Imagina un libro hecho, literalmente, del sujeto del que habla, en este caso una especie específica de árbol: el libro tendría una portada y contraportada hechas de la madera del árbol en cuestión, el lomo sería un pedazo de corteza recortado, adornado —tal vez— con liquen, y grabado con el título; al abrir este libro-caja sería posible encontrar hojas, flores, frutos, semillas, trozos de raíz y, en algunos casos, descripciones escritas del árbol y las enfermedades que puede padecer.

Proveniente de la raíz griega xylos ‘madera’ y theque ‘depósito’, la palabra xiloteca designa a estas colecciones o muestrarios vegetales, que implican un viaje sensorial —no solamente imaginario— a parajes desconocidos y lejanos, por bosques y praderas de lugares remotos, un vistazo particular, irrepetible y, de alguna manera fragmentario, a la belleza de los árboles y las partes que lo componen.

Las xilotecas sugieren la posibilidad de crear una especie de acervo “ourobórico” de casi cualquier objeto, es decir muestrarios de objetos presentados a manera de libro, hechos del propio material al cual refieren, y organizados de acuerdo a la información que presentan en sus lomos –aludiendo al formato de una biblioteca– .

Existen muchas xilotecas bien conservadas alrededor del mundo, la más grande es la Samuel James Record Collection de la Universidad de Yale, que cuenta con más de sesenta mil ejemplares de distintas maderas. Y hoy estos santuarios que hacen converger la arquitectura de información con la diversidad arbórea, se exhiben como parte de gabinetes de curiosidades o como objetos antiguos y excéntricos, ecos de un pasado que intentó delinear y registrar todo lo que sabía el hombre. Su hermosura —una llena de diferentes texturas, colores y aromas— existe en un lugar entre el arte y la ciencia, entre la belleza del árbol y la información biológica de la especie vegetal.



[Vía: Faena Aleph]


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