El experimento es una de las fases esenciales del método científico. Esto es algo que todos nosotros hemos aprendido desde el colegio. Mas no se trata de un asunto que haya que simplificar tan fácilmente. 

Pues a veces para demostrar que se tiene —o no— la razón hay que esperar un cierto tiempo, como para que se presenten las condiciones adecuadas que permiten comprobar una determinada hipótesis (y los que se desenvuelven en la astronomía, por ejemplo, pueden dar fe de ello).

Pero hay otros casos en los que la prueba necesita realizarse precisamente atravesando un lapso temporal mucho más extenso del habitual. Y no hablamos de semanas o meses. Tampoco de uno o dos años. Pueden ser décadas, llegando a sobrepasar los cien años.

Los casos que revisaremos a continuación, si bien ya cumplieron con su cometido inicial (demostrar el postulado que los originó), han permanecido activos porque se terminaron convirtiéndose en espectáculos fascinantes. E incluso algunos de ellos han continuado sin que medie intervención humana alguna.

A continuación, pasemos a conocerlos:


La campana de Oxford

Desde 1840, en el laboratorio Clarendon de la universidad de Oxford, y situada tras un doble vidrio que protege el mecanismo y a la vez atrapa el sonido, se encuentra la llamada Campana eléctrica de Oxford.

Robert Walker, catedrático de física de la universidad entre 1839 y 1865, fue quien compró la campana, la cual lleva la inscripción “Construida en 1840”, aunque se piensa que esta campana pudo haber sido elaborada unos 15 años antes.

Se halla conformada por dos pilas secas, las cuales están recubiertas por una capa aislante de sulfuro y cargan una campana en un extremo. La esfera metálica, que es atraída alternativamente por ambas, transfiere la carga de la una a la otra. Es su contacto con las campanas lo que produce el timbrazo.

De acuerdo a los cálculos hechos por el Departamento de Física de la universidad, las campanas han sonado unas 22 mil millones de veces desde que fuera accionada hace 174 años. De allí que, también, se la considere como la batería más duradera del mundo.

Por cierto, no se sabe de qué material están hechas exactamente las pilas, ya que nadie se ha atrevido a averiguarlo tan solo por no querer interrumpir el experimento.


El reloj de Beverly

Es considerado como el reloj que más tiempo lleva funcionando en el mundo: nunca se le ha debido dar cuerda ni ha requerido energía extra para que continuar con su marcha.

Fue desarrollado y accionado en 1864 por el profesor Arthur Beverly y ocupa un lugar en el vestíbulo del Departamento de Física de la Universidad de Otago, Dunedin, Nueva Zelanda.


INTERIOR DEL RELOJ DE BEVERLY
(FOTO: ABHIRAJUTS1.BLOGSPOT.COM)

Las variaciones de la presión atmosférica y de la temperatura ambiente accionan el mecanismo del reloj, haciendo que el aire contenido en una caja hermética se expanda o se contraiga, empujando el diafragma.

Una variación diaria de temperatura de 6 º Fahrenheit (3,3 grados Celsius) es suficiente para elevar un peso de 0,55 kg a una altura de 2,5 cm, lo que hace que el reloj siga funcionando.

Sí se ha detenido en algunas oportunidades: una fue cuando el departamento cambió de sede y otras en los días en los que la variación térmica no ha sido suficiente.


EL RELOJ EN EL LUGAR QUE OCUPA EN LA UNIVERSIDAD DE OTAGO
(FOTO: WWW.FLICKR.COM)


Las semillas de Beal 

El botánico estadounidense William James Beal deseaba comprobar si las semillas antiguas, realmente muy antiguas (de varias décadas de haber sido recolectadas), aún podían germinar, siempre y cuando se las conservara en las condiciones adecuadas.


EL CIENTÍFICO DE PIE EN EL CENTRO, RODEADO POR SUS ALUMNOS
(FOTO: WWW.NPR.ORG)

Para hacerlo planeó el siguiente experimento: llenó 20 botellas con una mezcla de tierra y unas 50 semillas pertenecientes a veinte especies distintas. Luego procedió a enterrarlas con el cuello hacia abajo, para evitar que la humedad se filtrase en su interior. Así pues, estableció que cada cinco años se desenterraría las semillas y se observaría si germinaban o no. Era el año de 1879.  

Hasta 1920, el plan fue seguido al detalle. Entonces se decidió extender el alcance del estudio. De allí que se cambió el intervalo de cinco a diez años. Ya en 1980, se optó por ampliarlo a cada 20. En 2000, coincidiendo con el cambio de siglo, se realizó otra vez la prueba.

Dos de las veinte especies germinaron.

Se espera que el experimento termine en el año 2100. Es decir, 221 años después de iniciado.


UNA DE LAS BOTELLAS DE BEAL
(FOTO: SEX-COUPLE.BLOGSPOT.COM)


El gotero de brea 

El profesor de física Thomas Parnell de la Universidad de Queensland, en Australia, comenzó este experimento en 1927. Su propósito: demostrar que la brea a pesar de lucir como un sólido (rompible con un martillo inclusive) es un líquido que fluye. Solo que lo hace muy despacio.

Desde la fecha, y a lo largo de estos 87 años, se habían rendido ante la gravedad apenas ocho gotas. Lastimosamente, nadie, por uno u otro motivo, estaba presente para observar el momento preciso.

Recién en el verano de 2013, gracias a un sistema de videovigilancia continua, se pudo registrar el añorado instante: la novena gota negra.

Sin embargo, hay que indicar que dicha gota pertenecía a una réplica de la versión australiana creada en el Trinity College de Dublín en 1944. Pero más allá de este detalle, ambas, la original y la réplica, continúan y pueden ser observadas a través de la Internet.

Eso sí, se recomienda contar con harta paciencia.