Entre la noche del jueves 29 y la madrugada del viernes 30 de enero, por poco más de tres horas, gruesas gotas de lluvia cayeron en las calles de muchos de los distritos de Lima Metropolitana, desde San Juan de Lurigancho hasta Magdalena y desde Santa Anita hasta Barranco. 

el típico resultado de cuando llueve en lima: aguas que necesitan ser  dispersadas

Debido a las características geográficas de la ciudad de Lima —hay que recordar que está en medio de un desierto—, la lluvia resulta un fenómeno atípico. Lo común es la presencia de la garúa, elemento ineludible que Mario Vargas Llosa nombrara en uno de sus ensayos para describir su relación con la ciudad capital: "Me gusta su garúa, lluviecita invisible que uno siente como patitas de araña en la cara". 

Cuando por estos lares apenas se asoma la llamada "lluvia de verano", de inmediato en la mente de la mayoría de limeños se la ve —aunque no exista un claro fundamento para confirmarlo— como pronóstico de un furibundo calor para el día venidero.

No es, sin embargo, la única reflexión que suscita la lluvia de verano. El espectáculo de la ciudad con sus pistas y veredas reflejando la luz del alumbrado público, y la cantidad nada despreciable de personas dispuestas a quedarse unos minutos debajo de ella hasta quedar empapados, revelan el poderoso efecto que tiene el clima sobre los humanos.

Lima cambia su rostro taciturno por unos instantes y, quizá como un gesto de revancha, se nos muestra como un espejo que devuelve a la vista el paso de nuestra presencia, aunque esto suceda sobre aguas negras y espumosas. ¿Acaso una imagen que revela nuestro destino en este rincón del planeta?

Pero la relación con la lluvia no siempre ha resultado cordial. Hace 45 años, el 15 de enero de 1970, durante más de 5 horas, unos 17 litros de agua cayeron por metro cuadrado, un promedio registrado —dentro de las condiciones usuales— en un periodo entre 8 y 9 meses. 

Según la información consignada por el historiador Juan Luis Orrego, aquella vez más de 2 mil inmuebles quedaron perjudicados, muchos de ellos se vinieron abajo; las líneas de 2.500 teléfonos quedaron inutilizables; el aeropuerto Jorge Chávez también fue afectado; y la Vía Expresa terminó anegada por completo. 

Orrego apunta: "Para los especialistas, de haber durado un poco más la lluvia, Lima hubiera vivido una verdadera catástrofe, su eventual desaparición".

una imagen de la lluvia de 1970
(archivo el comercio)

Además, buena parte del diseño de la ciudad no ha sido pensado para soportar un flujo continuo de agua de esta magnitud. Ya sea en la superficie, con la ausencia de canales que conduzcan las aguas sobrantes; ya sea en las alturas, con techos planos y sin ángulos adecuados como para evitar que el agua se empoce y afecte las estructuras. Y en los barrios pobres en zonas altas, una lluvia persistente revela en el extremo toda la vulnerabilidad de una Lima que en los últimos veinte años creció montando frágiles viviendas sobre suelo ganado a los cerros, sin calles, y sin futuro. 

Lima ha nacido con y desde el barro, y pese a que ahora son más las construcciones con vidrio, ladrillo y cemento, no se puede negar el pasado de la ciudad: reina de las aguas horizontales —ríos, canales o lagunas—, pero presa de las que vienen en sentido contrario, esas que llegan desde el cielo y desbaratan las planificaciones y alucinaciones de los hombres. 

De acuerdo a la información proporcionada por el Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología, este domingo 1 se repetiría la precipitación. Los vientos fuertes provenientes de la sierra central y sur podrían traspasar la Cordillera de los Andes nuevamente, trayendo consigo las lluvias.

De repetirse este encuentro con las aguas, la ciudad y sus habitantes tendrían que leer en ellas no solo una advertencia de su vulnerabilidad física, sino también el recordatorio de que todos son parte de un mismo ciclo, uno en el que se descubren gemelos entre sí.