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(foto: milenio)

Gerardo Deniz: un raro (1934-2014)

Publicado: 2014-12-22

Desde hace muchos años, vuelvo siempre a la poesía de Gerardo Deniz. Así a la distancia, sabiendo  de él poco más que lo que me dicen sus libros y sus versos, ha sido un compañero de ruta, un hermano mayor y un maestro. En el (des)concierto del neobarroco latinoamericano, que con frecuencia me tienta llamar más bien neo-manierismo, Deniz me ha sido siempre una voz preciosa, capaz de recordarnos con un golpe de sintaxis o de vocabulario la inmediatez e incluso la visceralidad de la experiencia que las palabras persiguen, aún sin la esperanza de alcanzarla. Deniz, que inició su carrera como escritor en franco diálogo con la tradición mexicana de mitad de siglo, en particular Octavio Paz, se despojó pronto de esos encadenamientos para construir una estética propia, a contramano de la alta retórica (que nunca abandonó, pero que supo convertir más certeramente que nadie en un auténtico juego): lo suyo fue plantar con un gesto de ironía irrenunciable el artificio del lenguaje poético en el terreno más concreto del cuerpo y de lo material (y también la calle, y también el mundo vivido y vivo), subvirtiendo con una sonrisa su tendencia a la abstracción y el simbolismo. Todo ello sin olvidar jamás que lo que estaba haciendo es literatura. 

A veces, alejándome en mi celerífero
que trocaré pronto por una draisina,
se me ocurre (entonces me vuelvo y te tiro un beso)
que si tus esteroides te hacen tan bella,
los mios más bella todavia,
y hasta crean el concepto de belleza,
bien pudieran
-con un estorbosísimo sulfhidrilo en 8ß, quizá-
lograr que al dejar de mirarte no me afectara tu pendejez
(ya que suprimirla
seria superior a toda química).

(De Gatuperio)

Siempre me ha parecido que los versos de Deniz se emparentan, sino en términos formales sí en términos de de su ambición y su espíritu, con el gesto subversivo y burlón de ciertas tradiciones clásicas, como los antiaristotélicos fragmentos que nos quedan de Calímaco o las diatribas, los epigramas y los poemas furiosamente amorosos de Catulo a Lesbia. Como en ellos, sus búsquedas ancladas en el lujo de la retórica y la lengua culta (en el caso de Deniz, que fue químico de profesión, también la lengua científica) siempre nos derivan a lo concreto del amor humano y las demás emociones, y estas, a su vez, siempre se encarnan. Y, con frecuencia (por ejemplo, en Picos pardos), se encarnan también en un espacio de significaciones que son tan personales como son políticas, anarquistas en su tenaz oposición al poder y su construcción de afiliaciones alternativas, corrosivas como ácidos esenciales en su forma de mirar la violencia y la historia. Deniz fue un retórico que jamás nos permitió olvidar la realidad, y sus mejores momentos iluminan precisamente ese punto de contacto (o de descontacto) entre el idioma literario y el mundo en el que nos encontramos. 

Siempre me ha parecido también que su obra, iniciada en 1970 con Adrede y continuada luego en libros tan personales como Gatuperio (1978) Picos pardos (1987) y Amor y oxidente (1991), entre otros, es tanto una pieza fundamental para entender la poesía latinoamericana contemporánea como un correctivo necesario (y amistoso) para algunos de sus excesos.

Además, Deniz es uno de los pocos poetas contemporáneos (Parra es otro, y aunque no se parezcan, se hermanan) que me hace reír, a veces a carcajadas. En un campo literario tan repleto de seriedades y ceños fruncidos, se lo agradezco. El poeta (nacido en Madrid, nombrado Juan Almela por sus padres, exiliado a México con su familia en 1944) murió el 20 de diciembre, y su muerte me ha apenado. Lo he releído una vez más, y a manera de homenaje, lo comparto.

Ignorancia

Cuando se quita usted del labio el epíteto escupiéndolo al
 rostro de la amada,
siente usted que ha cumplido, hasta que le sale otro, v. gr. de tabaco,
y el proceso se repite ad nauseam.
Lo malo es esa manigua poblada de grillos y leopones,
esa insuflación de burbujas en el tuétano
—en una palabra, todo lo que hormiguea, desazona un rato
y hace amanecer los lunes
pensando
cómo será que a mis tíos y tías los poetas
les ocurre lo que relatan
y viven para contarlo.


de Picos Pardos

Los rudos sistemas de dominación que imperaron en el renacimiento
han quedado atrás hace años, pero los asesores lo ignoran aún.
Será preciso empezar por barrer la hojarasca, lavar las cortinas,
redorarle el culo a la mona mítica chorreada de Júpiter allá en la fuente.
Mas -eso sí- que no se entrometa el vulgo. Que una mañana, después de        ordeñar la oveja
hasta extraerle toda la espuma de poliuretano,
se hallen frente al hecho. A la plebe se le podrá repartir, a lo sumo
calzado de lona. Del mejor. La guardia agudamente mercenaria
Se ha de encargar de tanto y más. Tendrán armas arrojadizas, aceite y  gasolina hirvientes.
Quien deba apuntar, le encomendará el cigarro a un compañero. Dudas aún,  malicioso visir;
bien lo notamos si te rascas la sien con índice ganchudo.

(...)

En vista de que nadie daba pie con bola,
el sapo de las manos pisoteadas, el jefe de la guardia por todos escupido
como se escupe siempre a una polvera verdosa sepulta en fécula densa,
el que decía redepente y fumeral,
decidió sacar a la historia del atolladero
y logrólo sin usar más que un lápiz. -Vamos a ver -repetía monótono
dando en la mesa con la goma del mismo
durante los juicios sumarios-;
vamos a ver, ¿te hallabas en tu puesto 
al amanecer? (...) ¿estabas
cuando se perfilaron a lo lejos edificios muy elevados
que no reconoces, ya lo sabemos, pero son tu ciudad y debes defenderlos?  ¿Ignoras que entonces
que el mundo —sí, el mundo este, que nos da casa y comida—
corre el riesgo de ser puesto a vender
en una de esas panaderías que nunca cierran,
perteneciente a cualquier negro sospechoso,
donde podría comprar dicho puñado de galletas una bruja extraviada,
capaz de transformar a un mayordomo en colibrí
o en pajarraco carroño de ojo helado?

Comenzaron entonces las ejecuciones que la salud exige
No hubo manifiesto. Sólo una nota en los periódicos de la tarde,
junto al crucigrama (uno de horizontales: niña piernuda que estas líneas  harán    inmortal;
dos de verticales: apócope de mil gramos).

Lavadero

El ruido de la espuma que se deshace
ampliado cuatrocientasmil veces,
se parecería al de una concentración de masas que de pronto descrubrieran, 
simultáneas,
un error garrafal en su ideario político,
y cada quien decidiese regresar a casa sin ostentación,
aunque sin abstenerse tampoco de comentar sotovoche
con los compañeros de mitin.
(El acierto de la presente comparación cala hondo:
diminutas burbujas que revientan/modestos ciudadanos se dispersan,
consistencia de la espuma/mortalidad entre jíbaros zurdos
y demás).

Navidades

Oí pisadas presurosas,
exclamaciones, revoloteos. Me acerqué a la puerta y atendí un rato
con los ojos muy abiertos. Un santiclós se ha trabado de mal modo en la  chimenea
entre el tercer y el cuarto piso, desde esta madrugada,
o por ventura entre el segundo y el tercero.
Sus gritos ahogados llegan hasta la azotea.
Le bajaron un poco de pavo frío con un hilo
para que espere mejor el rescate; mas la apretazón no le deja tragar bien
y regurgita sin cesar. Ahora es cuestión
de cómo darle el relleno y sobre todo
algo de beber, una cuba siquiera.
El vecino del tercero, bienaventurado,
metiendo tubo arriba el brazo con las pinzas doradas, a ciegas entre el hollín,
cuenta que le pellizcó el escroto y tiró de él otro palmo hacia abajo,
dejándolo quizá peor. Hacen descender la cuerda
sin propósito preciso: vuelve con un juguete:
¿intento de soborno, tal vez?
Me asomo a la ventana. Son tantos en la calle quienes miran hacia acá
(y con tales cara de fastidio)
que retrocedo, a disgusto.
A lo alto la voz llega menos y sólo repite cosas ya muy dichas.
"amuá", por ejemplo, pues es un papanoel, asegura el periódico.
De nuevo vibran pasos fuertes sobre mi techo.
No tengo chimenea, por fortuna, mas detrás de la pared
escucho como bajan ahora un pulpo vivo.
Vuelve con el rojo gorro adherido a las ventosas
—Al otro día lo contaba yo con susto en la editorial:
al parecer era imposible extraer el cadáver
y en los pisos inferiores no sabían por donde comenzar,
pues se les llenaría la casa de humo sin encendieran
para amojamarlo—
y al mes siguiente hace, aquí en México, gran frío.
Cómo explicarlo, además, a los pequeños.


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Escrito por

Jorge Frisancho

Escrito al margen


Publicado en

Redacción mulera

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