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Cuando Samanta Schweblin (Buenos Aires,1978) tenía 12 años decidió mandar al diablo al mundo y no hablar. Esta radical decisión le generó un serio problema: El colegio donde estudiaba no quiso recibirla el siguiente año (para el comienzo de la secundaria) ya que temían que la niña tuviera problemas de aprendizaje. Todo se solucionaría cuando una psicoanalista, luego de evaluarla, sentenciara: Samanta es una niña muy normal solo que tiene un absoluto desinterés por su entorno.
Luego de leer El núcleo del disturbio, su primer libro de cuentos reeditado por Santuario Editorial, esta anécdota cobra sentido e importancia ¿Qué puede hacer alguien desinteresado por su entorno, por la realidad que le rodea? Muy simple: crear un mundo propio.
Su primera incursión narrativa dibuja los detalles de su particular universo. Once cuentos donde la carretera, el bar, los sanatorios y hasta un teatro revelan una naturaleza bárbara, escalofriante y turbia. Todo ello acompañado de una prosa que ‘juega en pared’ con las descripciones de los personajes.
Muchos críticos califican a Schweblin como una continuadora de Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges. Y es cierto, pero solo en parte. El nuevo ingrediente consiste en una violencia contenida que encuentra sus válvulas de escape en situaciones límites. Tal es el caso de Matar a un perro y Más ratas que gatos, por citar dos ejemplos. En el primero se detalla un violento proceso de iniciación. No hay una preocupación moral, tan solo la exposición de las dudas del personaje que por más que desee no puede controlar. Una disección del potencial humano para ejercer la frialdad: “Quizás el perro ya esté muerto, pienso que sería lo mejor […] Menos trabajo, menos tiempo con el Topo. Yo lo hubiera matado directamente, pero el topo hace las cosas así. Son caprichos…” (Pág. 31).
Más ratas que gatos es un relato un tanto burlón que utiliza unos personajes dulces y estereotipados (una típica familia perfecta donde solo reina el amor). Conforme se avanza en la historia, al lector le tienta la idea de pasar al cuento siguiente cuando, de pronto, un golpe seco lo trae de vuelta al ‘entorno’ de la escritora. La amabilidad, esa actuación social a menudo confundida con hipocresía, es la causante. Una anciana rechaza el gesto cortés de la niña perfecta. Mala idea. Estalla la hecatombe: “Voy a golpear a este hombre, amor, discúlpame, pero tengo que hacerlo […] y hubiese visto a la vieja escupiendo a la niña y las manos de un hombre en una cartera ajena o en piernas ajenas” (Págs. 111-112).
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“Dios dice que sí, que viene, pero que igual, como siempre, no se cruzará con él, porque Sartre hará el turno de la mañana. Vian dice que es una suerte que las cosas ocurran de esa manera, porque si Sartre viniera ahora él tendría que marcharse” (Pág. 82)
Un bar administrado por un personaje llamado Dios, un lector y dos escritores (Jean Paul Sartre y Boris Vian) y una máquina misteriosa llamada Momento (a la par el título del referido cuento). Con estos elementos, Schweblin realiza una divertida y a la vez profunda reflexión sobre el hombre contemporáneo y su condición de extraviado. Pero, quizás, el cuento más descarnado es el que cierra el libro: La valija del señor Benavides. En él se expone la miseria que puede acompañar el consumo del arte. Un hombre guarda el cuerpo inerte de su mujer en una maleta y busca la ayuda de un médico. Este, al ver el contenido de la valija, cree haber descubierto una obra de arte (literalmente). Comienza, entonces, el lanzamiento al 'estrellato' de Benavides, quien recorre la casa del galeno gritando Yo la maté. Todos lo entienden pero ninguno de sus interlocutores quieren perder la oportunidad de exhibir algo hermoso, sangriento pero 'artístico'. Finalmente, el objetivo está cumplido. El público aplaude, el arte decae más hacia los infiernos: “[…] decenas de cuerpos que laten y esperan, la masa primaria a ser hendida, enroscada, forzada, hasta alcanzar, majestuosa, bajo la mano entendida de una práctica superior, las medidas precisas de la valija de cuero” (Pág.141)
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Hoy Samanta Schweblin es conocida como una de las mejores escritoras latinoamericanas (el 2012 ganó el Premio Internacional Juan Rulfo de Cuento); esta reedición peruana nos permite conocer los inicios de una autora relevante de la nueva narrativa en lengua española. Recientemente acaba de lanzar su primera nouvelle: Distancia de rescate.
[Foto de portada: Alejandra López]
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