1.

La Segunda Guerra Mundial (SGM) es uno de los temas más polémicos de la historia contemporánea. Es sabido que con su definición se estableció un nuevo orden entre las grandes potencias del planeta. Asimismo, su cercanía temporal (pues no ha transcurrido ni un siglo), hace muy perceptible aún sus diversas consecuencias, ya sean sociales, económicas, políticas o culturales.

Además, hizo evidente los límites entre los cuales se hallaba ubicado el ser humano hasta entonces y que luego dejaría atrás, ya que propició el desarrollo de nuevas tecnologías (en la industria armamentística y en las telecomunicaciones, sobre todo), pero también hizo evidente (por su conversión en un genuino espectáculo mediático) la degradación moral que podían alcanzar ambas facciones.

El bando vencedor, conformado por los aliados (Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Soviética), se encargó de generar un discurso en torno a este suceso con el cual procuró explicar —así como justificar— las acciones seguidas durante la guerra. 

De acuerdo a dicho discurso, las grandes causantes de esta catástrofe, que terminó comprometiendo a casi todas las naciones del mundo, fueron la sed de venganza (tras su derrota en la Primera Guerra Mundial) y la ambición desmedida (que crecía y necesitaba expandirse) de la Alemania Nazi.


2.

A lo largo de los años, el dominio de los Estados Unidos, que, por cierto, era resultado directo de su triunfo en la SGM, se consolidó, antes que con nuevas maniobras militares, a través de Hollywood. En el esquema básico creado —y repetido una y otra vez— por Hollywood sobre la SGM hay una porción de la historia que se ha optado por omitir la mayoría de veces: la muerte de civiles alemanes, esos que no era judíos, que no eran gitanos, y que muchos de ellos —hay que decirlo— estuvieron por un tiempo obnubilados por la figura de Adolfo Hitler. 

Por supuesto, es un inconveniente retrato de la guerra, pues diluye la representación generalizada de los alemanes como seguidores del nazismo, crueles e indolentes. 

Es cierto que el personaje de Oskar Schindler, en La lista de Schindler (1993), de Steven Spielberg, rompe la norma en cierto sentido, pues muestra a un alemán con rasgos de calidez humana, aunque los tiene para salvar a ciudadanos judíos. 

Y bastante cerca se halla el rol de Hanna en El Lector (2008), de Stephen Daldry, que de ser la encantadora mujer amada por un adolescente, quien le lee clásicos de la literatura alemana antes de acostarse juntos, se transforma años después en un monstruo, pues en un juicio se descubre su pasado nazi. 

No obstante, de guiarnos tan solo por la versión de la SGM preparada por Hollywood, no seríamos capaces de responder en qué momento pudieron ser los civiles alemanes las grandes víctimas. Mas hay que tener en cuenta que solo Berlín, la capital de la Alemania nazi, tuvo que soportar más de 300 incursiones aéreas, tanto de unidades inglesas como estadounidenses, entre 1940 y 1945. Y en los siguientes videos puede verse el daño que producían aquellos ataques: 




3.

El escritor alemán W. G. Sebald, en su contundente e intenso ensayo Sobre la historia natural de la destrucción (que puede ser leído aquí), demuestra que la literatura postguerra de su país —sin importar el autor o el género— se caracterizó por no saber cómo expresar la tragedia de los civiles. El lenguaje coherente, el discurso articulado, resultaban inútiles para describir el grado de destrucción de ciudades como Dresde, Frankfurt o Hamburgo. Hablar de las víctimas —o bultos negros dispersos en las calles o caravanas de miserables sin refugio— resultaba, por lo tanto, imposible.

Uno de los casos más paradigmáticos es el referente al bombardeo de Hamburgo en el verano de 1943. Sebald —más de medio siglo después, y con base en documentación histórica, así como las grabaciones de radio conservadas por la BBC— narra aquella tragedia así: 

El fuego, que ahora se alzaba dos mil metros hacia el cielo, atrajo con tanta violencia el oxígeno que las corrientes de aire alcanzaron una fuerza de huracán y retumbaron como poderosos órganos en los que se hubieran accionado todos los registros a la vez. Ese fuego duró tres horas. En su punto culminante, la tormenta se llevó frontones y tejados, hizo girar vigas y vallas publicitarias por el aire, arrancó árboles de cuajo y arrastró a personas convertidas en antorchas vivientes. Tras las fachadas que se derrumbaban, las llamas se levantaban a la altura de las casas, recorrían las calles como una inundación, a una velocidad de más de 150 kilómetros por hora, y daban vueltas como apisonadoras de fuego, con extraños ritmos, en los lugares abiertos. En algunos canales el agua ardía. En los vagones del tranvía se fundieron los cristales de las ventanas, y las existencias de azúcar hirvieron en los sótanos de las panaderías. Los que huían de sus refugios subterráneos se hundían con grotescas contorsiones en el asfalto fundido, del que brotaban gruesas burbujas. Nadie sabe realmente cuántos perdieron la vida aquella noche ni cuántos se volvieron locos antes de que la muerte los alcanzara. Cuando despuntó el día, la luz de verano no pudo atravesar la oscuridad plomiza que reinaba sobre la ciudad.

Más allá del trauma experimentado, muchas veces en carne propia, la hipótesis defendida por Sebald de por qué sus compatriotas no encontraron el medio para comunicar los horrores experimentados en aquellos años, o de por qué las pocas producciones que lo intentaron quedaron excluidas de la memoria cultural, es que la sociedad alemana prefirió extender un "cordon sanitaire" en torno a las zonas de muerte. Y es que, inclusive hasta el momento en que Sebald publica ese ensayo (1999), se consideraba que "Toda dedicación a las verdaderas escenas de horror del hundimiento" como algo "ilegítimo, casi voyeurista".

Desde la perspectiva de Sebald, Alemania no quiso hurgar en lo más terrible de la guerra, y decidió, más bien, por continuar adelante, por reconstruirse material y espiritualmente. Pero no como un simple deseo de ignorar o de negar lo ocurrido, pues se tuvo conciencia del papel jugado en el conflicto: "La mayoría de los alemanes sabe hoy, cabe esperar al menos, que provocamos claramente la destrucción de las ciudades en las que en otro tiempo vivíamos".


4.

Las siguientes escenas forman parte de la película alemana Dresden (2006), de Roland Suso Richter, cuyo argumento está ambientado en febrero de 1945, mientras los aliados bombardean aquella ciudad. 

Si bien el eje de Dresden gira en torno a la relación amorosa entre una enfermera alemana y un piloto inglés herido que se esconde de los nazis, no se deja de retratar el caos provocado en la ciudad por los bombardeos

Esta película (que puede verse subtitulada aquí) viene a ser sin duda una respuesta ante la nula representación del sufrimiento de los civiles alemanes. Y es, a su vez, la señal de que algo comenzó a cambiar en la sociedad alemana (si se la compara con la versión analizada por Sebald), algo que le permitió confrontar su pasado.  

No debe extrañar que en los primeros años del nuevo siglo la producción cultural alemana haya legado otras obras donde el periodo del nazismo es visto sin temor. Aquí habría que mencionar, por ejemplo, los casos de la película Der Untergang (2004) y el musical The producers. Frühling für Hitler (2009).

En la primera, que fue traducida como La Caída (aquí puede verse subtitulada), se narra los últimos días de Hitler, vencido y encerrado en su búnker. Mientras que en la segunda, encontraremos a un Hitler distinto: gay y cantarín. 

Lástima que Sebald no tuviera oportunidad de ver estos casos, pues fallecería en un accidente automovilístico en 2001.


5.

La representación (o no) de los civiles alemanes en la cultura contemporánea suscita algunas reflexiones sobre los alcances y las limitaciones de la memoria colectiva. Ellos son el lado frágil de Alemania, de allí que en el universo de ficciones surgidas desde Hollywood aparezcan condicionados a algunos factores, los cuales ayudarían a librarlos del espectro nazi. Si no cumplen con aquellas condiciones, permanecerán dentro del régimen típico.

De modo que mientras se imponga una determinada visión del mundo, el esquema no variará. ¿Cuál fue esa visión? Fue una en la que toda Alemania estaba condenada por el nazismo. Pero en cuanto se reacciona y se acepta ese periodo, no solo es posible hallar una nueva propuesta, sino, inclusive, de mirar dicho periodo sin miedo. 

De acuerdo a la revisión seguida líneas arriba, es posible reconocer una directriz: analizar el pasado, pero no siguiendo los patrones de siempre, sino uno inverso (como Sebald, que deja de lado a los militares nazis y se centra en las víctimas civiles); para que con ese gesto se invierta los valores establecidos en el presente (como Hitler, que hoy es una figura, es cierto, aún con adherentes, pero también susceptible de ser parodiada) y, así, se logre una nueva comunión para el futuro. 


(foto de portada: www.movingimagearchivenews.org)