¿De qué trata?

–  Alan Turing (1912–1954), un matemático británico, es contratado durante la Segunta Guerra Mundial por el gobierno inglés para resolver el Código Enigma, utilizado por los alemanes para comunicarse por radio.

–  Trabajando en la solución del problema, Turing (Benedict Cumberbatch) encuentra una serie de dificultades debido a su poca habilidad para las relaciones sociales. Hoy en día probablemente se le diagnosticaría el síndrome de Asperger o algún otro lugar dentro del espectro autista.

–  Poco a poco, Turing consigue trabajar con su equipo, creando la primera computadora de la historia, que él llama un ‘cerebro eléctrico’.


El juego de la imitación

La traducción castellana del título es El código Enigma, porque el motor de la trama es la solución del código con el que los alemanes se comunicaban durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el espectro de esta película con ocho nominaciones al Oscar se corresponde mejor con el título original: El juego de la imitación (The Imitation Game).

El juego de la imitación es otra forma de llamar al test de Turing, que Alan Turing inventó como medida para discernir entre la inteligencia humana y la artificial. Aunque la explicación científica se ve, en la película, menoscabada por el drama personal, se llega a esbozar la idea de un método para identificar una inteligencia no humana.

Este método, el test de Turing, consiste en hacer una serie de preguntas que lleven a respuestas típicamente humanas. 


Como ejemplo, la primera escena de la adaptación cinematográfica de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Phillip K. Dick, Blade Runner consiste en la aplicación de un test tipo Turing: un agente le hace una serie de preguntas a quien parece ser un señor bastante normal, que reacciona violentamente al frustrarse su intento por imitar la respuesta humana.


Las aplicaciones del test

En The Imitation Game, sin embargo, las computadoras todavía no existen (Turing se encarga de inventarlas), así que el juego se hace en otros niveles: por un lado, Turing presenta una serie de síntomas que hoy en día (en ese momento no se había investigado al respecto) se consideran dentro del espectro autista –comportamiento obsesivo, incapacidad para entender metáforas y bromas, falta de empatía por los demás–. El autismo se diagnostica a través de una serie de preguntas por cuyas respuestas el médico puede identificar el síndrome. Por otro, Turing era homosexual, y tenía que ocultar su orientación porque la homosexualidad estaba prohibida en Inglaterra.

Dos razones, entonces, por las que Turing podría haber sido considerado en su época como ‘monstruoso’ o ‘inhumano’. Este planteamiento, también, permite ver bajo una nueva luz el hecho de que Turing inventase la primera ‘máquina universal’: una máquina que podría ser capaz de una inteligencia similar a la humana, e incluso de superar a esta última, pero que probablemente nunca fuese capaz de imitarla.

Turing trabajando después de la guerra

Esta es también la premisa por la que Turing juzga necesario crear una computadora para descifrar Enigma, un aparato que configura todos los días un nuevo código: “el hombre no puede vencer a la máquina”, afirma. 

Sin embargo, como en muchas películas sobre científicos o intelectuales, el lado más matemático, el invento propiamente dicho y la aplicación de las ideas de Turing a la máquina no se explican en la película. Quizá es solo por mi vocación académica, pero a mí sí me interesa aprender cosas en el cine, y siento que el drama personal debería ser secundario en una película que retrata a un hombre conocido por sus postulados científicos.

La amistad

Benedict Cumberbatch demuestra, una vez más, su innegable don para retratar a genios. Primero fue Stephen Hawking (2004). Después, Sherlock Holmes (2010–presente). Luego, el villano Khan Noonien Singh (de Viaje a las estrellas, 2013). Ahora, interpretando al atormentado Alan Turing, ha encontrado la medida perfecta para demostrar las dificultades sociales del matemático sin convertirlo en un hombre-máquina tipo Sheldon Cooper (La teoría del Big Bang).

La aproximación del director Morten Tyldum y el guionista Graham Moore a las relaciones sociales de Turing es astuta, haciendo que el bullying que recibe el pobre Turing no resulte puramente trágico al darle algunas vías de escape. Así, en cada una de las dos épocas retratadas en The Imitation Game Turing cuenta con una persona que lo ayuda a canalizar su inteligencia hacia fuera. 

Turing (Cumberbatch) y Clarke (Knightley)

Durante su infancia, este papel lo juega Christopher, un muchacho al que conoce –y del que se enamora– en el colegio, y que lo introduce al arte de la criptografía. Gracias a su por lo demás poco grata ineptitud para las metáforas y convenciones sociales, Turing considera que todo lenguaje es criptográfico –“¿en qué sentido es esto [la criptografía] distinto al lenguaje?”, le pregunta a Christopher. “Cuando la gente habla, nunca dice lo que quiere decir. Dice otra cosa y se supone que uno sepa lo que quiere decir.”–.

Qué magistral manera de explicar no solo cómo se siente Turing cuando se enfrenta al mundo sino también la facilidad con que comprende –y la diligencia con que asume, en la vida privada y en el trabajo– la tarea criptográfica.

Después, durante su trabajo en el gobierno británico, Turing contrata, contra toda convención social –sospecho que era gracias al Asperger que Turing no creía en, o no entendía, las convenciones respecto al género y la clase– a una mujer llamada Joan Clarke (Keira Knightley), que se hace amiga suya y le ayuda a llevarse mejor con el equipo que está bajo su mando pero sencillamente no entiende en qué está trabajando Turing. (Esta habría sido una excelente oportunidad para dar alguna explicación sobre el funcionamiento de la máquina de Turing, pero nadie tuvo intención de aprovecharla.)

Además de científico y filósofo, Turing era maratonista

La ironía o la injusticia

No pienso arruinarles la película a quienes la van a ver sin conocer la historia de Turing, pero sí me permitiré unas líneas sobre la ironía de la tragedia que le estaba destinada. 

Alan Turing luchó, quizá no por un ideal de la libertad que estaba defendiendo, pero sí llevando la pesada carga de saber que solo una vez que concluyese su trabajo sería posible derrotar a la Alemania nazi. Se calcula que, en efecto, el desciframiento de Enigma le restó entre dos y cuatro años a la Segunda Guerra Mundial. 

En todo caso, los Aliados luchaban por la libertad de Europa, por la civilización y por la justicia. Lo que le quedó a Turing fue una injusticia sin nombre en una Inglaterra 'libre' –de los alemanes–, pero castrante.

El 'perdón' –más valdría decir 'disculpa'– otorgado por la corona británica es un paso para expiar la injusticia hecha a un héroe de la ciencia. Sin embargo, no provee justicia para los miles de condenados por homosexualidad que siguen vivos en el Reino Unido, y que, de ser 'perdonados', tendrían que recibir una compensación material o simbólica que, al parecer, la corona no está dispuesta a pagar.

Resulta que Gran Bretaña, después de todo, también jugaba a imitar la libertad.



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