¿De qué trata?

– Un viejo gruñón (Vincent, o sea, Bill Murray) acepta ser niñero del hijo de la vecina (Melissa McCarthy), una divorciada que trabaja todo el día.

– Vincent y el niño, Oliver, realizan todo tipo de actividades indecorosas: apostar en carreras de caballos, ir a bares, conocer a una prostituta rusa (Naomi Watts).

– Vincent resulta ser, detrás de su fachada de viejo gruñón, un buen tipo, y Oliver decide que eso lo califica para ser un santo –de ahí que la película se llame ‘San Vincent’–.

BILl MURRAY

Cuando alguien dice ‘Bill Murray’, inmediatamente pienso en El día de la marmota. Otros probablemente piensen en Cazafantasmas, los más ‘indies’, en Perdidos en Tokyo, los más 'hipsters' en las de Wes Anderson o Jim Jarmush. Murray también es esas películas, pero El día de la marmota fue para mí una revelación: ¿no es acaso la vida una eterna repetición de días en sí mismos iguales pero a la vez distintos cada vez? Bill Murray era el gruñón dentro de cada uno de nosotros que no sabe reconocer el valor de lo que tiene delante de sus narices. 

Como se ve, quisiera que este sea el año 1993 y que el objeto de esta reseña sea El día de la marmota, no St. Vincent

St. Vincent quería ser una historia tipo ‘viejo sin ilusión conoce a niño con poderes de rejuvenecimiento’ (tipo Heidi). A Bill Murray le queda muy bien el papel de viejo gruñón (como quedó ya demostrado en El día de la marmota) y a Jaeden Lieberher le sale bien el papel de niño maduro para su edad. La película, sin embargo, es tediosa y previsible.

LAS CONTRADICCIONES

El concepto de santidad del que se agarra St. Vincent, por más moderno que pretenda ser (los santos no hacen milagros sino sacrificios personales), no viene al caso en la historia, que resulta forzada e inconsecuente –por ejemplo, después de tanto insistir en que las cosas de adultos no son de por sí malas para los niños, en la última toma de la película se le tapa el pecho a Naomi Watts dando de lactar, para que no la vean los mismos niños–.

Los pocos momentos graciosos estaban todos –o casi todos– en el tráiler. Hacia la mitad, al guión se le acaban los conflictos para llevar la historia, así que Vincent tiene un derrame cerebral que no tiene consecuencia alguna excepto que Bill Murray se pasa el resto de la película balbuceando los insultos que antes decía con soltura. El niño Oliver, que es judío pero por alguna razón más que misteriosa está en un colegio católico, termina por idealizar tanto la situación que declara ‘santo’ a Vincent.

Murray y watts tratan de salvar la película

Quizá el concepto de santidad no tiene que incluir hacer milagros, pero sí un mínimo de fortaleza espiritual, además del sacrificio físico. Ese mínimo, es evidente, el borracho, ludópata y descontrolado Vincent no lo tiene en absoluto. Esto no significa que no merezca ser considerado un buen tipo a pesar de todo, pero afirmar su santidad es un error conceptual –error en el que pretende fundamentarse la película–.

El desperdicio

Como dice Anthony Lane, el crítico residente de The New Yorker, con el personaje de Vincent “la película de Theodore Melfi podría haberle hecho justicia a Bill Murray. … En vez de eso, St. Vincent se desliza hacia lo insoportablemente dulzón y se nos pide creer que el título de la película es demostrable. Sí, claro”. 

Si algo es impresionante en St. Vincent es la capacidad de Melfi para hacer una película tan mala con tres actores tan buenos: Murray, Watts y McCarthy son actores nominados al Oscar, y en la película tienen buenos momentos (la combinación Murray–Watts es casi adorable). Parece, pues, que Melfi cree que basta con contratar a buenos actores para garantizar una buena película, y lo que logra son escenas individuales que son graciosas o tiernas, pero no llegan a formar un conjunto.




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