Asombro de los mundos pequeños
Acerca de “El primer asombro” (Paracaídas editores, Animal de Invierno 2014), de Denisse Vega Farfán
Estimada amiga
Estas líneas no son un verdadero estudio ni un comentario como el que merece El primer asombro. Considérelas el boceto de una carta que no quiero demorar más porque muchos de sus poemas me están interrogando, exigiéndome esas respuestas que parecían ausentes. Soy demasiado sensible a esos libros que, aunque sea intermitentemente, nos obligan a responder aquello que tanto negamos o aplazamos, que repentinamente llega con el filo de una página.
Desde hace varios días he venido calibrando la virtud de este verso suyo: “y nuevamente pura la confusión de los ojos” (15). Y es que siempre hace falta la confusión, no entendida como desvío sino como potencia. Acaso debemos al mismo Rimbaud la forma en que se ha falseado el tema de la distorsión de los sentidos. La confusión es, ante todo, un des-organismo. Demasiados corporales aún, hemos desatendido que la confusión comienza por adentro y es una impronta, no una técnica a imitarse, por lo cual, como bien usted dice, “roer no es necesario” (29). Solo así podrá comprenderse el viaje como acontecimiento interno, y esa es una línea que me ha deslumbrado de su poemario: la manera en que traza ese viaje interior, ese que llega como asalto o epifanía.
Cortázar se negaba a viajar a Cuba por motivos turísticos, Xavier Abril se burlaba de los viajeros turistas. Para ambos se trataba de travesías demasiado superficiales, pasteurizadas o motivadas por el rastacuero placer instantáneo. Menciono esto porque El primer asombro (sobre todo la primera parte) invita a una travesía tierra adentro, descubriendo un tono propio de la intimidad y los encuentros a solas, lenguaje de lo que aún no tiene nombre, propio de los mundos pequeños en que oímos confesiones como estas: “Si alguna vez me llamaron Lidia / fue solamente un nombre/ y un nombre tiene el peso del espacio / que separa el suelo de los pies del ahorcado” (76).
Para mí los movimientos de sus poemas son más arriesgados e intensos en esos mundos pequeños. Es allí donde hace nacer la belleza: está en la máquina de coser, en el “traje de los cinco años [que] languidece / como el plumaje de un inocente gallinazo”, en “el cepillo de mi abuelo deslizándose / sobre la tosca madera recién cortada” (13). Descubrimientos de lo cotidiano en repliegues mínimos. Y es que el asombro es más nutricio en lo menor, entre fuerzas que van germinando, aún en formación, fecundas porque aún no están definidas, como una promesa o un paseo al rosicler –pienso en ese animal que va descubriendo, dilatando sus formas en “Poema de luna” –.
Pero cuando la creía en esos mundos pequeños, prefiere usted una realidad donde las palabras son solo escritura, acumulaciones, palabras que saben a certezas, que comienzan y acaban, que ya no tienen el gozo del susurro o el infinito. Mientras la seguía y encontraba en lo cotidiano que se transfigura, la siento lejana en sus datos geográficos, en su cosmopolitismo, en su adjetivización plástica: p.e. “Entre mares de jade y cobalto” (53), “tu piel era el ambarino reflejo de los arces” (63), “rojos amarillos añiles que sulfuran” (66), pienso además en el poema “Vincent” y en las referencias a Li Po.
Un punto de encuentro de estos contrastes se logra, sin embargo, en los poemas dedicados a Georg Trakl (a quien siento su psicopompo más cercano). No solo percibe la imaginería del color trakliano (más bien difuso, onírico) sino que también aprehende esas dimensiones que hicieron del poeta austríaco un nuevo halo: esa melancolía que es pequeña, que atraviesa y se enreda entre los paisajes más silvestres, agonía que nunca se desgrana por completo y se tensa cuando hay mayores silencios, en esos abend tan inasibles e indefinidos. Dígame, ¿guía al asombro de sus mundos pequeños aquellas primeras estrofas de Kaspar Hauser Lied?
Pienso finalmente en el título: no solo atisba lo primigenio, sino que evoca una duración y una energía, ¿cuánto dura un asombro?, ¿está en la percepción o en el espíritu?, ¿qué encuentros me depara? Todas esas virtudes palpitan en su palabra cuando se detiene en lo sencillo, pero poemas como “Una visita alejandrina (Kavafis)”, “Compré una pipa para mi amigo peruano…” se distancian de esa sencillez, esa “encendida sobriedad” (72). Dispénseme usted si reincido en este punto, pero realmente considero que esa atmósfera cosmopolita frena sus búsquedas.
No por ello el libro deja de contagiar el asombro como un golpe seco, esto es, como una evento simple y por eso mismo más complejo, solamente como una “línea que sobrevuela la muerte / y respira en el poema” (11). Y es ese asombro el que me llama, en el que me encuentro, cuando toca lo imperceptible dentro de lo cotidiano, en los mundos pequeños, cuando lo invita a uno a buscar las líneas más ocultas, las líneas exiliadas entre tanta razón y cuerpo.
Con afecto
Juan Vesania
Escrito por
Escritor y corresponsal de literaturas indígenas en Latin American Literature Today
Publicado en
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