¿Por qué es importante conocer la vida de un escritor? Mientras pasaba las páginas de Un hombre flaco. Retrato de Julio Ramón Ribeyro (Ediciones Universidad Diego Portales, 2014), escrito por Daniel Titinger, intentaba responder esta pregunta. Para muchos, indagar sobre la vida de un autor significa caer en el chisme o en los simples trascendidos. Pero quienes hemos sido seducidos por la lectura desde temprana edad, sabemos que los pequeños actos cotidianos de un escritor esconden las semillas de sus creaciones. Julio Ramón Ribeyro no fue la excepción. 

La mayoría de los peruanos leímos al escritor limeño en el colegio. Sus ficciones configuran, quizás, uno de nuestros primeros encuentros con la narrativa peruana. Sus personajes, casi siempre al borde del fracaso y cubiertos de soledad, reflejan, a su manera, una versión de la peruanidad. (aunque eso, a algunos representantes del 'discurso emprendedor', les moleste)

A pesar de la trascendencia de su trabajo literario, Ribeyro no estaba interesado en la fama (o en la práctica del marketing literario) y esta característica es un punto de apoyo importante para el desarrollo del perfil que ha producido Titinger.

El periodista, como un artesano, va dando forma a la figura del flaco Julio Ramón a partir de lo dicho por numerosos entrevistados (desde su viuda Alina Cordero hasta Mario Vargas Llosa). Todos tienen una opinión sobre el autor de Los gallinazos sin plumas (y en algunos casos, divertidas anécdotas). Aunque, Ribeyro, desde su timidez, también tenía mucho que decir. 

portada del libro/ foto:ediciones universidad diego portales.


1

"Lo internaron en el Hospital de Saint-Louis, y Julio Ramón Ribeyro, que no estaba enterado de su estado grave, se preocupaba porque no iba a poder escribir durante un tiempo. Se despidió de su hijo de seis años y partió de buen humor a lo qué llamó 'el matadero'" (Pág, 73).

Tal como sus personajes, el escritor peruano estaba envuelto en una aura gris, pero eso no le quitaba el buen humor. Titinger resalta la idea de que el narrador era consciente de su condición física y médica. Las enfermedades y operaciones fueron una constante en su vida. Así, no resulta extraño que el libro empiece con los minutos finales de su vida, acompañado de su esposa en el Hospital Neoplásticas de Lima.  

Entonces, desde final, se inicia una remembranza que, de alguna forma, es una crónica de la literatura peruana sin caer en la complacencia o la sobonería. He ahí el gran acierto del libro. Los escritores que hablan del narrador lo hacen con frescura, elaborando una imagen cercana, como si Ribeyro fuera ese miembro extraño de nuestra familia, protagonista de disparatados eventos, como cuando conoció al escritor Alfredo Bryce Echenique (Titinger sabe captar el espíritu del autor de Tantas veces Pedro): 

"Pero yo ya vivía en París, en un lindo penthouse de dos habitaciones, y un día estaba ahí cuando de repente suena el timbre y era Julio Ramón Ribeyro, a quien yo nunca había visto en mi vida, con el más ribeyrano de los pretextos. Su mujer iba a dar a luz y venía pedirme una cámara para fotografiar al bebé. Es tal cual te lo estoy contando, eh" ( Pág. 89).

En una hábil jugada, el cronista no desmiente o asegura la veracidad del hecho, lo configura como una hecho bryceano (con su “usual exageración”). Entonces, el lector se pregunta: ¿no sucede lo mismo con nosotros?. Cuando recordamos a un amigo, ¿no tendemos a caracterizarlo según nuestras propias particularidades? En ese sentido, nuestra vida se configura por la memoria de los otros, de aquellos que nos quieren, odian u observan a la distancia. 

En el caso de Un hombre flaco, el recorrido biográfico también incluye el testimonio de personas fuera del 'foco mediático' como la viuda de su hermano Juan Antonio, Lucy Ipenza, quien revela que su esposo le proporcionaba historias a su entrañable cuñado. Muchas de ellas basadas en sus propias experiencias (Pág. 82). También nos enteramos de la notable admiración del Luis Fuentes, ex oficial FAP, que reunió todo lo que escribió Ribeyro o se escribió de él en diarios y revistas para publicarlo luego en un libro: El archivo personal de Julio Ramón Ribeyro (Pág. 97-98). 

grandes amigos: julio ramón Ribeyro y alfredo bryce echenique /Foto: Baldomero pestana


2

Todo aquel que quiera convertirse en escritor, según lo entendidos, debe ser un buen observador. Y el creador de Dichos de Luder lo era. Son muchas las observaciones que regaló Ribeyro, varias de ellas están expuestas en sus Prosas Apátridas y en La tentación del fracaso, su diario personal, como Titinger lo recuerda en muchas partes del libro. Unas de ellas refiere a los cambios que sufren los escritores cuando alcanzan la fama. Ribeyro, refiriéndose a un escritor peruano, expone sin remordimientos o celos su hipótesis (una anotación de 1971 de su diario): “Noté, esta vez además, una tendencia a imponer su voz y a interrumpir fácilmente el desarrollo de una conversación que podía ir lejos […]. Tengo la impresión de que cuando uno alcanza cierta fama se vive más para los artículos, las relaciones mediatas de la nota, la correspondencia, […] que para la relación directa de persona a persona” (Pág. 117).  

El tiempo le haría saborear esa fama en el ocaso de su vida. Uno de sus momentos más gloriosos ocurrió en 1992 cuando presentó el cuarto volumen de La palabra del mudo en el salón de actos de la Municipalidad de Miraflores. Fue tanta la multitud que se tuvieron que cerrar las puertas del recinto. Ribeyro, cual estrella de rock, salió al balcón a saludar a sus seguidores. Su mirada se posó en los cientos de ojos que lo aclamaban: “Julio Ramón es del pueblo, no de la burguesía”. Esta arenga era el homenaje de los lectores al escritor que, décadas atrás, había desempeñado diversos oficios para sobrevivir en Europa. El hombre de perfil bajo, sin ambiciones, pero que, de una peculiar manera, obtuvo una forma invalorable del éxito: el amor de sus lectores.

[Foto de portada: Jorge Deustua] 

Puedes leer un fragmento del libro aquí

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