creía que te habían matado. La evidencia, demasiado rara para una niña, de pensar que podía matarte cualquiera, Sendero o los militares. Yo ahora soy madre y a veces pienso lo tremendo que debe haber sido criar niños en el Perú de los 80s y eso que vivíamos en Lima, no en un pueblito de Ayacucho.
- Siempre he percibido las cosas de una manera quizás demasiado racional. Yo estudiaba a Sendero, no le temía, a pesar de haber estado al lado de un compañero textil unos momentos antes de que lo mataran de un balazo en Ate-Vitarte. Pero no dejaba de emocionarme, como cuando te vi llorar por el título de mi libro “El Llulla Presidente” (El presidente mentiroso) porque creías que Alan García me mandaría preso.
- ¿No te enloquecía a veces la idea de haber traído niños a un mundo en guerra?
- Cuando ustedes nacieron no había guerra, ni la imaginábamos, aunque sí me planteaba la posibilidad de un conflicto social muy fuerte, donde no imaginaba dónde ponerlas. En 1975, cuando tu mamá te tenía en la panza, yo estaba preso por pensar como pensaba, pero salí antes de tu nacimiento, aprovechando las reacciones contradictorias de los militares de la época a la caída de Velasco. Tu hermana estuvo presente en el paro de 1977, panza de tu mamá mediante. Así éramos. Y luego vino la guerra, que estuvo cerca de nosotros, pero no nos tocó, felizmente.
- Me gusta mucho una película rusa que se llama "Quemado por el Sol", de Nikita Mikhalkov, sobre un veterano héroe de la revolución, que ya vive retirado en el campo, junto a su preciosa mujer y a su linda hijita. De pronto su vida da un vuelco cuando entiende que será una de las víctimas de la purga de Stalin. La película está dedicada a “todos los que fueron quemados por el Sol de la revolución”. ¿No te quemó a ti ese sol revolucionario?
La película que yo suelo evocar es “La guerra ha terminado”, de Alain Resnais, de la década de los 60, que nos transmite el vacío de la causa perdida, lo infructuoso de las resistencias largas, en ese caso ante Franco. Yo tuve una gran aversión, toda mi vida, hacia el stalinismo, lo vi siempre como una deformación de la revolución, como ocurrió con la revolución francesa y otras más. Uno de los terrores de la revolución es la burocratización o expropiación de la victoria por un sector de la dirigencia. Aquí, en Perú, discutir sobre stalinismo o trotskismo, era sin embargo, sobre todo teórico. Un día, después de muchos debates, perdí interés en el tema. Claro, yo nunca fui un héroe, ni fui purgado. A lo sumo expulsado, aunque parezca paradójico de una organización trotskista.
- Algunas mujeres que militaron en la izquierda cuestionan que muchas veces ellas eran accesorias en la lucha y pocas veces líderes. Los líderes eran ustedes. Elsi, mi madre, tu mujer, aparece en el documental Del lado del corazón dando su testimonio. ¿Cómo ves tú esos años de lucha hombro a hombro con las mujeres? y como hombre de esa generación, ¿cómo has procesado el reconocimiento del lugar prioritario que ocupa la mujer en la lucha, en la política y en los cambios futuros?
Yo siempre vi la opción de las mujeres por la izquierda como parte de un proceso liberador. Las compañeras, aparte de estar mal representadas y de ser pocas, eran distintas a las no politizadas. Yo he visto militantes decididas que asumían responsabilidades, participaban en organizaciones de base, vendían periódicos de la izquierda en las mañanas muy temprano, en la puerta de las fábricas, que viajaban a provincias a construir partido. Elsi fue secretaria general de Lima del MIR cuando tenía 22 años. Y se le paró más de una vez a los dirigentes. Ahora, ¿cómo era cada quién en su hogar?, ¿cómo se repartían las tareas?, es cierto que había un sustrato machista, que venía desde nuestra formación en el hogar. Yo me he encontrado dentro de la izquierda con algunas de las parejas más fuertes que he conocido y también con algunos divorcios super rápidos.
"Negociaron con nuestra victoria"
- Has sido enemigo de todos los dictadores y de todos los presidentes que te tocó ver en el Perú. Has escrito varios libros contra Alan, varios contra Fujimori. ¿Qué es lo peor de perseguir villanos a los que o no se les da caza o nunca reciben su verdadero merecido?
- Bueno, la palabra no necesariamente es enemigo, pero es verdad que siempre he estado en la oposición, aún en el gobierno de Humala al que ayudé a ganar. Sobre Alan García no sólo tengo un libro sino varios centenares de artículos y decenas de investigaciones. Detesto su desparpajo y la impunidad con la que se conduce y que nos refriega a todos en la cara. Además, es un hombre vacío, sin un plan para el país y que solo dice lo que quiere oír la gente y que al final hace lo que le da beneficios a él. Fujimori es un hombre duro, sin las veleidades de un ego colosal, pero que está convencido de sus hechos de gobierno: según él, liquidar la hiperinflación y acabar con el terrorismo compensan con creces la corrupción y la violencia de los 90. Aún el país está dividido en torno a ese balance y eso afecta la comprensión del pasado inmediato y la posibilidad de entrever hacia dónde vamos. Yo no me arrepiento de lo que he escrito sobre estos y otros personajes, y nunca tuve la ilusión de llevarlos ante la Justicia. Muchas veces los hechos me dieron la razón y por suerte, al final, el país lo entendió así.
- Pocas veces te vi tan emocionado como cuando ganó Humala. Lo celebré contigo. Nunca te había visto celebrar unas elecciones en mi vida. Contribuiste a ese triunfo. Luego fui viendo día a día cómo te dejaban de lado. No solo a ti, a varios con los que Ollanta había llegado hasta ahí.
- Gané y perdí. Pero yo estaba emocionado por lo que significaba este triunfo: era la expresión de que la mayoría se había rebelado contra el inmovilismo económico y la intención de regreso del Fujimorismo. Ese triunfo sigue siendo mío y de muchos, aunque la verdad es que pocos lo entienden a cabalidad, especialmente en la izquierda. Por eso no hubo una voluntad de reagrupar a tanta gente traicionada por Humala; Ollanta se aprovechó del mecanismo presidencialista que ampara la Constitución, para apropiarse de la victoria como si fuera solo suya y pudiese negociarla con los poderosos.
- ¿Cómo viviste personalmente la frustración de sentir que el hombre al que ayudaron a convertirse en presidente los había traicionado?
Mi frustración no viene de que no me llamara para algún cargo –además yo empecé a criticarlo muy pronto–, ni porque no entendiese las raíces ideológicas y políticas del volteretazo, sino de la decepción de comprender que pese a lo amigos que fuimos durante casi cinco años, no pude sospechar la parte secreta de su carácter que ahora todos conocemos. ¿Me dolió? Sí, me dolió, pero también fue la primera vez que estuve tan cerca al poder y sus mecanismos. Siento que en estos años en que he padecido varias enfermedades serias, algo he somatizado de la traición, pero me las he arreglado por mi propia cuenta y a pesar de todo ello he tenido muchos momentos de felicidad.
"Un día Humala me preguntó: ¿por qué no fuiste congresista? Yo le respondí que porque la izquierda tenía demasiado que repartir y yo no estaba para ponerme en la cola. Entonces me miró sonriente y concluyó: “pero aún somos jóvenes y vamos a dar que hablar”.
- ¿Cómo crees que habría sido tu vida si hubieras hecho carrera en la política oficial, si hubieras sido congresista, por ejemplo?
Yo creo que no llegué siquiera a postular al Congreso porque cuando me metí en la unidad de la izquierda ya todas las entradas estaban repartidas. Y yo nunca he pedido nada para mí. Así que me callé cuando no me tomaron en cuenta. Un día Humala me preguntó: ¿por qué no fuiste congresista? Yo le respondí que porque la izquierda tenía demasiado que repartir y yo no estaba para ponerme en la cola. Entonces me miró sonriente y concluyó: “pero aún somos jóvenes y vamos a dar que hablar”. Cuando hizo la lista no se acordó de mí, y yo no pude resistirme y en alguna ocasión le pregunté si tenía tan buenos representantes que no cabía yo. Luego de muchas vueltas afirmó que para hacer campaña para el Congreso había que tener dinero y yo andaba pobretón. Sonreí y no dije más.
Pelear las elecciones desde la izquierda
- ¿Cómo sería el particular mea culpa de Raúl Wiener por la incapacidad de la izquierda para convertirse década tras década en una opción unitaria y a la vez en una opción política real?
Mi balance es que a la izquierda le faltó siempre vocación de poder. Su líder más importante, Alfonso Barrantes, representaba con todas sus virtudes y defectos, a un tipo de político que no se decidía en las circunstancias. Pero los demás dirigentes, aún cuando quisieron ponerle más fuego a la acción política se entretuvieron jugando al equilibrio entre pares. La unidad era necesaria, pero paralizaba. Nunca se armó una dirección colectiva que dijera “esta es la situación y lo que debe hacerse es esto”; todos venían con mandatos previos y se neutralizaban entre sí.
- A las mujeres de mi generación nos alarma ver que cada vez que se reagrupa la izquierda vuelven aparecer, con todo respeto, señores mayores de sesenta. Ni una mujer. Ni un joven. El Frente Amplio que se lanzó hace ya algún tiempo fue eso. ¿Por qué se vuelven a cometer los mismos errores del pasado?
Porque el Frente Amplio, mientras existió, fue un flashback del pasado, una versión revivida de viejos debates y un desfilar de muchas personas repetidas. Es que mientras se mantenga la idea de una coordinadora de partidos en la cual cada quien llega con su mandato, las organizaciones van a seguir haciendo lo predecible: enviando a sus cuadros experimentados y con capacidad de negociación. Es lógico. Si la izquierda se reconstruyese a partir de los movimientos sociales y fuera capaz de disolver sus núcleos por más grandes o chicos que fueran, para hacer un solo partido, producirían una revolución inesperada no contra el Estado sino contra sí misma.
"En el discurso uno se encuentra con que nadie está en contra, a todos les parece maravilloso que en las listas electorales haya muchos jóvenes y mujeres; pero casi todos entienden esto como un asunto de imagen y de repartición de cupos, sin entregarles el poder real, la dirección de la lucha. Prefieren no tocar sus estructuras internas".
- ¿Pero hay alguna voluntad de renovación real?
En el discurso uno se encuentra con que nadie está en contra, a todos les parece maravilloso que en las listas electorales haya muchos jóvenes y mujeres; pero casi todos entienden esto como un asunto de imagen y de repartición de cupos, sin entregarles el poder real, la dirección de la lucha. Prefieren no tocar sus estructuras internas. Yo quisiera ver a los centenares o miles de jóvenes, a las mujeres organizadas, reuniéndose en asambleas y poniendo condiciones a la dirigencia de la izquierda. Por eso estamos como estamos: casi predicando en el desierto. Hay muchos que lo entienden pero nadie se atreve a dar el paso de ruptura con el pasado.
¿Cómo verías una candidatura de Verónika Mendoza a la presidencia?
Quiero mucho a Verónika, pero también me parecen formidables Marisa Glave, Claudia Cisneros, Mónica Sánchez y otras. No sé a quién escogería, pero cualquiera de estas jóvenes sería perfecta, si representasen un movimiento amplio para garantizar condiciones de vida dignas para nuestro pueblo, un freno al neoautoritarismo y una poderosa escoba contra la corrupción.
¿Y en qué lugar queda Susana Villarán en ese eje?
Vengo de votar tres veces sucesivas por Susana, dos ganó, y una perdió. Susana se ha “jubilado” antes de tiempo de las representaciones públicas, pero ella está ayudando a poner en marcha un Frente Democrático. Podemos decir que tenemos varias candidatas que encarnan la renovación, la juventud y el poder femenino, lo difícil es decidirse. Pero los problemas no están en ellas, sino en cómo armamos el frente y lo convertimos realmente en una expresión de renovación y rebeldía. Además hay un punto muy importante: ¿qué hacemos con los nacionalistas? ¿Se los dejamos a Humala o les decimos que nosotros representamos el programa y los grandes objetivos de transformación que Ollanta traicionó?
- Esta semana se ha formando un bloque con la mayoría de los partidos de izquierda, que aún no tiene candidato pero que sin duda va a tener participación en las elecciones. ¿Cómo lo ves?
- Mi idea es que el frente hereda la tradición de la izquierda, con sus virtudes y defectos. El otro lado es el de Tierra y Libertad, que se hace llamar “Frente Amplio”, pero que lo de amplio se quedó solo en el nombre, porque no expresa nada, no es sino una pretensión; como suele ocurrir se infla y se hace soberbia cuando se tiene inscripción y los otros no la tienen. El bloque que hoy se lanza a la palestra no ha llegado a un acuerdo con el partido del padre Arana, por razones que gruesamente entiendo como de hegemonismo. En realidad, hay dos ideas sobre la “amplitud”.
- ¿Cuáles son?
- Unos creen que hay que ser amplios pero sólo hacia el lado en el que no hay cargas del pasado e irrumpir enteramente como una fuerza nueva, sin compromisos con el pasado. Suena bien pero se reduce a Tierra y Libertad y a otros pequeños grupos. Y está la visión opuesta que sostiene que la izquierda que pretende ser lo nuevo, debe ampliar sus alianzas hacia un gran movimiento democrático que pueda reenganchar con lo que queda del nacionalismo más de base, y con las corrientes democráticas que quieren una alternativa a la disyuntiva Keiko-Alan. Es la idea de pelear las elecciones y no de diferenciarse de todo el mundo. Es política.
- ¿Cuáles son sus fuerzas y cuáles sus debilidades?
- La mayor virtud del frente de izquierda es su apertura, y su mayor debilidad es el electoralismo con el que muchas veces actúan (el solo hecho de que estén lanzando el proyecto es una prueba de ello) y la dificultad para que los viejos saurios, que son también los de mejor muñeca en las negociaciones, entreguen su lugar a los más jóvenes y a las mujeres.
- ¿Tú vas a ser parte de este frente?
Voy a seguir opinando libremente. Pero en lo posible daré ideas para que la izquierda encare esta nueva batalla. Quisiera ser más optimista, pero jamás me ha salido la del publicista. Sobre el lanzamiento, yo quisiera que lo hubieran hecho con un elenco nuevo e ideas frescas. Si para impulsar estos requerimos de la inscripción de Yehude, bienvenida sea, mientras el proyecto esté claro. Así que aquí empieza un debate nuevo. Muchos en la izquierda son grandes amigos míos. Aunque sea por eso y por las buenas intenciones, les deseo la mejor de las suertes.
"En un proceso electoral se desarrollan muchos espejismos: una inscripción, un pequeño frente con partidos minúsculos, 500 personas reunidas en un teatrín, un titular en un diario, pueden marear a muchos. La política debe hacerse con los pies sobre la tierra. Tenemos que construir un arma de la envergadura del enemigo a derrotar, y eso debería hacerse a costa de cualquier sacrificio y con el mayor vigor posible".
"Estamos lejos, pero lo lograremos"
- Como periodista, ¿cuáles crees que son las peores consecuencias de la concentración de medios?
- La concentración mediática es un proceso que si bien marcó un hito con la compra vergonzante de Epensa –¿qué significa eso xd que se controla la administración y no la línea?, ¿un subsidio a los Agois o un anuncio de una pelea futura?–, la verdad es que ha tomado mucho tiempo. La publicidad está en las mismas manos desde hace décadas. Al desaparecer La Prensa, su rival histórico, El Comercio, se convirtió en el único diario “serio” que llegaba a los sectores de más alto consumo. Esto les atrajo casi toda la publicidad de ventas, las páginas enteras de un supermercado, y a su lado, de los otros que también querían vender, en una competencia infernal, que llenaban suplementos, encartes y otras modalidades. A su vez, Montesinos elaboró en los 90 una pauta de publicidad estatal que favoreció ampliamente a los Miró Quesada y Toledo les dio el control de América Televisión (el canal con más alta sintonía). Esto es lo que llaman “éxito” y que se supone que los medios menores envidiamos: diez diarios bajo su propiedad, incluyendo el que capta la mayor publicidad, el que vende más en kioskos, el que tiene la mejor red regional, etc. Además, dos canales de televisión e innumerables revistas.
- Pero, ¿cuál es el significado político de todo esto? ¿De qué no nos estamos enterando?
- Muy simple, se trata de imponer la agenda política, la que debe importarnos, y cambiarla cuando lo crean conveniente. Te pongo un ejemplo: a mediados del año pasado La República insistía en que el tema era la muerte de Nolasco y la crisis de Ancash, mientras que para El Comercio y su pandilla era la elección del nuevo Fiscal de la Nación, que es primo lejano de Nadine. Ninguna de las dos campañas prendía lo suficiente. Hasta que la gran concentración la vio: le echó el pato de lo de Ancash a Ramos Heredia y ahí enlazó los dos temas. Hizo caer al Fiscal, y del caso Ancash sacó a Martín Belaúnde, “Chocherín” y otros titulares por el estilo, que han estado ahí durante meses.
- ¿Conclusión?
Cambio en las prioridades del país, confusión sobre el papel de los fiscales, cifras que vuelan por el aire. Y todo el país creyendo que este es el gran tema nacional, porque El Comercio y sus pupilos dijeron que así era. Igual en el caso de los seguimiento y rastreos. Nadie se detuvo a ver si había algo serio allí, se quedaron en los constantes titulares que dicen que todos estamos espiados. El poder concentrado de la prensa sirve, además, por supuesto, para presionar presidentes, y sacarles lo que quieren. Y, claro, se vienen elecciones en una disparidad brutal de poder entre los medios, que ya saboreamos en las regionales-municipales del años pasado, especialmente en el caso de Lima.
"Keiko y Alan no son dos películas muy distintas. Porque los dos representan la misma política y hay un gran sector (digamos un 30%) que se rebela a tener que votar por dos momias neoliberales y el mero continuismo. Más del 50% repudia los viejos rostros que han degradado la democracia e institucionalizado la corrupción".
- ¿Crees que en el poco tiempo que queda se pueda generar una candidatura para hacer frente a Keiko o a Alan García o vamos a repetir la película de horror?
- No son dos películas muy distintas. Porque los dos representan la misma política y hay un gran sector (digamos un 30%) que se rebela a tener que votar por dos momias neoliberales y el mero continuismo. Más del 50% repudia los viejos rostros que han degradado la democracia e institucionalizado la corrupción. ¿Se podrá unir a todos en una sola corriente de masas, en una gran fuerza para alcanzar la segunda vuelta? Tengo dudas como analista, pero todavía me queda mucho de militante y peleo por eso. Ya he explicado que en la izquierda se hacen tremendas bolas para algo tan simple como esto. Y es que en un proceso electoral se desarrollan muchos espejismos: una inscripción, un pequeño frente con partidos minúsculos, 500 personas reunidas en un teatrín, un titular en un diario, pueden marear a muchos. La política debe hacerse con los pies sobre la tierra. Tenemos que construir un arma de la envergadura del enemigo a derrotar, y eso debería hacerse a costa de cualquier sacrificio y con el mayor vigor posible.
- Imagínate un nuevo gobierno fujimorista –que es muy probable, por desgracia– pero ahora con las redes sociales, la ciudadanía alerta, Vladimiro en la cárcel, la experiencia de esos años de corrupción y videítos, la influencia de los indignados de todo el mundo. No sé, creo que el fujimorismo es capaz de las mayores perversidades pero también creo que engendran su propia destrucción. Yo creo que como están acostumbrados a moverse en los limites de la legalidad y la moralidad, y mucho más allá, volverán a cometer un error fatal. Que esta vez no podrán engañarnos y someternos durante tanto tiempo. Es lo que pienso a veces para consolarme. ¿Tú en qué piensas?
Mi opinión es que si a Pinochet hubieran podido elegirlo años después, tal vez no habría cambiado su estilo mandón y altanero, pero su capacidad para hacer arbitrariedades se habría restringido por la ley y las instituciones. ¿Es eso un consuelo? Creo que no. Imagínate Bush con poderes dictatoriales, ¿qué destrucción hubiera provocado, si en una democracia bastante presidencialista hizo lo que hizo? Pienso que Keiko no sería Alberto, sobre todo el del 5 de abril, pero tendríamos de todos modos a una mafia ladrona, pendenciera y sin cultura al frente del poder. Por eso aunque sea “probable” o “muy probable” (no creo que tanto), que la mafia regrese al poder y complete un ciclo de nuestra historia, no estoy dispuesto a hacérselas fácil y creo que este sentimiento está en muchas personas.
"La política sin partidos; la economía sin política; la democracia en la que los que son elegidos con un programa gobiernan con otro, impuesto por los grupos de poder; etc., producen una desafección muy fuerte con el sistema. Se puede decir que la mayoría no cree en que las cosas podrán cambiar, unos temen al cambio y otros son escépticos, y votan sin información política. Así que aquí todavía “No Podemos”. Si el sector más avanzado que es la izquierda no cree en sí misma, qué podríamos esperar de los despolitizados".
- En España o en Grecia, en los países del primer mundo más golpeados por la crisis financiera, una de las consecuencias más importantes fue el empoderamiento del ciudadano de a pie, que lleva unos años intentando crear poder desde la autosubsistencia, desde sus propias organizaciones populares de base, barrios y plazas, al margen del Estado y las instituciones que les dieron la espalda. En Perú, se ha visto movimiento y actividad sobre todo en los pueblos amenazados por las multinacionales mineras y en Lima por distintas causas relacionadas con los derechos humanos y civiles. Pero la cosa está aún inmadura. ¿Cómo ves este proceso en ciernes?
- En el Perú de los 80 y comienzos de los 90, había una corriente de autosubsistencia y liberación de la influencia de los viejos partidos, que favoreció a un caudillo tramposo e inescrupuloso como Fujimori. Luego vino el “crecimiento”, la expansión de las clases medias, el “emprendurismo” (gánate la vida como puedas) y los programas sociales masivos, y cambió el mapa político social. La política sin partidos; la economía sin política; la democracia en la que los que son elegidos con un programa gobiernan con otro, impuesto por los grupos de poder; etc., producen una desafección muy fuerte con el sistema. Se puede decir que la mayoría no cree en que las cosas podrán cambiar, unos temen al cambio y otros son escépticos, y votan sin información política. Así que aquí todavía “No Podemos”. Si el sector más avanzado que es la izquierda no cree en sí misma, qué podríamos esperar de los despolitizados.
- ¿Pero ves progresos, reinvención, una nueva corriente en el horizonte?
- A nivel local, provincial y hasta regional han crecido movimiento de resistencia a los abusos de la gran minería, que llega de pronto –tras un arreglo con el gobierno en Lima–, y se apodera de inmensas zonas geográficas. Las experiencias en Conga, Tía María o Espinar, siguen un patrón común: las transnacionales ingresan con un poder económico y político desproporcionado en las modestas comunidades serranas o selváticas. Esto permite tremendas manipulaciones, que incluye desde corrupción de autoridades, periodistas y dirigentes, hasta división y suplantación de las organizaciones. Además, el Estado ha prestado su Policía y la Justicia ha actuado casi siempre del lado del poderoso. Por eso cuando han reventado, las protestas han sido duras y resistentes. Han muerto muchas personas pero no se han rendido ni se rendirán. El punto es que son movimientos aislados, con débil coordinación entre ellos, y muy lejanos de las luchas y de la comprensión de los sectores urbanos.
- Es distinto cuando no vives al lado de una mina...
No somos antimineros, sobre todo cuando los problemas ocurren lejos de nosotros y lo que vemos son sólo las ganancias del cobre, el oro, el zinc y otros minerales. Pero los que viven junto a los grandes tajos o a los pozos petroleros lo viven de manera muy distinta: Expropiación de las tierras y el agua, contaminación, represión, mentiras. Pero solo las élites más preparadas entienden la naturaleza del conflicto. Sospecho que ni el presidente, al que le dijeron que con los impuestos de la industria extractiva saldrían sus programas sociales populistas, llega a comprender lo que está pasando. Algún día los peruanos y peruanas nos sentiremos más ciudadanos de nuestro país y comprenderemos que el Estado de Derecho no es el nombre de un reglamento que Ollanta trata de cumplir, sino una concepción sobre las relaciones humanas basada en el reconocimiento de nuestros derechos y de los derechos de los demás. Y en la idea de que mientras tengamos más derechos, más libres seremos y mejor viviremos. Estamos aún lejos, pero lo lograremos.
Google: “Raúl Wiener-Cáncer”
- Cuando digo "camaradas", ¿en quiénes piensas?
- En la gente con la que participas en la lucha, con la que te sientes parte de algo mayor, a los que en principio les tenemos confianza. En alguna época en el partido todos éramos camaradas, y así nos saludábamos, aunque también usábamos la expresión “compañeros”, que es más coloquial y nos permitía relacionarnos con los trabajadores, los campesinos, los jóvenes.
- ¿Hay algún libro o autor al que vuelvas siempre y en el que encuentres respuestas aunque pasen los años?
- He tenido libros de cabecera como Historia de la Revolución Rusa de Trotsky, que es una historia muy bien contada, de sociología y política revolucionaria. Podría agarrar cualquier capítulo o cualquier página y comunicarme inmediatamente, con un estallido social formidable. Es casi lo que me ocurre con Cien Años de Soledad que tiene siempre algo para asombrarme. También me ha marcado mucho la lectura de El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, donde Marx, el filósofo, el político, asume el rol del periodista para describirnos de manera maravillosa un momento crucial de la historia universal, cuando el caudillo mediocre asume el poder queriendo imitar a los verdaderamente grandes.
- ¿Recuerdas haberte emocionado especialmente ante alguna plaza, ante una multitud, hablando a las masas?
- Estuve en el estrado de un mitin en la Plaza San Martín algunas semanas después de haber traído los cadáveres de nuestros colegas muertos en Uchuraccay, en el año 1983; era un homenaje organizado por la Municipalidad de Lima. Fui uno de los oradores y lo hice en tono emotivo dirigiéndome a los muertos como si les hablara. De más joven, cuando era líder estudiantil, daba discursos emplazando a mis compañeros a la acción. Cuando se formó la CITE (Confederación Intersectorial de Trabajadores Estatales), fui secretario general del sindicato del INP y dirigente de los estatales, y participé en congresos y asambleas. He polemizado con dirigentes senderistas en diversas universidades en plena guerra. Una vez el día de tu cumpleaños, el debate no tenía cómo acabar y yo quería llegar a verte. Últimamente me he limitado a escribir y a dar charlas a públicos más reducidos, que es lo que sé hacer mejor.
- ¿Cómo te relacionas día a día con la enfermedad, con el cáncer? ¿Le hablas de tú a tú?
- Al fin entendí, con la última crisis, que el cáncer es parte de mí. En Google pides mi nombre y una de las opciones es “Raúl Wiener - Cáncer”. Ya no es sólo un tema objetivo, de exámenes y tomografías, sino subjetivo. Nadie me habla sin preguntarme sobre mi enfermedad. Y cuando estoy solo, a veces pienso en lo que llevo dentro. Antes creí que era posible derrotarlo con un buen corte, como el del colon, el cáncer de 2005. Pero ahora las mejoras que logro tengo que cuidarlas y la batalla creo que no va a terminar, sino que tendré que seguir teniendo a raya al enemigo a lo largo del tiempo. Ojalá tenga el temple para no vivir para el cáncer, sino con el cáncer.
- Después de algunos ingresos al hospital bastante graves, ¿dirías que ya no le temes a la muerte?
- Al contrario, le temo más, en el sentido de que la siento más cercana. Pienso en las personas que luchan muchos años contra una enfermedad de las duras, y de pronto se les rinde el corazón. Pero es verdad que no vivo muriéndome sino apuntando hacia delante, hasta donde dure. He vivido varias veces la experiencia de la familia, los amigos, los que me quieren por alguna razón, ayudándome a salvar los momentos difíciles. Eso me hace pisar seguro.
- Hay quienes piensan en la posteridad y los que no. ¿De qué tipo eres? ¿Cuál te gustaría que fuera tu legado?
- Yo creo que ya casi di lo que podía dar. Si eso tiene un valor para otros y si algo sobrevive para el futuro, me sentiré muy bien, pero si no lo puedo lograr lo dejo ahí no más. No soy un héroe, ni un gran escritor. Espero que me recuerden como una buena persona a la que le gustaba analizar la política. He conocido gente muy valiosa como Jorge Villarán, Pepe Martínez, Víctor Hugo Valdivia, Manolo Castillo, José Ramos y otros, que dudo que sean recordados como se merecen. Y también a alguien realmente grande como Javier, al que apenas lo traemos a la memoria en algunas fechas. La vida nuestra es así, una gran lucha, una despedida difícil donde nadie quiere dejarte ir y un olvido piadoso que se vuelve silencio con las nuevas generaciones.