“Fue un ejercicio de gramática”. Esta era la respuesta que Martín Adán daba cuando se le preguntaba por La casa de cartón. Un artilugio poético y verbal que marcaría los derroteros de la poesía y la narrativa de nuestro país. Fue publicada en 1928, cuando el autor todavía no había cumplido los veinte años. Su escritura venía de más atrás, de la ebullición desencantada, pícara y adolescente.
El libro, que navega entre la prosa poética y la novela, fue publicado gracias al empeño de José Carlos Mariátegui —director de la Revista Amauta por ese entonces—, quien descubrió para la literatura al escritor que habitaba en Rafael de la Fuente Benavides (el verdadero nombre del vate).
Desde entonces, esta pequeña obra ha tenido varias reediciones (casi todas ellas incluyen el prólogo de Luis Alberto Sánchez y el colofón del 'Amauta' Mariátegui). Su difusión ha permitido, a lo largo de los años, el desarrollo de muchas reflexiones en torno a un texto que se aleja del realismo 'canónico' de la literatura peruana.
La primera reedición data de 1958, gracias a la editorial Nuevos Rumbos. A partir de ahí, el libro empezaría un largo recorrido por las imprentas y Martín Adán, sin buscarlo, iría camino para convertirse en un clásico nacional. Entre las ediciones que más destacan está la hecha por Nuevo Mundo (1961), con un ante-prólogo del crítico literario Estuardo Nuñez, amigo y compañero de carpeta del poeta en el Colegio Alemán. Luego, en 1986, La casa de cartón vio nuevamente la luz, esta vez bajo el auspticio de la Casa de las Américas de Cuba (con un texto introductorio de Mirko Lauer).
Multiplicado el interés por su obra, las traducciones no se hicieron esperar. En 1987 apareció la edición italiana de la ópera prima del escritor limeño gracias a Liviana Editrice. Tres años antes La casa de cartón había sido traducida al francés.
Quizás la editorial que más interés mostró por esta novela corta es Peisa. El sello peruano la editó, por primera vez, el mismo año que se publicó la edición italiana. Y este año ha llegado a la octava edición. Siempre con la introducción de Luis Fernando Vidal y las notas de Elsa Villanueva de Puccineli. Estas últimas son valiosas herramientas para poner en contexto una obra que revela una apropiación literaria de la modernidad.
Ese extraño artilugio verbal
Aunque para su autor se haya tratado de una simple tarea escolar de gramática, para los lectores y estudiosos de la literatura peruana, La casa de cartón ha generado varias reflexiones sobre la importancia que tienen sus páginas para nuestro canon narrativo.
Como bien apunta Vidal en el texto introductorio de la edición de Peisa, en la novela corta de Adán el protagonista principal es la palabra, al igual que en Trilce: “Y como ese texto de Vallejo, el lenguaje asume un gran carácter vanguardista y se yergue como el eje del proyecto que sustenta que sustenta el relato”.
¿Cúal relato? El narrado por el protagonista. Quienes consideran el libro de Adán como un largo poema en prosa escribirían la voz poética. En cualquiera de los dos casos, el lector se encuentra con la crónica de un distrito limeño tradicional, Barranco, que por esa época empezaba a despojarse de su vestimenta aldeana para dejar traslucir en sus calles los primeros atisbos de una incipiente modernidad:
"Y la ciudad es una oleografía que contemplamos sumergida en agua: las ondas se llevan las cosas y alteran la disposición de los planos.[...] Beatas que huelen a yerba mala, a oscuridad, a letanía, a flores de muerto... Mantos lacios, zapatillas metálicas... El rosario va en el seno y no suena. [...] Ay, el viento, qué alegría en este mar de la seriedad.¡Se inflan todas las 'Crónicas' y 'Comercios'!, tanto que uno teme una retromarcha del carro, casi un vuelo sesgado sobre los rieles y postes" (Pag. 26).
Como ya se ha mencionado antes no existe una línea argumental clásica o cerrada. En los 39 fragmentos -Vidal los llama capitulillos- la voz que conduce el relato expone un mirada refrescante pero a la vez decadente de un época que trasluce el constante cambio de un espacio semiurbano, donde las carretas se combinan con la ‘nueva tecnología’, como el cine y el automóvil, que por ese entonces aún no perdían su condición de novedad.
Y ya que mencionamos el séptimo arte, no encontramos mejor comparación para explicar la progresión narrativa y poética de Adán. La casa de cartón puede leerse como un cúmulo de escenas. He ahí una notable característica: la fluidez que permite al lector configurar con su imaginación -a la manera de un director de cine- el recorrido del poeta. Y es en ese itinerario, en medio de las calles barranquinas, que conocemos al alter-ego del autor: un muchacho culto y cosmopolita:
"Nosotros leíamos a los españoles, a nadie más que a los españoles. Solo Raúl hojeaba libros franceses, ingleses, italianos en traducciones de un tal Pérez, o de un tal González de Mesa, o del un tal Zapata y Zapater. Así, nosotros teníamos, a pesar de Belda y Azorín, una imagen pintoresca de la literatura universal. Así, nosotros supimos la vida --eterna como la de Dios Padre-- de ese pobre Stephen Dedalus [protagonista de El retrato de un artista adolescente de James Joyce] --'un cuatro ojos muy interesante y que mojaba la cama'--.Así, supimos la trastada que seis personajes jugaron a un buen director de teatro [se refiere a Seis personajes en busca de un autor de Luigi Pirandello], de cómo le tentaron a escribir y de cómo acabaron no existiendo" (Pág. 50).
Pero, al mismo tiempo conocemos su lado más vulnerable, en especial cuando se refiere a Ramón (un personaje que para muchos críticos está inspirado en su propia figura y en la de su hermano menor). Un personaje admirado por el protagonista y de cuya muerte nos enteramos luego de la lectura de los Poemas Underwood (la soberbia síntesis del espíritu vanguardista del libro).
"Murió Ramón cuando ya no le quedaba sino el rastrero y agobiado placer de mirar por debajo de los asientos en los lugares públicos --cine, tranvía, etcétera-- Un día, hondo y vacío, donde rueda uno de hora en hora inconsciente, comatoso como en un barranco de piedra en piedra, de roca en roca. La copa sucia del cielo se llenaba lentamente de azúcar, agua helada y zumo de limón" (Pág. 59).
Pero también existe un lado tierno en esta novela poética: aquel que refiere a los amores del protagonista. En efecto, La casa de cartón nos permite conocer la educación sentimental del protagonista. Sus revelaciones amorosas, cargadas de humor e ironía, son una manera lúcida de abordar las desavenencias que ocasiona el despertar erótico y sexual. Resulta curioso, además, que provenga de la cabeza de un autor que fue criado en un hogar profundamente católico y conservador:
"Mi quinto amor fue una muchacha sucia con quien pequé casi en la noche, casi en el mar. El recuerdo de ella huele como ella olía, a sombra de cinema, a perro mojado, a ropa interior, a repostería, a pan caliente, olores superpuestos, y en sí mismos, individualmente, casi desagradables, como las capas de las toratas, jenjibre, merengue, etcétera. La suma de olores hacía ella una verdadera tentación de seminarista. Sucia, sucia, sucia... Mi primer pecado mortal" (Pág. 34).
Como vemos, estamos ante una monumental obra tal como lo avizoraron, más de 80 años atrás, Luis Alberto Sánchez y José Carlos Mariátegui. El primero resaltó su impronta vanguardista, y a la vez su lejanía del debate político: “Alguien ha dicho que el mundo gira hacia la izquierda, Y Martín se desliza hacia la izquierda. No hay remedio. Pero eso sí, él entiende la izquierda literaria, totalmente apolítica. Totalmente artística, totalmente literaria. (Pág. 20)”. El Amauta, por su parte, apunta la veracidad que se oculta tras la imaginación del poeta: “En La casa de cartón hay un esquema de biografía de Barranco, o mejor, de sus veraneantes. Si la biografía resulta humorística la culpa no es de Martín Adán, sino de Barranco. [..] Su obra es clásica, racional, equilibrada, aunque no lo parezca. Se lo siente clásico, hasta en la medida en que es antiromántico. (Pag .87)”. Hoy, podemos decir, con seguridad, que ambos intelectuales no se equivocaron.
[Imagen de portada: Barranco pintado por Rodrigo Nuñez Carvallo]