Ahora que está en su apogeo la segunda película 'para mujeres' del año (después de 50 Shades of Grey), La Cenicienta (que, a este paso, superará en la taquilla a 50 Shades... sin mucho esfuerzo), parece importante replantearse el problema de los cuentos de hadas y sus premisas sobre la mujer.

Justamente eso ha hecho, en Flavorpill, Judy Berman con un artículo llamado Dejen de rehacer, relanzar y mezclar los cuentos de hadas - solo mátenlos. Aunque la aproximación de Berman al tema es un poco extrema -yo creo que es posible la convivencia con los cuentos de hadas de Disney si nos tomamos el trabajo de identificar y explicitar sus mensajes de fondo-, la comparación de la que parte es interesante: 

"Casi todas las personas interesadas en cómo son retratadas las mujeres en el cine se pasaron las primeras semanas de febrero discutiendo si estaba permitido o no disfrutar de la historia del romance sadomasoquista de una veinteañera con un ávatar humano del capitalismo. Ha habido mucho menos debate sobre una película similar estrenada este mes: la historia de una jovencita que es herida y humillada y forzada a la esclavitud antes de usar su belleza y bondad para conseguir a un hombre que elevará considerablemente su rango social."

La nueva adaptación de La Cenicienta -después de la versión en dibujos animados, que es de 1950- es fiel al original hasta el absurdo: incluso aparece Gus Gus, el ratoncito gordo. Las premisas que le dan vida también son las mismas, aunque quizá en 1950 sí parecía adecuado enseñárselas a niñas y adultas por igual.

y quizá en esa época
este corset era adecuado (?)

[Lily James dice, como si fuese natural, que mientras usaba el corset no podía digerir comida y tenía que restringir su dieta a líquidos. Las ventas de corsets subieron en más de un 50% después del estreno de La Cenicienta.]


La idea es simple (es la premisa que Disney ha estado tratando de cambiar, en realidad, con princesas como la de Brave y las de Frozen): la sumisión y la belleza -el bello sufrimiento- son suficiente precio para ser digna del amor y la riqueza de un hombre. 

No solo eso, sino que ese hombre -los hombres, en general- es una especie de agujero negro en el que cada mujer proyecta a su propio hombre ideal, al que no necesita pedir ser salvada.

No solo eso, sino que las otras mujeres, con las que una tiene que luchar para conseguir al hombre ideal (y rico), son feas por fuera y por dentro, son estúpidas y mezquinas -y tienen mal gusto para la ropa-.

Por si fuera poco, los hombres en la vida de una son, en la práctica, dos: el padre y el 'felices por siempre', y ambos son igual de vacíos, buenos y fáciles de engañar.

[Está claro, ¿no?: "No importa cuánto estás sufriendo, si sigues creyendo, tus sueños se harán realidad".]

Así, el padre de Cenicienta, un hombre elegante, bondadoso y viudo de una mujer-ángel, se deja engañar con sospechosa facilidad por la madrastra (quizá Cate Blanchett como la madrastra sea la única verdadera iniciativa de esta película), dejando a la pobre -tan angelical como su madre- Cenicienta en manos de una malvada-porque-sí, astuta y mezquina mujer: lo que llamaríamos, con todas sus letras, una perra.

Cenicienta, obviamente, es tan buena que inmediatamente empieza a hacer las tareas domésticas -para las que además es talentosa-, se somete sin chistar a las órdenes y espera sufriendo la llegada del príncipe azul.

Cuando este llega, y tras un poco de conflicto protagonizado por unos tacos de vidrio que todo el mundo agarra como si fuesen consoladores para pies, no solo Cenicienta se vuelve libre -es liberada- sino que hace quedar en ridículo a las hermanastras feas -claro, sin ella mover un dedo- y consigue lo que, aparentemente, era lo único que necesitaba todo este tiempo: un nuevo hombre que la proteja de los males de este mundo de hombres.

Linda Holmes, en un artículo sobre las distintas versiones de Cenicienta, da cuenta de la esencia que recorre todas las versiones posibles de esta historia: 

"Lo que está en el fondo de esta historia es que, si un hombre te sentencia a vivir entre perras, solo otro hombre puede salvarte."


[Foto de portada: Dina Goldstein, de la serie Fallen Princesses.]


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