Cuando Charles Darwin publicó El origen de las especies (1859) provocó una reacción inusitada en el público de la época. Fue, sin duda, uno de los primeros libros que escapó de los límites de su especialidad —en este caso, la biología evolutiva— y se volvió un tema de debate para diversos sectores sociales. Un debate muy encarnizado, por cierto.

Darwin, de un momento a otro, se convirtió en blanco de las burlas, no solo de los que no comprendieron a cabalidad lo que él decía sobre la evolución, sino también de aquellos que sus palabras fueron consideradas como genuinas blasfemias. 

Como prueba de lo dicho, basta ver una de las tantas caricaturas que se hicieron sobre su figura:

Pero el tiempo, que todo lo ordena, terminó por ubicar a Darwin en el lugar que se merecía. 

Hoy nadie duda de que su teoría sentó las bases de la biología moderna, que abrió un horizonte de conocimientos que no se restringen tan solo a la especie humana o a las animales, sino que llega hasta los más minúsculos microrganismos.

Además, sus postulados al entrar en conflicto con las visiones de la Iglesia (como la idea de la Creación), contribuyeron en gran medida a cuestionar los dogmas que hasta entonces mantenían una posición sólida en Occidente.

Por ello, la oportunidad que ahora brindan el Museo de Historia Natural de Nueva York y la biblioteca de la Universidad de Cambridge es harto valiosa.

Se podrá acceder, desde sus respectivos sitios digitales, a la primera parte del ambicioso proyecto de digitalización de los manuscritos de Darwin. Alrededor de 12 mil documentos, todos debidamente transcritos, y que fueron utilizados por el científico para organizar su trabajo durante los 25 años en que dio cuerpo su teoría y redactó el libro con el que pasaría a la historia.

Pero todo esto no es más que una parte de una vasta colección de documentos. Con un trabajo iniciado en 2009, se ha proyectado que para junio de 2015 se complete la digitalización de cerca de 30 mil elementos. 

Entre los papeles hoy disponibles para su revisión, se notará que la caligrafía de Darwin no era de las más agraciadas. A su favor se podría argüir que debía escribir con el apuro de no perder las palabras precisas que le dictaba el pensamiento. 

También se verá que una vez que ya no necesitaba aquellos papeles, estos eran tomados por su hija Henrietta, quien realizaba dibujos al reverso de las líneas de Darwin.

Otro protagonista de los manuscritos de Darwin es el boceto original del árbol ramificado de las especies, que aparece con correcciones hechas por el propio científico.

David Kohn, director del proyecto, apunta en la página web del museo neoyorquino.“En estos escritos se puede ver al pensador, al perspicaz recolector de pruebas, al inspirado observador y al decidido experimentador".

Sí, sin duda alguna.

Pero, sobre todo, se descubrirá al hombre que superando dudas y corrigiendo errores le permitió al resto de la humanidad conocer un poco más de sí y de su destino.